Hola, amigos steemianos. Hoy les traigo este cuento inédito. Espero que les guste.

Cuando iba por la tercera vuelta de mi caminata diaria, sentí los pasos detrás de mí. Algo me impedía voltear. Estaba muy oscuro a pesar de que ya eran las cinco am. El frío de la madrugada me golpeaba en los brazos y en las orejas. Volví a sentir los pasos dos minutos después de los primeros. Pensé: “Son mis amigas que ya se incorporaron a caminar”. Pero no eran ellas; no había oído sus ruidosas voces. Había un silencio demasiado raro. Ni el gallo de don Antonio cantó como suele hacerlo. Era martes y me pareció extraño que las otras mujeres no aparecieran. La tentación de voltear me invadió y al mismo tiempo el miedo me frenaba. Empecé a rezar. Nuevamente escuché los pasos y esta vez, sintiéndome al amparo de mis oraciones, volteé. No había nadie. Mi corazón se aceleró aún más. Decidí no dar las nueve vueltas acostumbradas de cada día. Asustada me metí en mi casa. “Menos mal que ya estoy dentro”, dije para calmarme. Tome el teléfono para escribirle un mensaje a mi esposo, pero no sé en qué momento me quedé dormida. Me despertaron las voces, Dios te salve, María… Luego, el desgarrador llanto de mi hija, Torre de marfil, que gritaba mi nombre, Casa de oro… Ahora sentía más frío Arca de la Alianza y hablaba de despedidas, Puerta del cielo.

Fuente

Abrí los ojos y entre tantos rostros me enfoqué en el de ella, Bárbara, mi amiga, la más calladita y taciturna del grupo, que sonreía satisfecha al verme tras el grueso cristal que nos separaba…

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Muchas gracias por su amable atención.

Espero sus comentarios, siempre agradecida.