El Misterio de la Tumba de Dafne (Primera Parte)
El frío de la neblina se convirtió en testigo del letargo de mi sueño, al verme postrado en mi lecho, con las manos en mi pecho, soñando con mi amada; Dafne. El sueño era hermoso, acogedor, como para quedarse eternamente en ese fragmento del reino de Morfeo, y más aún, porque me encontraba con el amor de mi vida, abrazados fuertemente mirando el fantástico paisaje.
Estábamos encima de una roca sentados, en medio de un bosque encantado, donde criaturas feéricas murmuraban y se deslizaban por las copas de los árboles de hojas de diversos colores, nos rodeaba la maravillosa hermosura de una aurora boreal, que nos atravesaba sorprendentemente cada vez que bajaba hacia nosotros y nos acariciaba con su luz celestial.
Dafne me abrazaba con ferviente intensidad recostando su cabeza en mi pecho, yo hacía lo mismo mientras tocaba su cabello suave mirando tan atento cada pelo dorado que tomaba al acariciar. Hablábamos y recordábamos aquellos tiempos de antaño cuando ella estaba conmigo; me sentí tan feliz y vivo, una vez más la vida tuvo sentido de nuevo.
De repente, la mirada de Dafne cambió, su cabeza de volteó posando sus ojos hacia los míos, ya no era una mirada afable llena de felicidad sino que era una mirada cargada de preocupación y miedo. Levanté mi mano derecha y la apoyé sobre su rostro y aunque no podía emitir palabra alguna quería preguntarle aunque sea con señales lo que estaba pasando. Me abrazó muy fuerte y al final solo me dijo: “Ayúdame, Reinaldo.”
En ese momento desperté, mis ojos me ardían y anonadado por el extraño final de mi sueño; me preguntaba porque los sueños con mi Dafne siempre empezaban tan gratos y placenteros y luego terminaban de una manera tan rara e incomprensible. Me levanté de la cama, y abrí las puertas de la ventana de mi habitación que justamente dan vista a su tumba, en una colina cerca de esta vieja casa.
Pasaron tres meses desde que mi amor ahora reposa con Dios y su corte celeste. La enterré en aquella colina donde pasamos los momentos más especiales de nuestras vidas. En aquella colina donde jugábamos de niños y correteábamos como dos pequeños cachorros el uno al otro. Fue en aquella colina donde hicimos el amor por primera vez, la vez que sentí a Dafne y la hice mía en aquella ocasión fue como si hubiera sido azotado por un torbellino de deseo enderezado de un arrollador amor pasional; con ella aprendí la belleza del exquisito placer, el regalo divino.
Había pasado un tiempo cuando un día me decidí, y fue en aquella misma colina donde matrimonio le propuse; ¡Dios! Estaba tan hermosa ese día, sus cabellos dorados rozaban sus delicados y hermosos hombros mientras hacían juego con el color de la luz matinal, y su sonrisa fue el elemento perfecto para darle un aspecto angelical. Yo por mi parte estaba nervioso, tembloroso y lleno de ideas sobre saltantes. Estaba inclinado frente a ella con un anillo esperando la impactadora respuesta, desmembrado de todos mis sentidos.
Comenzamos a construir nuestras metas, mientras que nuestros sueños volaban y volvían de tierras lejanas del norte, esta casa la construí aquí por deseo de Dafne, ya que estas tierras pertenecían a su corazón y a su vida, y la solitaria colina donde transcurrieron nuestros mejores momentos. Pero no pudimos completar nuestros sueños, una terrible tragedia llegó con fuerza a cambiar todas nuestras vidas.
Dafne fue diagnosticada con cáncer muy tardíamente, la enfermedad estaba muy avanzada y ya no se podía hacer más nada; en esos días mis rezos fueron más intensos e imploré a Dios de todas las formas posibles, hasta dispuesto estaba de pedirle ayuda a las tinieblas solo por no perder a mi amada. Pero el destino hizo su trabajo y en los últimos momentos de su vida yo estaba ahí, sosteniendo su mano como la vez que le coloque el anillo en su dedo torpemente el día de nuestra boda; y con el último aliento que exhaló, también murieron todas mis esperanzas de vivir.
