¿Hola qué tal? mi nombre es Ulises, quizás muchos no me conozcan y probablemente no saben nada de mí. Yo soy un joven venezolano de 22 años, nacido y criado en Valencia, estado Carabobo; mi intención con este escrito no es otra sino explicarles cómo poco a poco, mi país se ha transformado en un Café de susurros, quizás se preguntarán ¿’Café de susurros’? ciertamente leyeron bien y luego les explicaré por qué.  

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  Yo solía ser un “chamo” que convivía rodeado de amigos, con quienes era una costumbre ir todos los fines de semana a una discoteca y disfrutar de buena música; jugar ultimate cada vez que las lluvias nos lo permitían y hasta disfrutar de una buena caminata y disfrutar de una inefable vista desde las alturas de la montaña “El Café”.  

  Esta última actividad en específico me trae varios recuerdos interesantes, ya que era uno de los pocos sitios donde lográbamos coincidir todos al mismo tiempo, debido a que en ocasiones, cuestiones laborales y de estudios nos impedían poder reunirnos todos en un mismo lugar. 

Les hago mención de esta montaña, ya que allí fue la última vez que recuerdo haber estado con todos mis amigos juntos por última vez.  

  Si mi memoria no me falla aquella última ocasión fue un mes de mayo del año 2013, lo sé por el delicioso petricor que identificaba la llegada del invierno húmedo a nuestra tierra cálida, ese día me acompañaban José Gabriel, Vicente, Romario, Aarón y Alfredo; todos ellos amigos de mi infancia y que sin duda alguna vivieron cientos de aventuras a mi lado. 

Habíamos planificado todo para caminar hacia la punta de la montaña como todas las semanas, pero en esta ocasión con un motivo especial de celebración por el primer empleo de mensajero conseguido por José, quien se caracterizaba por ser el más flojo y perezoso de nuestro grupo (he allí la causa de nuestra alegría). 

“Por fin, quien menos pensábamos que lo lograría, consiguió trabajo” era lo que pasaba por mi cabeza, lo que jamás me imagine era que el trabajo que había conseguido no era en nuestro país, sino en España. En medio de nuestro asombro todos le preguntamos a José ¿qué trabajo era? ¿Cuánto iba a ser la ganancia? Y principalmente ¿por qué tenía que irse del país solo para ser mensajero? Aún seguíamos atónitos por la noticia, pero el luego nos aclaró sus razones.

 Una de ellas era la buena paga que recibía, sobre todo por la tarea que este debía cumplir y segundo, ayudaría financieramente a su madre quien estaba jubilada y su abuela quien estaba delicada de salud.   Alegres con la noticia, todos nos contentamos por José al punto de armar un bullicio en la montaña donde solamente se escuchaban nuestras carcajadas en honor al éxito de  nuestro amigo. 

Sin embargo, a tan solo 3 meses de que él partiera a España, la abuela entró en un delicado estado de salud que llevó a José a solicitar ayuda a todos quienes conocía y quienes no, ya que ni tenía suficiente dinero por los altos costos de la clínica y no encontraba las medicinas necesarias para tratar a la señora; pese a todos estos esfuerzos, no fueron suficientes y lamentablemente su abuela falleció. Devastados con esta situación, José y su mama adelantaron el viaje, mudándose a España un mes después del terrible episodio. 

Situaciones como esta, se volvieron recurrentes al pasar de los años, afectando a todas y cada una de las personas que conocía; de una u otra forma eran agredidos por diferentes coyunturas como la inseguridad, salud, política y un sinfín de problemas que hasta la actualidad, han llevado a que muchos al igual que José, prefirieran intentar fuera de nuestras fronteras gracias a la imposibilidad de poder surgir en esta tierra. 

¿Se recuerdan que les comenté del “Café de Susurros”? 

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Bueno, no se trata de tomarnos una taza de esta bebida caliente y que nos hable al oído, no es eso. Se refiere a que la montaña o el cerro de nombre ‘Café’, es el principal pulmón que mantiene oxigenado el municipio en el que yo vivo, llamado Naguanagua. 

Aún seguirán con la incógnita sobre ¿qué tiene que ver eso con toda esta historia? Pues les cuento, es una montaña que se encuentra totalmente copada de pinos de gran altura, con una altitud de 1.300 metros sobre el nivel del mar y más de 60 km de extensión, que a su vez cubre todo el norte del municipio antes mencionado. 

Debido a lo espigado de sus pinos y el soplar de los fuertes vientos, estos generan un mínimo sonido que se asemeja al de un susurro proveniente del silencio (irónicamente) causado por la amplia soledad e inmensidad de la montaña. Es por ello, que con esto hago referencia a la deserción que día a día se acrecienta en mi Venezuela, plagando de soledad a un país, que diariamente, escucha más fuerte los susurros. 

Pues muy bien, ya en este 2018 soy el único del grupo de 6 amigos de la infancia que sigue aquí, en Venezuela. Aarón descubrió que sus estudios de cocina son mejor valorados en Chile, Romario quiso probar sus destrezas en el fútbol en Panamá, Vicente intentará nuevamente culminar sus estudios de medicina en Argentina, mientras que Alfredo prefirió aventurarse con su pequeño hijo Cesar a tierras europeas. 

Todo fue sumamente rápido, ni cuenta me di cuando me quedé casi totalmente solo, que lástima ver como una tierra que llegó a ser considerada la más alegre del mundo hoy sea la más triste, y que a su vez, la cordialidad prevalecía y la antipatía escaseaba. Sencillamente, antes se escuchaban solo risas y hoy solo oyen “Los susurros del Café”.   

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Las Imágenes son de mi autoria tomadas con mi cámara GoPro Hero 4