El reflejo en la laguna
Me encontraba sin el apoyo de mi difunta esposa Emilia, quien tristemente había fallecido en un horrido accidente automovilístico, ahora, la crianza de mi pequeña Suzanne dependía de mí. Ya había asimilado el duelo por completo, acepte que más que nunca en mi vida debía ser fuerte y ser mamá y papá al mismo tiempo para mi pequeña. Vivíamos en una casa de alquiler de donde despiadadamente se nos hecho por caprichos del casero. Mi padre, El señor Peter, había hecho un esfuerzo casi místico para ayudarme a comprar una casa, hipoteco la suya propia, y tuvo que ofrecer varias posesiones valiosas que jamás podrá recuperar. No obstante a pesar de ello, la industria hogareña era un cruel anfitrión, no había casa que se adaptara al presupuesto, fueron día tras día de búsqueda, y las únicas adaptadas al mismo se encontraban en condiciones tan deplorables que la inversión para repararlas superaría el precio de la propia casa.
En casa de mi padre, mientras mi pequeña Suzanne jugaba con sus muñecas en mi procrastinación empecé a leer el diario, allí vi el anuncio de una casa, aquello más que una cabaña “como se anunciaba” parecía una mansión tenía más de doscientos metros de bosque propio para mi disfrute o para construir más, el dueño afirmaba en el anuncio que las grandes industrias de centros comerciales no la compraban por el lago, era pequeño ciertamente, apenas 100 metros aproximadamente, pero provenía de una reserva hidrógrafa subterránea que imposibilitaba construcciones masivas, entre otros detalles de menor importancia. Deje a mi pequeña al cuidado de mi padre, tenía que conseguir esa casa sí o sí, antes de que alguien más se hiera con ella. El presupuesto no era no solo accesibles, sino que aún quedaría dinero para castear alguna reparación que hubiese que hacer de improviso.
Aquella casa ciertamente estaba lejos, se encontraba literalmente en medio de un bosque completamente alejada de cualquier local, vecinos, no se podría decir que tenía pues el más cercano vivía a más de ocho kilómetros. El vendedor, un hombre anciano de quizás unos setenta años vivía solo, tristemente tenía el miedo de morir y que nadie supiese de él, de modo que iría a una casa de reposo en otro condado. No necesitamos más que la presencia de nuestros abogados para hacer el trámite, finalmente, gracias a mi padre, a mi esfuerzo y quizás a la gracia de mi difunta Emilia lo había conseguido, era mi casa, toda mía.
La mudanza fue rápida, no había reparaciones pertinentes que hacer, y sumado al hecho de que tenía pocas cosas, durante el mismo día se hizo, invite a mi padre a vivir conmigo y Suzanne, pero él estaba cómodo en su vieja casita, estaba dispuesto a volver a pagar la hipoteca para hacerla suya, y cómo no, si eso es lo que él quería, con gusto yo iba a ayudarle. Lo primero que hice una vez vaciaron todas las cosas fue que mientras papá jugaba con Suzanne di una vuelta por las adyacencias de la casa, el bosque era grande, tenía una frondosidad increíble y el sueño era tan verde que despedía vida y alegría como nada en este mundo. Por segundos sentí un escalofrío que recorrió mi espalda, ¿Qué fue esa sensación? Me pregunté, sentía como si alguien me estuviese observando pero no daba con el lugar. Ignoré aquella horrible sensación y camine por los largos y aún en buen estado tablones de madera que daban con el pequeño lago. Pude notar aquella radiante masa de agua, era negra, parecía el mismo azabache o un trozo de obsidiana, pero era sumamente bello, todo el cielo, los arboles e inclusive yo, todo se reflejaba como si fuera un espejo, me daba una sensación de narcicismo verme reflejado allí, puesto era tan hermoso que era hipnótico, “¡Hijo a comer!” Manifestó mi padre quien era un hombre muy estricto con sus costumbres y a las 12:30 del mediodía ya debía que estar comiendo.
Tengo que insistir, tenía muy pocas cosas, es una fortuna que el anterior casero dejara gran parte de la cabaña amueblada puesto no solo acelero el proceso de mudanza, sino que realmente fue una ayuda para mí. Arreglé mis pertenencias en unas cuantas horas. Se hizo de noche y le pedí a mi padre que no se fuera, que pasará la noche, le dije. “Estás muy cansado papá, me ayudaste todo el día sin parar y también anduviste jugando con Suzanne, descansa solo por hoy” Eso fue lo que le dije, pero realmente en mi mente solo recordaba que cuando perdí a mi preciada Emilia lo último que hizo fue salir de noche a comprar unas cosas, se podría decir, que la idea de conducir de noche avivaba mi estrés. Y fortuitamente me hizo caso, pasó la noche con nosotros.
