Perros cobardes (cuento)

in #castellano6 years ago (edited)
Saludos, mis steemad@s. Les dejo por aquí un cuento, cargado de memoria gustativa callejera, que rescaté del olvido, desempolvé un poco y comparto con ustedes.



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“Coño, chico ¿no has probado lo perritos de la Calle Cuatro?” La respuesta negativa fue como una invitación al cielo. Sonrió con la sonrisa amplia de quienes encuentran la puerta del placer abierta, y empujándolo suavemente con una mano sobre la espalda le dijo que no se iba a perdonar no haberlos comido hasta ahora. Cuando llegaron a la Calle Cuatro no había donde estacionar, aparcaron dos cuadras más abajo de la esquina donde el vendedor de perros calientes en cuestión se deshacía en los malabares de atender a la clientela en la hora pico. El primerizo dudó ante una larga espera segura. Tenían cuarenta y cinco minutos para volver al trabajo y tenía un hambre de las que nublan el entendimiento. Pero ante la insistencia de quien le invitaba y la promesa de que estos perros iban por su cuenta, optó por esperar.

Ya había invitado a media oficina a comerse los perritos en la Calle Cuatro. Al ritmo que iba se le iban a agotar los compañeros de trabajo en un par de semanas; y ni hablar del dinero, tomando en cuenta que en la mitad de los casos le tocaba pagar la cuenta. Y es que, puestos a ver, aquellos perritos no eran muy distintos de los demás. Pan, salchicha, vegetales, papas fritas, queso rallado y una combinación de salsas entre las que apenas destacaba la de pepitona, con un punto picante, que se llevaba los honores comparada con las demás. Con todo, la susodicha no competía con la salsa de guacuco del perrero de “Siete Salsas”. Pero para ese entonces estaba claro que no era el sabor de aquellos bocados callejeros lo que le empujaba cada mediodía esa esquina ahogada en el calor del recio mediodía.

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Remontar el tráfico y las calles del centro de la ciudad por un par de perros calientes y una coca cola casi fría escondía una segunda intención. Su aparición, casi fantasmal, entre el bullicio, el calor y los comensales de aquel derivado lógico de la industrialización alimentaria, su sonrisa, más allá del bien y del mal, sus ojos de diosa impúber y su manera de andar como si flotara entre la gente y las cosas, entre la calle a mediodía y sus desvelos en la noche. Esa era la razón, la intención escondida y el meollo de una cobardía crónica que no le permitía decir siquiera una palabra una vez que hacía su entrada en escena, llevando consigo las viandas de comida con las que almorzaba el perrero, pasada la hora de mayor clientela.

“Bendición”, dijo como siempre con su voz de terciopelo y atardecer de playa, “Dios la bendiga”, respondió en automático el vendedor mientras sus manos se movían maquinalmente del compartimiento de los panes, al de las salchichas en agua hirviendo y de allí a las salsas, de allí a los vegetales, de allí al queso y de nuevo a los panes. Esa mañana se había prometido hablarle, hacerle un comentario cualquiera, algo nada profundo, ni revelador, pero que dejara en claro que la había notado entre tanta gente, autobuses, recipientes de salsa y bolsas de papitas. Y por supuesto hacerse notar de una vez, buscando que, con suerte, en un cruce de miradas se asomara a sus ojos y se conmoviera con tanto amor guardado para ella. Pero el escuálido almuerzo transcurrió sin novedad. La miro besar al padre, intercambiar con él un par de comentarios sobre la rutina doméstica, cargar el refrigerador con refrescos y despedirse, sin que él pudiera decir media palabra, paralizado, frío, con una corriente glacial que le corría de la garganta hasta los huesos. La vio partir de nuevo, desaparecer como flotando en el infierno de las calles de aquella ciudad en pleno mediodía.

Cuando la perdió de vista, y sus pies tocaron de nuevo el concreto de aquella acera sucia, se disfrazó de nuevo con la sonrisa estúpida de quien comparte un secreto irrelevante y le preguntó a su invitado “¿y qué tal?”. “Buenos”, le respondió el compañero sin mucho convencimiento. No pudo ocultar su cara de decepción; otro bolsa a quien invitaba a comerse un perro por no tener los cojones de afrontar solo la angustia de verla sin hablarle, y a éste ni siquiera le habían gustado los perritos. La soledad tiene muchas caras; pero sus rostros más terribles no lucen muecas de horror o tragedias, se maquillan con el desamor cotidiano de quien no sabe romper el silencio que nos ahorca a diario. Mañana será otro día. Amanecerá y veremos. A lo mejor le dure hasta el mediodía el coraje con el que se levanta, tras una noche de desvelo, y consiga hablarle a la deidad cotidiana que le alborota los sueños y no haga falta decirle al mensajero de la oficina – ya lo había escogido para el día siguiente -, “coño, loco ¿no has probado lo perritos de la Calle Cuatro?”.

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Buen relato me atrapo y reflejo una parte de un sueño de quinceañera, exitos!

Gracias, que bueno saber que la historia tuvo ese efecto... Ahora quedé intrigado por saber de ese" sueño de quinceañera"... Jajajaja! Saludos.

¡Muy buen relato, @tupamalo! Me gustó esa mezcla de picardía y candidez que muestra el personaje enamorado, a través de la voz del narrador. Una situación que puede ser muy común y cotidiana en nuestra experiencia, muy bien recogida y recreada con tu lenguaje cuidado y propiciador de la imaginación. Saludos.

Garcias por tu estimulante comentario, querido @josemalavem. Siempre he creído que de esas pequeñas historias cotidianas se hace la Historia. El asunto es que no siempre se cuentan, en favor de las glorias y los grandes registros... La crónica de lo ciotidiano a través de la ficción es un oficio que empieza a correr peligro, alienta mucho saber que un humilde esfuerzo, como este cuento, es bien apreciado por un buen escritor (y lector) como tú. Un abrazo.

Wow! Looks delicious. By the way @tupamalo, soy Filipina and I am the amiga of @fotografia101.

Thanks @rollingchic!... If you are @fotografia101's friend, you are my friend too! Greetings from Venezuela.

Excelente relato hermano dando una gran personalidad al personaje y sentirse identificado.

Gracias, mi pana... Esa es la idea. Un abrazo.

Hola, de verdad me encantó este relato, que de paso me dejó pensando en los perros calientes callejeros de Venezuela, que son en muchos caso riquisimos. Ojala ese chico deje la timidez y le hable a esa que le lleva loco.

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