Emira

in #cervantes6 years ago


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Amigos de Steemit, de los géneros literarios narrativos, la crónica es uno de los que más me ha cautivado, por eso he venido trabajando con personajes de mi ciudad. Les presento esta: Emira.

Cumaná es un sol con playa y brisa. Aquí llegué hace veinte kilos menos, con cabello y barba negrísimos y con los bolsillos cargados de sueños.

Y los sueños se fueron cumpliendo casi todos, gota a gota, en los ojos y en la frente, en el corazón y en el ama, en el cerebro y en la piel.

Aquí nació mi hijo: un corazón que palpita en mi garganta. Aquí viven mis padres: dos niños grandes de más de ochenta años. Aquí conocí a Sol: mi increíble compañera, capaz de soportar a este escritor desordenado y distraído.

Cuando la conocí, ella estaba a punto de graduarse de profesora de Castellano en la Universidad de Oriente; se graduó y allí la contrataron inmediatamente. Ya yo era jubilado y me había dedicado a escribir. Eso me permitía, en muchas oportunidades, acompañarla y esperarla a que saliera de clase; luego nos íbamos a casa.

De ese modo conocí a muchos profesores de su entorno más cercano y a otros que por variadas razones entraron en contacto conmigo.

En una de esas oportunidades, mientras esperaba que Sol saliera de dar clases, el látigo del sol me obligó a refugiarme en una frondosa mata de almendrón, me senté en una piedra, sabía que la espera sería cercana a una hora.

El calor se cocinaba espeso, a fuego lento, amenazando con vencer la sombra de la mata de almendrón; los estudiantes embluyinados caminaban apresurados, unos vigilantes dormían la siesta tendidos en la grama debajo de un framboyán. La brisa salvaba la patria, un silencio de modorra andaba suelto.

Vi que una mujer se acercaba a mi refugio; por la edad, la forma de vestir y el equipaje de carpetas y libros, supuse que se trataba de una profesora.

—Ay, no, ¡Dios mío! ¡Qué calor!—me dijo—sonrió amablemente, se secó el sudor con un trapito blanco y luego continuó diciendo:

—Pensar que tengo que esperar casi una hora, me toca una sección a las dos de la tarde en el Oceanográfico ¿No te importa compartir tu mata de almendrón conmigo?

—Claro, profesora—le dije—pase adelante. Tomé un pupitre destartalado que estaba cerca y se lo ofrecí.

Y comenzamos a hablar con naturalidad, como si fuéramos viejos amigos. Pero sobre todo habló ella (cosa extraña, porque normalmente pasa todo lo contrario).

Es que el tema era apasionante, me habló de la conservación del medio ambiente, de las reservas acuíferas, del reciclaje, del Turimiquire, del río Manzanares, del Golfo de Cariaco…

No solo me impresionó el dominio del tema sino la pasión con que defendió el equilibrio ecológico de Cumaná. Se enterneció, casi a llorar, cuando me contó de cómo mueren atropellados los cangrejos soldados cuando atraviesan la Avenida que separa el mar de la Laguna que está al lado de la Universidad.

—Mire, colega—me dijo hablando con firmeza—si siguen muriendo así los cangrejos, ni siquiera esta mata de almendrón quedará en pie.

Era una mujer de unos cuarenta y cinco años, robusta sin llegar a ser obesa, de rostro agradable, vestida de profesora universitaria. Solo contrastaba con su atuendo unas extrañas medias rojas de paño.

Repentinamente me dijo: —Se me hace tarde—un docente siempre debe llegar primero que sus alumnos y se fue, caminando rápido, con paso seguro, rumbo al Edificio del Oceanográfico.

Cuando Sol salió de clases fue directo al almendrón.

—¿Se te hizo muy larga la espera?—me preguntó Sol.

—No—le respondí—más bien se me hizo corta. Es que conocí a una profesora bien interesante.

—¿A quién? ¿Cómo se llama?—me preguntó Sol, intrigada.