Un remolino de dolores punzantes me abarrotó, sostuve la pena en mi pecho y la convertí en mi fuerza, mientras despedía de mi boca blasfemas maldiciones que me hicieron por un momento desviarme de mi fe. En aquella colina fue sepultada, construí un mausoleo digno para ella, al estilo románico su favorito, y ángeles en la cima de las cuatro columnas alrededor. La colina ya no quedó solitaria desde entonces, ahora siempre tendrá la compañía de Dafne.
Puedo vislumbrarla a la perfección desde mi ventana, en esta noche nebulosa. Me cuesta mucho dejar este lugar, dejar la casa, estas tierras y por supuesto a la tumba de mi amada. Desde su muerte no he tenido sueños diferentes, por lo que el de esta noche no me sorprende tanto, pero siempre esos extraños sueños tienen la manía de tener un final tan… nefasto.
La mayoría de mis sueños siempre son con Dafne, es obvio que la extraño demasiado y no puedo desarraigarme de su presencia, pero a veces pienso en esos ellos como una llamada de auxilio de parte de ella como si estuviera sufriendo en el más allá; pensaba que eran estupideces mías que son generadas por mi melancolía y nostalgia, y eliminé de mi mente esos pensamientos para concentrarme en mis verdaderas ocupaciones, sin nada más que idealizar vuelvo a la cama y duermo esta vez tranquilamente sin más.
La mañana del siguiente día estuvo muy tranquila, comencé el día con un buen desayuno y una taza de café al final, mientras disfrutaba del frío y la lumínica presencia del sol que me acompañaron hasta que comencé con mi trabajo. Soy escritor de poemas y novelas, un oficio que me permite seguir adelante a pesar de todo. He caído en el alcohol desde que Dafne no está, es lo único que me mantiene vivo y el cuerpo lleno de consuelo.
Mientras destapaba una botella de whisky para comenzar a trabajar escuché afuera el motor de una camioneta que se acercaba, me asomo por la ventana y efectivamente, se trataba de una camioneta blanca; era la camioneta de mis mejores amigos, Octavio y Rebeca, quienes fueron los padrinos de mi boda y hubieran sido los de mis hijos si Dafne y yo los hubiéramos tenido.
Me coloqué presentable para recibirlos con cálida exaltación, hace tiempo que no los veía. Los invité a pasar con el corazón regocijante por su visita mientras la comadre Rebeca se acercaba a mí con una tasa de aluminio con tapa de anime.
-Tome compadre; le traje un quesillito de ron con café que hice ayer tal y como le gusta, se lo come todo.
-Gracias comadre. –Respondí contento- No sabe cuánto extrañaba eso.
-También le trajimos leche fresca recién salida de la vaca. –Prosiguió el compadre Octavio señalando la camioneta. – Unos cuantos litros para que se deleite por unos días.
-Muchas gracias amigos, sé qué hace mucho tiempo que no nos vemos y disculpen mi ausencia, pero de verdad me sentía bastante… indispuesto.
Al terminar de explicarme los dos asintieron con la cabeza haciendo un gesto de comprensión y me ofrecí a ayudarle a Octavio a llevar de la camioneta los litros de leche para meterlos en la nevera. Después de haberlo hecho me volteo y veo las caras de preocupación de Octavio y Rebeca; me sentí extraño y un poco incómodo… tanto, que de una vez no dude en preguntarles:
-¿Qué pasa amigos? ¿Ocurre algo?
-¡Ay compadre! –exclamó la comadre Rebeca con tono de voz angustiosa. – Es que estamos demasiado preocupados por usted. Desde que murió la comadre Dafne casi no sale de este lugar a menos que sea necesario, ni siquiera lo hemos visto en la iglesia siendo usted muy devoto, pienso que ya es momento de darse un respiro fuera de este lugar.
