Estoy sentado frente a la mar, este será mi escenario para escribir hoy. Amarré mi viejo Renault debajo de un guayacán, un árbol de tronco pequeño y grueso, retorcido como una constrictor, con una sombrilla vegetal de hojas diminutas que se tejen para no dejar escurrir ni un rayo de sol, nace allí una sombra fresca y cautivadora; la arena y mi mirada viajan hasta allá, la primera nace de mis ojos para estar seguro de que no se lo vayan a robar, y la otra, la blanca arena, choca con los neumáticos abrazándose a ellos, amenazando con devorarlos hasta hacerlos desaparecer.

Estoy sin camisa, el sol aún es una buena persona, me da un abrazo mañanero, pero su mirada clara me hace ver que pronto cambiará de humor. La brisa silba haciendo lazos amorosos con la arena, se confabulan para hacerme apagar los ojos, rozan mis labios, irrespetan mis oídos, se hacen dueños de todo.

El papel y mi lápiz resisten el embate y comienzan a dibujar mis pensamientos más profundos; el lápiz, mi lápiz, amigo silencioso que cincela oscuras ventanas por donde aparecen descansando los rincones de mi alma; el papel, lienzo solidario, alfombra mágica que me permite soñar.

La mar comienza a seducirme, una ola mensajera se desgrana con fuerza, extiende sus últimos encajes hasta tocar mis pies, y me unge de su energía inconmensurable. El papel me pide que no lo abandone, el lápiz quiere terminar de contar la historia interrumpida, mi Renault me recuerda que no debo descuidarlo; una bandada de musas rojas pasa surcando el paisaje, quiere recordarme mi deber de escritor. Una nueva ola crece, se agiganta en la cresta, explota en la orilla y me abraza, se ríe con perfumes de espuma y sal, y luego retrocede ágil y elegante.

Fuente

Mis fuerzas flaquean y sucumben, hoy no habrá historias, papel y lápiz flotan huérfanos, me entrego; ahora soy líquido, espuma, exaltación ondulatoria y plenitud profunda.

El sol ha cambiado de humor, pica y clava las espuelas, el cielo se hace pequeño para él, las nubes se esfuman como si jamás hubiesen existido, un azul, azulísimo, lo abarca todo por encima de él. El mar se aquieta respetuoso y esconde sus olas. La brisa huye, se esconde más allá de la Península mordiendo el horizonte, la arena presencia cómo se caen los castillos abandonados a su suerte. Mi Renault abre los brazos y exige mi presencia, el lápiz y el papel se han refugiado en un troco salvavidas.

Salgo del trance, del influjo abrasador de las aguas, con mucho esfuerzo recupero el norte de mi vida, doy gracias al Dios Sol por rescatarme, me pongo mi camisa, camino pesadamente hacia el guayacán, dibujo paso a paso mi peso en la arena, mi sombra se recoge y se esconde dentro de mí en magia meridiana, me seco y termino de ponerme toda mi ropa. Los zapatos dejan caer los últimos reductos del ataque de la arena. Abro el Renault y me siento dentro de él, el viejo amigo que sobrevivió a mi locura; el papel me sonríe, el lápiz salta a mi mano y revive la historia.

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