Una familia imaginaria (1)

in #cervanes6 years ago (edited)

Amigos, empiezo una serie de cuentos. Ojalá les guste.

Una familia imaginaria

Crecí en una familia grande, rodeada de un montón de hermanos. También tengo un montón de tíos y primos. De algunos de estos últimos sólo conservo un vago recuerdo infantil, a otros no he llegado a conocerlos. El resto de mis familiares son personas híbridas construidas por la magnífica capacidad de mi abuela materna para tomar un personaje histórico, héroe novelesco o de cine y asignarle un parentesco familiar o, en un ejercicio más fino de fabulación, tomar a un tío abuelo cualquiera y adjudicarle las aventuras y trances de los héroes de ficción.
Mi familia imaginaria llegó a tener una consistencia equivalente a la de mi círculo familiar real, conocido e inmediato y, sin duda, siempre fue más interesante. En nuestros encuentros vespertinos, mientras tejía complicados moños en mi cabeza, la voz de mi abuela no delataba ningún esfuerzo mayor que el de hurgar en la memoria para reencontrar datos de vidas muy viejas. Contaba sus historias con total naturalidad, las tramas eran armadas con una desenvoltura asombrosa. Mi abuela era Cherezade, nacida por accidente en Cumaná, a principios del siglo XX.

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Un verduguillo

El abuelo de mi abuela decía que era caballero de la orden de Santa Paula, allá en la España de la que partió para buscar fortuna en América (aunque otra historia cuenta que huía de la cárcel por deudas). Un naufragio lo puso en las Canarias, donde compró a una india que se trajo hasta las costas de Puerto Escondido, aledañas a la población de Cumaná. Con ella comenzó en estas tierras su linaje y su imperio de terror.
Antonio Ruiz llevaba la maldad en la sangre. Era autoritario, inteligente para los negocios, guapo, carismático e imponente. Rápidamente se convirtió en el casique fundador de un pueblo pequeñísimo dominado a su entera voluntad por la ley del verduguillo.
Contaba mi abuela que las leyes eran sencillas: dependiendo del valor de lo robado, el tátara decidía cuántos dedos del ladrón se llevaba el verduguillo; si el asunto era por malos entendidos, se hacía lo que el tátara decía o verduguillo; si era por casamiento, daba su bendición y, al que se le ocurriera tocarle una mujer, el verduguillo se lo llevaba.
Era esta arma, contaba mi abuela, muy hermosa, con mango de cuerno y pomo de plata, que tenía esculpido un león rugiente. La hoja era delgada, larga y afilada, terminada en una punta afiladísima. Quedaba disimulada en un estuche que imitaba a un bastón.
Este instrumento de nombre siniestro fue conservado por el abuelo de mi abuela hasta el día de su muerte. El hombre terminó por apagarse aferrado a su verduguillo, consumido por la furia de padecer una enfermedad degenerativa que le hacía cagarse los pantalones.


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Sólo llevamos ropa a tender

Un tío de mi abuela se vino a vivir a Puerto Escondido, en una casita que pidió al abuelo, bastante retirada del asentamiento principal. Vino desde la otra punta del país, ya maduro, hosco y silencioso. La gente del pueblo contaba historias sobre un supuesto pasado repleto de aventuras, de piratería, vividas a bordo de una nave de la cual fue contramaestre. Para ese tiempo, una prima de mi abuela, de nombre Conchita, florecía increíblemente bella en el pueblo y el tátara había mandado que fuera a vivir a su casa, a atender la cocina, pues necesitaba quien le hiciera su majarete para la media tarde. Y no, el contramaestre no se enamoró de Conchita. En un giro inesperado, para deleite narrativo de mi abuela, contaba que Conchita, de quince años, se embarazó de un marino, amigo del tátara, quien, por supuesto, no volvió a aparecer por el pueblo.
Lo que ocurrió es que mi abuela y su madre no pudieron evitar que el abuelo notara el embarazo de Conchita, ni que ordenara su búsqueda, ni que amenazara con asesinarla a ella y a su amigo del alma. Pero hicieron lo que pudieron: escondieron a Conchita en un cesto de ropa y cruzaron con ella a cuestas la batida comandada por el abuelo por el monte vecino. Cuando el abuelo preguntó qué hacían fuera de la casa, mi abuela respondió con la voz más firme que pudo: “Solo llevamos ropa a tender”. Por insólito que parezca, el tátara se tragó la excusa y no les prestó más atención. Conchita fue entregada a la protección del contramaestre. Tuvieron que rogarle; lloraron. El contramaestre se llevó a Conchita. Cuentan que crió bien al hijo que traía en el vientre y que tuvieron otros tantos, por allá, por las lejanas tierras del Zulia.