-Tememos que el dolor lo esté aplastando por completo. –Prosiguió el compadre Octavio acercándose dos pasos hacia mí. –No es para nada sano que se la pase todo el día enclaustrado, en esta vieja casa acompañado por el tormento y la soledad, que son pésimas compañías y más cuando se ha tenido una pérdida tan significativa como la que usted ha sufrido. Venga con nosotros y se queda una semana en la finca por lo menos, tenemos una habitación reservada para usted.
-Sí, venga con nosotros compadre. –Continuó la comadre con voz esperanzada. –Necesita cambiar de aires y distraerse, la finca es un lugar perfecto para ello, además, su ahijado Pablito lo espera, pregunta mucho por usted, quiere saber cuándo volverá a acompañarlo a recoger mangos en la mata grande que está sola. Lo extraña mucho y quiere pasar tiempo con usted.
Al escuchar a mis queridos amigos y lo preocupados que estaban por mí me recorrió un sentimiento de pena y libidos pensamientos decadentes comenzaron a golpetear mi mente. Recordé que mi nuevo estilo de vida rutinario sin Dafne me había arrastrado a la depresión de manera discreta, tanto que ni yo me había dado cuenta, jamás pensé que mi nuevo estilo de vida fuera así de preocupante para hacer creer a las personas más allegadas a mí de que cometería alguna especie de acto suicida o que me dejaría derrotar fácilmente por alguna fuerte enfermedad.
Respondí a la oferta de mis amigos cordialmente de manera afirmativa sin tocar el tema de Dafne o sobre mi nada disimulada depresión, y di un giro completo a nuestra conversación para no seguir hablando del tema. Después de un rato de charla amena junto con café que había preparado, Octavio y Rebeca decidieron que ya era tiempo de volver a su hogar, nos despedimos de forma cálida hasta que los vi alejarse en su camioneta mientras hacía gestos de despedida. En ese momento pensaba en su oferta, pero muy en el fondo de mi corazón no quería aceptarla, no quería alejarme de esta casa y de estas tierras y mucho menos del mausoleo de Dafne; no quería dejarla sola o decirlo de una manera más fuerte, abandonarla ni siquiera por unos días, mis amigos no podrían entenderlo, tampoco esperara que lo hicieran.
El día transcurrió sin ninguna novedad y la idea de la oferta de mis amigos había desaparecido por completo de mi cabeza, trabajaba totalmente enfocado en mis mecanografías hasta llegar a muy altas horas de la noche, me encontré preparado ya para dormir pero antes de ello siempre suelo rezar varias plegarias junto a mi cama, una por mí y otras dos mi amada.
Pero cuando estaba en ello con mis ojos cerrados y en el silencio de mi habitación, escuché pequeños murmullos en las afueras y una fría ráfaga abrió salvajemente la ventana de mi habitación desde donde se podía divisar el mausoleo de Dafne a la perfección. Al asomarme a la clara noche, vi nueve figuras moviéndose con candelabros en sus manos con un aspecto muy peculiar, caminando por la colina dirigiéndose hacia al mausoleo, estaban todas cubiertas con mantos enormes color vinotinto; sus cabezas encapuchadas y solo emitían cuchicheos que desde donde estaba podía escucharlos.
Al llegar al mausoleo comenzaron a rodearlo dando pequeños y extraños pasos, como si fuera una pequeña danza diabólica. La impresión y el miedo comenzaron a estrujar mi pecho y pensé que debía hacer algo. Así que tome la escopeta que tenía guardada en mi armario y la cargué con algunas balas guardadas en la gaveta junto a mi escritorio, tomé un respiro antes de prepararme para salir y cargué mi cuerpo con valentía. Al salir, me dirigí rápidamente hacia el mausoleo pero al acercarme, noté que ya no había nadie, llegué justo al mausoleo y vislumbré a sus alrededores pero no había nada, tampoco se escuchaban voces de ningún tipo, ni susurros, ni cuchicheos, nada; solo el silencio de la noche...
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