Durante la noche necesité ir a orinar, me levanté bastante somnoliento, estrujando mis ojos y entré al baño, tan pronto dejé de orinar me vi frente al espejo del baño, y aunque poco interés le preste pude notar, aún en mi estado de somnolencia, que mi reflejo, por consiguiente yo mismo, me venía en un estado deplorable, arrugado, como viejo, seco y marchito y al lavarme la cara con agua y volverme a ver nuevamente me venía como recordaba. Caminé de regreso a la habitación y quizás por engaños del rabillo de mi ojo di un vistazo rápido por la ventana a afuera, me pareció ver a una mujer horrenda, de pelo blanco y largo, su cara era alargada como del largo de dos caras humanas, sus ojos eran cuencas negras y sin alma, su nariz flácida y alargada con una boca que podía comer con facilidad un melón sin esfuerzo. Aquella imagen me aterro y me hizo caer al suelo, pero al fijarme bien en la ventana no había nada. Caminé hacía la misma y note que la base de la ventana estaba mojada, como si hubiese llovido solo en esa parte. Lance la vista hacía los árboles y solo era negrura y nada más, baje la mirada a la laguna y solo podías ver una mancha negra e infinita donde se reflejaba la luna, blanca borrosa y casi nula. Entonces volví a sentir esa horrible sensación de frío en mi espalda, y al darle la espalda a esa ventana sentía como si esa cosa me estuviera viendo, Empecé a respirar fuertemente, sentí que mi respiración se volvió muy pesada, volver a la habitación fue un calvario.
Al día siguiente al despertar noté que estaba solo en la habitación, me asusté porque Suzanne no estaba conmigo, ya no era una bebé pero quizás la experiencia de ayer me había dejado con la guardia muy en alto, salí disparado y baje a la cocina casi que en tiempo record, allí abajo estaba mi papá, quien hacía unos panques para desayunar. “¡¿Y LA NIÑA?!” Pregunté desesperado, asusté a mi padre de hecho quien respondió “Tranquilo, está afuera jugando a la pelota, ¿Qué no escuchas?” Rápidamente salí y efectivamente allí estaba jugando alegre y sin preocupaciones. Corrí hacía ella y la tome entre mis brazos y lloré sin pena a que me escuchara, ¿qué pasa papá? Preguntó Suzanne, y no pude más que mover la cabeza para decirle que no, que no pasaba nada.
Salimos al patio a desayunar, “Sabes me gusta aquí, es un lugar muy bonito, una familia grande o más vecinos haría de este una casa de ensueño” afirmó mi padre, “¿más razón para quedarte no crees?” Dije sarcásticamente, “sabes que soy muy obstinado muchacho” respondió entre carcajadas y tan pronto dejo de comer tuvo que marcharse.
“Suzanne, mañana iremos a buscar escuelas cerca ¿ok? Para que así hagas amigos y te adaptes a este nuevo lugar” manifesté, “si papi” dijo sonriente Suzanne quien se quedó viendo después como perdida o intrigada hacía la laguna. “¿qué pasa quieres pescar?” Pregunté sarcásticamente. “Mi nueva amiga quiere jugar” dijo Suzanne alegremente mientras vía la laguna, ciertamente la lógica me hizo pensar o interpretar que se tratase de un amigo imaginario, pero aquellas palabras tornaron el ambiente incomodo, gélido, aterrador.
A las 9:00 pm, mientras Suzanne veía sus caricaturas la mande a dormir, “Un episodio más porfis” pidió la niña, “Recuerda que mañana tenemos que despertarnos temprano, iremos a ver escuelas y la más cercana está un poco lejos” le dije. Aunque no conforme con lo que le dije asintió con la cabeza y se fue la recamara, aún le daba miedo dormir sola así que mientras tanto, dormía con su papá.
Durante la noche, exactamente a las dos en punto de la madrugada mientras dormía un grito me despertó, no era cualquier grito era de niña, era el gripo de hija. Mire al lado y me di cuenta de que no estaba efectivamente, sin camisa y apenas en pantalón piyama, sin zapatos ni pantuflas corrí como loco a buscar de dónde provenía el grito, cuando baje a la sala, me distrajo de mi búsqueda notar que el televisor estaba encendido, estaban dando caricaturas y al levantar la cabeza me di cuenta de que una de las ventanas estaba abierta de par en par, ¿Cómo era posible si la cerrábamos con varios pasadores? La única forma de abrirla sería desde adentro, el marco de la puerta estaba lleno de agua y algo negro, que gracias a la luz de la luna pude notar que era rojo, era sangre, corrí aún más buscando en toda la casa, no había ni rastro de su presencia, salí sin nada más que mi pantalón de piyama afuera y recorrí todos los malditos doscientos metros de bosque, nada. “El lago” dije susurrante, cuando llegue al paso de madera me di cuenta de que estaba todo mojado y algunas gotas de sangre marcaban el mismo. Cubrí mi boca pensando lo peor, y sin pensarlo dos veces me lance a esa laguna fría y que empezaba a ganar un olor purulento. Pero el abismo era negro, apenas podía ver quizás un metro desde la superficie hacía abajo, intenté bajar lo más que pude y nade toda la asquerosa superficie, pero no había nada, ni un pez, ni una hoja, aquello era agua sobre la más grande negrura. Grité con todo pulmón hasta quizás desgarrarme la garganta, pidiendo a gritos por Suzanne, pero la única respuesta era el soplar gélido del viento que movía con ira la copa de los árboles. Salí de aquella repulsiva laguna y empecé a llorar, maldiciéndome a mí mismo, maldiciendo la casa, la laguna, mi inconformismo, había extraviado a mi pequeña.
