«Los corderos» [Relato]

in #cervantes-curaciones6 years ago (edited)


serás lo último que pida
que pierda
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Corina Michelena

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Fuente

Diario de Amina

Daraya, agosto 16
[6 días antes del bombardeo]

Yo tomé la aguja, no Nahid. Yo era la que debía ir al frente.

   Han pasado tres días y no he podido decirle a mi madre lo que sé porque entonces no podré volver a la biblioteca…

  Tengo miedo a cada rato. Hoy coincidí con Badra durante la colada y leí en sus ojos la misma angustia: ¿Dónde está Nahid? ¿Qué le ha ocurrido? ¿Acaso…? Badra lleva en sus hombros la sombra de la experiencia. Su hermana había caído presa junto con otras mujeres del Movimiento el Sábado Negro, hace cinco años. El régimen sabe que el interruptor de la conciencia está en la sien y no vacila en apagarlo para siempre. Por eso nos preocupa Nahid. La bella Nahid que tenía el talento de una gacela para esquivar la mira de los francotiradores… “tenía”, he dicho “tenía”, Nahid ha desaparecido y la nombro en pretérito,
ya la he matado.


Diario de Sahira

Daraya, agosto 18
[4 días antes del bombardeo]

Cuando envolvimos el cuerpo de Adhara, la hermana de Badra, entre sábanas blancas y lo apilamos con los otros cadáveres, todas le volvimos la espalda a las sagradas escrituras: habíamos sido obligadas a probar el fruto del árbol del Zaqqum pese a nuestra fe y en medio del dolor las palabras del Profeta eran a nuestros oídos como los gritos de un hereje.

   Entonces decidimos buscar otros dioses, dioses que no nos hablaran de soportar el tormento con la sumisión de los penitentes sino que nos ayudaran a asimilarlo, a convertirlo en imagen, a transmutarlo fuera del vientre y del corazón. Shakespeare, Baudelaire, Lautréamont, Keats, Dostoyevski, Camus, las Brönte...

   Pero Alá todo lo ve y no olvida.

   Nahid estaba ansiosa por tener una segunda lectura de Romeo y Julieta. Todavía recuerdo cuánto me felicitó por mi hallazgo. Su obsesión por el autor era casi palpable. «La tragedia es la máxima expresión del amor por la vida. Frente a la tragedia nos aferramos al suelo, a la respiración, revivimos el valor del instante. Y morir por una pasión tan intensa, auténtica en su éxtasis inmediato, ¿hay mayor gloria que esa?», me dijo una vez.

   Pues no morirse.

   Eso fue lo que no respondí en su momento: la mayor gloria es no morirse.

  El pánico ante la desaparición de Nahid ha infectado las casas de los que todavía permanecemos aquí. Nuestras madres se frotan las palmas de las manos y ruegan a Alá porque la hija perdida regrese a salvo. Es posible que sus plegarias no sean escuchadas por nuestra culpa.

   No nos dejan reunirnos, puede que piensen que habrá más oportunidades de hacernos hablar si nos interrogan por separado. Creo que en el fondo solo están esperando una confirmación. Nuestras madres saben lo que hay en el sótano del viejo edificio en ruinas y también conocen los riesgos que implica llenar las estanterías que se mantienen en pie. Nadie quiere que sus hijos sean voluntarios para hurgar los escombros de una ciudad sitiada en busca de libros. Para mí eso es una franca ironía, ¿quién mejor que nuestra gente para saber lo que es dar la vida por un libro? En todo caso, lo hacemos por los niños...

   Ayer la ESL estuvo en la casa de Nahid. Su madre fue incluida en el siguiente lote de refugiados que dejarán Daraya. Nuestras fuerzas merman cada día. Pronto caerán definitivamente las defensas y quedaremos a merced de los chabiha. Con todo, la mujer se niega a irse. Si su hija yace en medio de las ruinas y las bombas, ella la seguirá.


Diario de Badra

Daraya, agosto 21
[menos de 24 horas antes del bombardeo]

Todas vimos a los niños.

   Las fosas comunes crearon largos surcos en la ciudad. Aprendimos a saltar las zanjas evitando sentir temor de nuestros muertos, expuestos como las venas abiertas de un suicida. Una visión cruel, de las que se te pegan a los párpados y se vuelven lo primero que ves cuando cierras los ojos.

   Nahid daba el salto a ciegas: se enrollaba la pashmina alrededor de los ojos, después de calcular la distancia, y cruzaba. Se hizo asidua a esa rutina luego de lo que le pasó a Adhara. Sentía que su rostro estaba en todas partes. Aunque las dos habían sido muy cercanas, siempre me pregunté por qué la muerte de mi hermana parecía afectarla un poco más que al resto…

   Entonces ella decidió ir al frente en lugar de Amina.

   Hacía varias lunas que habíamos visto a los niños.

   Sahira repasaba unos versos de Keats que tradujimos del inglés gracias a la visita de un reportero extranjero. Era un poema brevísimo acerca del mar y ella lo repetía una y otra vez, como si fuera una canción de cuna. La mecha de las velas se hundía en la cera derretida y la luz de las llamas ya casi no proyectaba sombras en las paredes.

   De súbito, Amina gritó. Seguí con la mirada el punto hacia el que señalaba su mano temblorosa: los rostros de los niños flotaban en el aire, opacos, frágiles. Uno al lado del otro formaban una gran nube de ceniza a través de la que se alcanzaba a ver la salida del recinto.

   Nahid se aproximó, estiró su mano como si quisiera tocarlos. Hubo un respingo colectivo y un segundo después, se habían ido.

   Ahora que revivo el episodio en mi cabeza, me parece que estaban allí para escuchar a Sahira. Quizá siempre habían estado ahí, suspendidos, atentos.

   Quizá los muertos eran ojos en una noche sin historias.

   Quizá nosotras habíamos llegado hasta este punto para contar sus cuentos, para darles una memoria lejos de la guerra.
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  En mi hogar hay un revuelo. Aun con el peligro tan cerca, es difícil reducir toda una existencia a una sola maleta. Escribo esto mientras mi madre llora en silencio, contemplando las pocas pertenencias de Adhara.
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   Nahid no volverá. Algo me dice que pronto su cara aparecerá con las de los otros en la nube de ceniza.
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   Si nosotras nos vamos, ¿quién leerá las historias para los niños muertos de Daraya?

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Si llegaste hasta aquí, te agradezco infinitamente por la lectura.
El epígrafe de este relato pertenece al libro Honra de sierva y 830 justos, de Corina Michelena.
La imagen de la pintura inicial se titula Cordero de Dios y es una obra de Francisco de Zubarán.

Abrazo,

Dev.

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