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El mar sin playa

Mi abuela no recordaba quién le había enseñado esa canción, tampoco recordaba la letra completa. Para el momento en que me contó la historia que la implicaba ya sólo recordaba ese verso: "...el mar sin playa", porque era el que despertaba la ira de Antonio Ruiz, mi tátara, El Verduguillo.
El abuelo de mi abuela no soportaba las cosas que no podía controlar, no sufría lo que no podía sumar, contar o medir; se amargaba con las cosas a las que no encontraba derecho o revés. Enfermo, postrado en una hamaca, muriéndose de a poco, obligaba a mi abuela a mecerlo para aliviar el calor. Mi abuela cantaba esa canción y el hombre la increpaba y le enseñaba torpemente el verduguillo, le decía que pensara con la cabeza: ¿cómo podía existir un mar sin playa? Mi abuela creía que ese acertijo lo exasperaba particularmente. Creía que lo atormentaba durante las muchas noches en que los dolores de la enfermedad lo mantuvieron despierto, padeciendo la envidia del sueño ajeno. Mi abuela cree que la canción lo hacía cavilar sobre su propia muerte.


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Sort:  

Qué belleza, @adncabrera. Gracias por compartir esta serie de cuentos finamente relatados y en esa voz culta pero familiar que siempre disfruto. Ansiosa por el próximo; ya lo quiero leer. Además, tengo un placer muy mío al encontrame con estas letras, pues son memorias que he olvidado y otrás que jamás tuve.

Qué belleza de comentario, @marlyncabrera. Efectivamente, tú eres la nieta pequeña. Ojalá mis cuentos puedan darte algún rescoldo de lo que fueron esas vivencias.

Tienen algo de mágico tus cuentos... Gracias por compartirlos...

Gracias @yolmare, por leer y comentar.

Hola @adncabrera. Las constelaciones familiares tienen historias que deben ser contadas. Algunas nunca salen a la luz. Gracias por deleitarnos con la buena escritura de esta historia, que es también la mía. La voy a soñar.

@sandracabrera, supongo que, como la lectura es un arte, y creo firmemente que lo es, esa habilidad se hereda. Así como hay familias de músicos, hay familias de lectores. Somos afortunadas.

Me encantó tu cuento, muchas gracias por compartirlo... saludos y te sigo

Gracias por tu lectura y comentario, @meleudi.

"...padeciendo la envidia del sueño ajeno...", la mejor descripción del insomnio. Genial. El estilo del relato me recuerda a García Márquez.

Gracias, @sansoncarrasco. Como siempre, tus comentarios me dejan con la alegría de contar con la suerte de tu lectura.
(Cuando la sincronización funciona... estaba pensando entrar a tu perfil para ver la crítica de una película animada que dejé pendiente de esta mañana.)

La presentación que haces de tu abuela traslado diectamente a Edward Bloom el personaje principal de Big Fish . ¡Qué don ese^! Tuviste mucha suerte de disfrutar de esos relatos orales . Ahora tú, con tus cuentos, nos permites adentrarnos en esas historias tan fascinantes e inquietantes. Esperando por los nuevos posts de esta serie .

Big fish es una gran película. La adoro. Y sí, mi abuela era una narradora extraordinaria. intento hacerle justicia, pero es muy difícil.

como diríamos, que sabroso relato...

Fabuloso. mágico, lleno de reminiscencias de un pasado turbulento. Tienes un don increíble para relatar historias y esta me encantó, al paracer tu abuela era muy cuentera y tu supiste extraer esta historia para deleite de los que te leemos.

Gracias por leerlo, @mariqyes. Sí, mi abuela era una narradora natural, lo que quiere decir que también supo retocar sus historias, salpicarlas con drama acá y allá, agún viso fantástico. Por ella me hice lectora; lo que no supe, hasta muy adelantada mi adolescencia, es que por ella también me hice escritora. Un abrazo; nos estaremos leyendo.

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