Magda, un beso y los porrones

in #cervantes6 years ago (edited)

Miguel aún apretaba el gatillo. El cañón de aquel revólver ya le había enrojecido el mentón. Sus ojos perdidos. Su boca cerrada. Estaba acuclillado detrás de la puerta cuando llegaron los primeros policías, viviendo en un mundo que ya no era el de los cuerdos.


A tres pasos de él, la cama y sobre ésta Magdalena, la mujer obesa que hace minutos asesinó en un frenesí de balas que agujeraron la mano derecha, el corazón, un pulmón y la frente de Magdalena. Los otros disparos dieron en la pared.


Cuando un uniformado soltó el nombre de Miguel Sarmiento como el autor de los disparos que mataron a Magdalena Rosa, llamada por la comunidad como Magda, ninguno de los curiosos apostados frente al restaurante lo creyó. Lo conocían como un hombre amable, apacible, sonriente, pacífico. No lo imaginaban como un asesino. 


Y es que Miguel cortejaba a Magda. Todos los días iba al restaurante a verla, y sacarle un saludo, una sonrisa. Se sentaba al aire libre, en una de las mesas cercanas a los grandes porrones con frondosas palmeras, desde donde se veía el mostrador y la inmensa mujer de origen canario.


Magda era grande, blanca y de cabello negro largo con pocas ondulaciones. Era alta y tenía cerca de 120 kilos de peso. Una mujer hermosa envuelta en grasa corporal y gracia femenina. Con un carisma de cocinera alegre y una risa que espantaba los pájaros de los árboles que daban sombra. Desde que su marido murió tan joven, se hizo cargo sola de Las Palmeras, el restaurante con mesas en un amplio patio, donde casi siempre estaba Miguel, mirándola.


Miguel, largirucho, narizón y con ojeras, con la piel blanca pero tostada y cabello castaño oscuro, vivía con su madre a dos cuadras de allí, y ya no trabajaba. Vivía de sus ahorros y la pensión de la anciana. Por eso, los vecinos solo se convencieron de que él había matado a Magda cuando lo sacaron esposado del local, con la mirada en otro universo y notaron que había cambiado. Ese ya no era Miguel.


Por la promesa de un beso de Magda, Miguel se quedaba con frecuencia hasta el cierre del restaurante, cuando ya pasaban las 11:00 de la noche y no quedaba nadie en la calle. Magda cuidaba demasiado las palmeras que tenía en cuatro porrones en cada esquina del patio, y se aprovechaba de Miguel para que las guardara dentro del local. Al principio el hombre lo hizo gustoso. Iba sonriente con cada pesado porrón hasta el mostrador. Pensaba en su recompensa: un beso de Magda.


Una de las primeras noches, cuando metió el último porrón, Magda le lanzó un beso desde la escalera y subió riendo a su habitación. Miguel quedó esperanzado. Esa noche soñó que Magda lo arrullaba con palabras inentendibles y un tono muy grave, como solía ser su voz.


Así pasaron varias noches. Magda se las arreglaba para mantener arriba la esperanza de Miguel. Le sonreía, le guiñaba el ojo, a veces le acercaba su abultado busto. Todo funcionaba, Miguel seguía en pie, llevando los cada vez más pesados porrones adentro.


Pero una noche, cuando terminó con el cuarto porrón, evidentemente cansado, Miguel tomó por el brazo a Magda y la acercó a él. 


-Quiero mi beso -le dijo casi entre un susurro, como una súplica.


Magda, acostumbrada a esos acercamientos, y con la ventaja de su fuerza y tamaño, supo arreglárselas. Sonrió y con la mano libre se dio un beso en su dedo índice y lo colocó sobre los labios de Miguel, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Miguel se estremeció desde adentro. La sangre le hervía. Su piel tostadas se tornó roja.


-Esto es todo lo que recibirás -dijo ella en tono seguro.


Magda se zafó de Miguel de un solo movimiento y subió a su habitación.


Esa noche Miguel vio a Magda cubierta de sangre y rodeada de serpientes, que lo animaban a acercarse y fundirse. Él se entregó.

Fuente


Al despertar, Miguel ya sabía lo que haría. Buscó en el armario el revólver 38 que le regaló su padre antes de morir y lo cargó con las balas que tenía guardadas en otro cajón, en la cocina. Sabía que entre las 6:00 y 8:00 de la noche había más trabajo en el restaurante, por lo que aprovecharía ese momento para subir a la habitación de Magda y esperarla. Ya no pensaba en el beso, sino en las serpientes.


Se acuclilló en la esquina detrás de la puerta y ahí esperó. Veía a Magda riéndose a carcajadas, desnuda sobre un pasto verde durante un atardecer. Escuchaba el trajín del restaurante, que se fue apagando poco a poco, mientras la noche se hacía más oscura, incluso en su mente.

Escuchó los pasos de Magda subiendo las escaleras de metal. Ella comenzó a cantar. “Qué bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas”. Pero Miguel solo escuchaba susurros que nunca pudo descifrar. Magda entró al terminar la estrofa y se acercó a la cama. Empezaba a desnudarse con un suspiro.


-Magda -le dijo en tono fuerte.


Cuando ella volteó ya Miguel la apuntaba a corta distancia. Atravesó sus manos, como si fueran blindadas y entendió que un beso la hubiera salvado.


-Espe…

Magda no terminó de pronunciar su última palabra cuando Miguel apretó el gatillo. La bala le atravesó la mano y le raspó el hombro para alojarse en la pared. Magda solo pudo ver los ojos brillantes y desorbitados de Miguel que competían con el fuego que salía del cañón. Los siguientes disparos fueron rápidos y mortales, sin pausa. Magda cayó muerta en la cama.


Miguel seguía disparando, sin balas. Dio dos pasos atrás hasta llegar a la pared, se acuclilló de nuevo y se llevó el arma al mentón, apretando el gatillo una y otra vez y empujando el cañón contra su barbilla limpia. Sus ojos perdidos. Su boca cerrada.
 

Sort:  

Tu historia está muy bien narrada. No tienes errores ortográficos y mantienes la tensión hasta el final. Bien hecho.

Gracias por tus palabras, @hljott. Que bueno que te gustó.

Excelente relato, me mantuvo en suspenso todo el tiempo... mil gracias por compartirlo

Gracias amigo. Que bueno que le gustó.

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