Al día siguiente inicié un grupo de exploración entre todas las personas cercanas, el maldito departamento de policía no hizo caso a mi llamada sino hasta después de que salió el sol. Y con fotos en mano inició la búsqueda en todo el lugar, llamé a mi padre unas mil veces y no contestaba, así que lo dejé así. Ahora siendo de día con más confianza me sumergí a la pequeña laguna, la cual ya había perdido ese olor purulento que la caracterizaba tanto durante las noches, pero era el mismo resultado, como si se tratase un fondo fangoso, o una superficie sin fondo, solo había negrura. El policía pidió un segundo para hablar conmigo, se puso serio y me dijo, “Te seré sincero muchacho, muchas personas han desaparecido por esta zona, autos sin pasajeros, mochilas sin dueños. Haré todo lo posible para encontrar a esa niña, pero espero estés preparado para lo peor.” La búsqueda se extendió desde las cinco de la mañana que había iniciado hasta las seis de la tarde y nada, yo estaba devastado, debía ser el peor padre del mundo. Entonces recibí una llamada a esa hora, era de parte del hospital. Se trataba de mi padre en estado crítico.
Tan pronto recibí aquella acida noticia tome un taxi camino a ese hospital, y allí lo vi, entubado y dando escasos signos vitales, la enfermera me había contado lo sucedido, durante el día camino a su casa un camionero inconsciente y ebrio se saltó la luz del semáforo y allí ocurrió el impacto. Mis ojos se había secado, había llorado mucho por Suzanne y ahora mi padre, no hacía más que pensar, “Si no le hubiera evitado irse de noche, quizás él estaría bien” Entonces allí, justo frente a mis ojos, la máquina que mostraba su triste espectro de vida, me monstro sin piedad como aquellos picos se volvían una línea horizontal marcando el fin de su vida. Los doctores se abalanzaron sobre él con electrochoques y demás, y yo no podía moverme, hablar o siquiera escuchar, el único rastro de conciencia que a mi llegaba era la visión de aquel horrible rostro, esa mujer pálida de cabello blanco, ojos negros y cara alargada con enorme boca. Temblaba y para más aún, sentando en aquella silla al lado de mi padre muerto me desmayé.
Al día siguiente, cuando desperté, era yo quien estaba acostado en una camilla, a mi padre se lo había llevado, ya los despojos no eran necesarios y en la morgue yacían. Pálido, con ojeras de fatiga tome un taxi y volví a la maldita casa, soledad y nada más, el equipo de búsqueda se había resignado, y es que hasta yo sabía que no encontraríamos a Suzanne. Caminé como pude, pero no fui a la casa, caminé por los tablones y me dispuse a mirar mi reflejo en el agua, contemplaba la idea del suicidio, entonces al lado de mi reflejo, espectros reflejados se hicieron presentes, yo me encontraba devastando, triste, y desanimado, no importaba ya nada, en el agua vi reflejada a mi esposa Emilia, quien abrazaba cariñosamente un reflejo alegre y vivaz de mí, al lado se encontraba mi hijita feliz y sonriente, y atrás de mí, el reflejo de papá, quien se veía seguro de sí mismo, alegre y próspero, y aunque mi reflejo era la más grata cara de la felicidad, yo en físico me encontraba llorando, llorando y moqueando como un niño que ya no le queda nada. Mis lágrimas caían y disipaban el reflejo convirtiéndolos en una ominosa mancha blanca, mancha blanca que al atenuarse no era más que la cara horrible, detestable y amorfa de aquella mujer desproporcionada y pálida que se reía de mí desde dentro del agua, grité y probablemente allí mi cordura se hizo añicos, dándole la razón a todos los que cuentan mi leyenda, pero corrí despavorido de esa cosa, y podía escuchar sus carcajadas, su risa grotesca y burlona mofándose de mí. Aquella, la cosa reflejada en la laguna.
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hoy no duermo :o
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