—Me acabo de dar cuenta de que no le pregunté su nombre. Es una profesora más o menos alta, robusta, de pelo liso y abundante. Especialista en ambiente.

—¿Tenía medias rojas?—me preguntó Sol, en un salto.

—Sí—¿Por qué?—le pregunté extrañado del detalle.

Si algo tiene Sol hermoso son sus ojos y su risa.

Una risa de negro en una muñeca blanca.

Camino al carro, Sol pudo controlar la risa y me dijo:

—Mi amor, esa es Emira, ella es loca, una loca. Ella no es ninguna profesora.

—¿Cómo?

—No, tú estás equivocada. Esta no es ninguna loca, esta es una profesora muy elocuente, una experta en ambiente, ecología y esas cosas.

—Otro más que cayó en las manos de Emira.

—Mira—me dijo Sol, señalando el Edificio donde queda la Asociación de Profesores—¿No es esa que va allá?

—Sí—le dije—esa es.

—Bueno—me dijo Sol, otra vez con su risa burlona, esa es E M I R A: ella es loca.

—¿Verdad, Sol? ¿No me estás engañando?

—Claro, vale, aquí en Cumaná, todo el mundo la conoce, más bien me extraña que tú no la conocieras. Yo soy amiga de ella y la quiero muchísimo; ella es linda.

Así la conocí y empecé a investigar sobre ella, impulsado por mi obsesión de escritor que persigue, que se enamora, que se doblega ante el magnetismo de algunos personajes de Cumaná.

Un día la seguí a cierta distancia, vi cómo tomó el autobús de la Universidad, llegó hasta la parada del Centro, atravesó el puente que cruza el río Manzanares y caminó pausadamente. Todo el mundo la saludaba: “Adiós, profe; adiós, Emira”. Llegó hasta la Plaza Miranda, allí se sentó en un banco y dio una clase magistral a los borrachitos de la plaza sobre el daño que le han hecho a todos esos árboles pintándoles el tronco. Se devolvió hasta el Parque Guaiquerí (donde queda el Instituto Nacional de Parques) Entró a la oficina del Presidente y allí estuvo cerca de cuarenta y cinco minutos. Luego caminó hasta la Calle Zea (que es donde vive) Entró en una de esas casas viejas, y no volvió a salir.

La “Zea” es una calle larga y flaca con caserones viejos. Allí vive Emira con su familia. Entra y sale como una docente que va a cumplir religiosamente con su trabajo.

—Yo sí que soy bien boca abierta—le dije a Sol— No darme cuenta de que no era una persona normal.
—Bueno, sí eres boca abierta, sí eres y sí eres—me dijo Sol— Pero no fue por eso que no te diste cuenta—Es que ella es muy especial, eso le ha pasado a mucha gente.

—Fíjate que en una oportunidad hubo en Cumaná una Jornada Internacional sobre el ambiente. Emira se las arregló para entrar. Hizo una intervención, y fue tan brillante su actuación que todo el auditorio se paró a aplaudirla. Lo increíble fue que brasileños trataron de contactarla para llevarla como invitada especial a Brasil. Costó mucho trabajo explicarles a esos expertos quién era Emira.

Ella hace su cola en el Rectorado, se reúne con la Jefa de Personal y pregunta incesantemente por qué este año tampoco aparece en nómina.

Da una explicación exhaustiva sobre el presupuesto universitario (conoce al detalle la codificación presupuestaria). Maneja de memoria casi toda la nómina del personal docente y administrativo. Analiza con gran agudeza la problemática universitaria, no sólo la de la Universidad de Oriente, sino la de todas las universidades del país.

Pero ella no se queda solo en lo del ambiente y en lo de la Universidad, Emira puede disertar sobre cualquier tema nacional e internacional con gran profundidad.

Ella llega tempranito a la Asociación de Profesores y se lee todos los diarios, casi no pestañea, su disco duro hace suya toda esa información.

Una amiga dice que Emira tiene el don de la ubicuidad, porque se la encuentra en todas partes.

