CUMANÁ. LAS BODEGUITAS DE ESQUINA DEL CENTRO HISTÓRICO (Parte I)

Fuente
Detalle de la obra, Calle Las Flores -bodega de Ángel Centeno-. Acrílico. 1987.

Amigos de Steemit, la manera familiar de conducirse el cumanés, sobrevivió hasta finales del siglo pasado. Las bodegas generalmente colocadas en las esquinas propiciaban un lugar para el encuentro: tertulias con los cronistas de la ciudad y poetas; adivinanzas, noticias del día y buenos deseos. Al describir a una Cumaná del siglo XX, pareciera querer recordar mejores tiempos del país en estos momentos. Difíciles momentos. Aspiro, que después de una profunda reflexión, la sociedad venezolana recupere su talante cálido, distintivo de nuestro gentilicio.

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Detalle de la Obra, Calle Sucre –Bodega de Rafael Lares 1995-. Acrílico. 2004.

Antes del viernes negro (18 de febrero de 1983), los venezolanos no sabíamos sacarle ganancia a eso de la compra y venta del dólar. Todo empezó con la política económica de Luis Herrera Campins, liberando el dólar. El cambio, que por años fue de 4,30, pasa a 12 bolívares por unidad. A partir de allí solemos escuchar “Se disparó el dólar”, y cuando tratamos de comprarlo, existe la posibilidad de encontrarlo en el “mercado negro” como liberto, pero escondido. También comenzamos a manejar dos conceptos: especulación e inflación, siendo por la vía de la experiencia como llegamos a conocerlas, y hasta ahora, es esa pastilla que hincha, nos da susto, pero tenemos que tragarla con el casabe -pan de los indios- nuestro de cada día. El reajuste de la economía diaria, es otro fenómeno que se explica por sí mismo cuando decimos “hoy no tengo, con qué”. En este legendario barrio de San Francisco, la gente reaccionó ante estos cambios socioeconómicos, de igual manera como cuando es sorprendida por un terremoto, después del socollón, se queda quieta y esperando a que pase. Un indicador irrefutable fue el cambio en los altos estantes, que de pared a pared, conforman a las bien surtidas bodegas, así fue como un día cualquiera comenzamos ver muchos espacios vacíos entre un producto y otro.

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Detalle de la obra Callejón El Alacrán – Bodega de Chucho Almaral. Dibujo a Lápiz. 2015.

Los vecinos del Callejón Alacrán recuerdan la bodega de Chucho Almaral. En la calle Sucre, la de Juan Lares que luego fue de Rafael. Con las que tuve más contacto fue con la bodega de Ángel Centeno en la calle Las Flores, que aún exhibía, en los años ochenta, un afiche laqueado de Pepsi Cola con la imagen de una modelo mujer española; barajas españolas y botones de hueso y nácar, de los cuales compré una docena a cinco reales, y no me vendió más para que no le dejara la bodega sin nada que ofrecer, al final sólo vendía kerosén por litro. Y la bodega de Elías Rodríguez Marcano, a quien le dedico la segunda parte de este artículo. Ellos las salvaron de la implacable tempestad económica con sus resabios y los pequeños detalles que la hacían en su declinar, nostálgicas, pero amables como sus dueños. Cada una de estas bodegas cerró a la vida, junto con la de ellos.

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