Ella gimió al entrar, pero a Armando esos rudimentos del placer sólo le evocaban el vértigo de la mirada de Génesis. El acto de mete-saca, era solo eso, aunque excitante carecía por completo de la profundidad absoluta que era estar en su interior. La había conocido en una reunión que organizó un amigo suyo, en la cafetería Tocuro que se abría a la plaza grande. Pero a partir de ese momento, Génesis ocupó el puesto de diosa ensoñada. En las noches veladas por la frustración, la imaginaba tocándose en frenesí mientras sonreía provocativa. Caía en un pozo alucinante en donde sus manos recorrían su piel blanca, tocaban sus diminutos senos y sus dedos excavaban en la tierra prometida. Volvía de esos raptos con una eyaculación precoz que lo dejaba exhausto, exánime en la nube húmeda de sus ojos verdes. Habían vuelto a conversar, en un encuentro fortuito, en el comedor de la universidad. Y mientras sus labios, pequeños, con un lunar en la izquierda, sorbían el café, Armando aunaba un mejor momento, en donde esos mismos labios semiabiertos se inundarán de su esencia vital. Fue un tormento verla despedirse y balancear sus caderas en un gozoso baile de feminidad. Ni siquiera sus citas esporádicas con otras chicas llegaban a igualar la locura que era poseerla en un delirio. Estos encuentros casuales lo agobiaban hasta retrasar la finalización. Sólo lograba culminar el éxtasis, relegarles un poco de placer a esos cuerpos fríos y abiertos para sí, si pensaba en el jazmín mezclado con sudor que era el perfume de Génesis. En ese instante sus embestidas se endurecían y aquellas sombras elevaban gemidos de complacencia, que sin embargo, en su trance idílico, no tocaban a Armando. Podía ver con la lucidez recreada, la gruta sonrosada y exuberante de líquido tibio que abría para él. Solo así llegaba a desfallecer sobre aquellos esqueletos que lo envolvían entre sus piernas y le mordisqueaban el lóbulo de la oreja. Con su cara escondida tras un hombro bañado de sudor, pensaba que ese, dentro de su repertorio local de lugares tristes, ocuparía un lugar alto en la calificación. Abrazados así, resoplando, vaciados de todo sentido. Y por supuesto lo atacaba aquella repugnante pregunta de imaginar a su diosa esclavizada por cualquier mortal. De verla montada y llegando al punto indecible de verdad revelada que él no podía otorgarle. Estas dudas eran el único punto negro dentro del cosmos neblinoso de su fantasía. Ya la sed nocturna no se colmaba con las imágenes de su diosa abierta y entregada para él. De introducirse en el río salvaje que le ofrecían.

Su amigo, que sabía de aquellas abstracciones, lo invitó a una fiesta en su departamento. Las fiestas son un buen sitio para olvidar. Es más, parece que todos llevan su tristeza y la exponen desesperadamente en un acto de salvación. La reunión se desarrolló dentro de ese túnel vertiginoso que produce el alcohol. Cuando las paredes subían en bamboleantes espirales de humo, y la música le llegaba desde el fondo del mar, Armando decidió irse. Se abría paso cuando tropezó con alguien, a quien empujó duramente. “Pero qué te pasa Armandito ¿el anís te sentó?” Él pudo reconocer esas uñas pintadas de colores claros. Siguió aquella mano blanca, con cadenitas de oro en la muñeca que sostenía la cerveza hasta llegar a una mirada enloquecida de ojos verdes. “Necesito hablar contigo, si puedes amor” Génesis lo llevó por pasadizos dentro de los cuales el mundo vibraba, que desembocaron en un cuarto de baño dentro de una habitación. Armando intentaba reponerse de la sacudida mientras su diosa le hablaba a través de la puerta. “Estoy peleada con mi novio” Se oían frascos moviéndose “Yo solo quiero que alguien me ame Armando, pero de pana es difícil” Armando tambaleándose abrió la puerta. Adentro ella lo esperaba sin camisa, en pantis, sus senos que él imaginó diminutos no lo eran, de hecho eran grandes en composición con la figura menuda. El cuerpo de Génesis pareció disolverse en un agitado latido mientras preguntaba ¿Armando tu también…? ¿Tú también lo has soñado?
Ella gimió al entrar.

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