Y es verdad, porque a mí que me gusta caminar me la encuentro en los sitios más recónditos de la ciudad: En el Parque Ayacucho, en el Ministerio del Ambiente, en el Consejo Legislativo, en la Alcaldía, en la Casa de Gobierno, en la Biblioteca Pública, en el Instituto de Deportes…Con sus viejos zapatos llenitos de polvo de tanto caminar, sudorosa, apurada, apurada, sonriendo como un ángel, con su mirada de pájaro perdido, con sus ridículas medias rojas, con su carga de papiros olorosos a rosa y a mar, con sus carpetas donde guarda los secretos de amor que el mundo no ha sabido ver.

Si usted algún día viene a Cumaná o si por alguna razón la ve, salúdela, quiérala, que ella es Emira, el árbol más frondoso, que anda por allí buscando plantar su sombra.

Sort:  

Cumaná queda engalanada con esta crónica. Hermosa manera de expresar la lengua, escritor. Saludos.

Me alegra que te haya gustado, @fafavasquez

No sé si crónica o cuento, pero esta es una hermosa historia --muy bien contada-- de un personaje entrañable de Cumaná. Fíjate que a mí tampoco me pareció tan loca las primeras veces que la escuché hablar (que fueron varias).Tal vez la suya es una de esas locuras lúcidas. O quizá una especie de Casandra cumanesa a quien nadie cree (por su locura), aun cuando sus palabras nos revelan verdades tremendas. Gracias por este texto tan delicioso y que despierta la nostalgia. ¡Saludos!

Saludos, @reycard, saludos desde lo más profundo del corazón de Cumaná. Hermosas y ciertas palabras para describir a Emira

¡Dios! ¡Demasiado! Enamorada de su hilo narrativo. .. Mis respetos, Sr. @acostacazorla.

Gracias, @zeleiracordero, qué hermoso comentario, para los narradores como yo, que escribimos con el alma, nos emociona profundamente esas palabras de aliento. Un abrazo.

Así es Emira... Y siempre contando verdades que a nadie les gusta escuchar... Gracias @acostacazorla por presentar al mundo tan valioso personaje de esta tierra oriental.

Gracias, @ingritte, harto me alegra que me leas, tus comentarios me llenan de una profunda emoción, se nota tu sensibilidad, tu posibilidad de ver en las personas su lado más hermoso.

Muchos hemos caído en su discurso, @acostacazorla. Yo tengo un primo que hacía una suplencia de jardinero en la UDO y una vez llegó a la casa diciendo que la rectora se había detenido a pedirle una matica y le dijo que se lo iba a llevar a su casa para que le sembrara unas rosas. Cuando la describió, supimos que había sido Emira. JAJAJA. Gracias por hacerme recordar tan entretenidamente ese personaje tan emblemático de la UDO y de Cumaná.

Entonces, @nancybriti, tu primo y yo tenemos la misma sangre de boca abiertas, jajajaja, gracias a Dios, porque eso es lo que nos permite poder ver la hermosura que vive en la gente como Emira. Muy complacido por saber que me leíste.

Emira nunca se vio tan bien retratada! Excelente crónica; excelente labor. Una compilación de este y otros tantos personajes que se has estado documentando representarían una gran sasón para la memoria histórica de Cumaná, que tanta falta le hace. Se nos ha vuelto tan ácida esta ciudad.

Ácido como el Tamarindo cuatricentenario, @hlezama, como la soledad que se desmaterializa en la Universidad. Gracias por leerme; tu lectura es profunda, buena y sensible.
Yo también te estoy leyendo.

¡Buenísma tu crónica, @acostacazorla! El personaje de Emira a todos los que la hemos conocido (y tratado de alguna manera; son inolvidables sus interpelaciones directas en los pasillos o en los buses de la UDO) nos ha sorprendido. Por cierto, hace tiempo que no la veo.. Te agradecemos esa presentación tan respetuosa y cariñosa de un personaje que ha sido parte de nuestras referencias de vida en la universidad. Pendiente para leer de ti otras crónicas similares.

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