"El fantasma de Hanan Baal" (otro capítulo de muestra de mi novela)

in #castellano6 years ago
Después de que Fred, el guitarrista de la orquesta me hubiera dicho que debíamos irnos por fin del teatro, y que tenía más de una hora buscándome y de amenazándome que se iría sin mí y que tendría que llamar un taxi mientras se me congelaban el culo y las orejas de frío, supongo que no me quedó otra opción que obedecerlo, subir a su coche y resignarme que tendríamos que ir hasta su casa en compañía Amadeus y unas cuantas damiselas jóvenes las cuales habían decidido hacerles (hacernos) compañía en una noche tan fría después de tocar. El recorrido desde el teatro hasta la casa de Fred tomó media hora más de lo usual como consecuencia de la congestión en las calles producto de la lluvia, aunque ya había dejado de llover hace más de un cuarto de hora. Las damiselas que nos acompañaban eran tres, una de ojos verdes y de cabellos anaranjados como el crepúsculo.

—Deus, ¿es éste en verdad tu amigo Jerome, el pianista? De verdad que está bastante callado—dijo la pelirroja para que todos la escucháramos tanto en los asientos de adelante con Fred y otra de las tres damiselas, como en los de atrás con las cuatro personas que éramos. —Me llamo Tiana— siguió ella.

—Soy Jerome, el pianista. Y perdona mi mutismo, es que me había abstraído en… pensando en una sinfonía que deberé tocar mañana en algo importante—mentí con eso último.

—Este chico es bastante más educado y elegante que ustedes dos—dijo la otra chica que estaba con nosotros atrás, la de cabellos negros, piel morena y de ojos marrones. —Mi nombre es Charlotte. ¿Por qué tus amigos músicos no son tan elegantes y reservados como tú?

—Es que son un par de idiotas que no saben controlar sus lenguas, ni sus impulsos pero son buenos chicos después de todo—le respondí. Escuché que todos se reían. Amadeus frunció el ceño.

—Ese es nuestro Jerome, siempre elegante y presto a robarle las chicas a todos aunque nunca puede hacerlo. Él es el sentido común del grupo.

—De entre nosotros tres querrás decir—interrumpió Fred. —Es cierto, no nos llevamos muy bien con los otros músicos la orquesta.

—Pero si tocan todos tan bien juntos—agregó la última de las tres chicas, la que estaba adelante y que tenía el cabello corto y teñido de color violeta. —A mí sólo dime Canela, Jerome—.

—Entre los músicos no hace falta que desarrollemos un vínculo de amistad para poder tocar así de bien—dije. —Sólo necesitamos estar sincronizados, ensayar y en cualquier caso amar a nuestros instrumentos. Es normal que toquemos con desconocidos y que asimismo no tengamos ni siquiera tiempo de sabernos los nombres ni de los percusionistas ni de quienes manejan a los instrumentos de viento.

—Pero eso último ya lo sabía—me interceptó Canela con ironía. —¿y con cuál de estas tres chicas deseas pasar la noche, Jerome?—interrumpió Fred desde el volante.

—¡Es una broma, verdad!—exclamó Deus. —Nuestro amigo se muere por las pelirrojas. Así que Tiana es la candidata perfecta. Dicho esto, Tiana exclamó algo con alegría y saltó como pudo a mi regazo. Su piel olía a uvas frescas y su cabello a algo todavía más dulce y agradable. Me besó la frente.

Llegamos por fin a la casa de Fred. Los seis nos bajamos del auto. Las chicas no eran muy altas así que no parecía que estábamos saliendo de una lata de sardinas. Fred tomó de la cintura a Canela y Amadeus tomó de la suya Charlotte, quien le iba tomando una nalga a él.

Entramos a la casa y mis amigos trajeron las botellas después de que Fred lanzara el cliché a las chicas «pónganse cómodas, mi casa es su casa». Salí un momento al balcón y me quedé mirando hacia el cielo. Las nubes habían desaparecido descontaminando así al cielo permitiendo así que la Luna se asomase. Era luna llena y estaba encendida de un color azul distante y melancólico. Recordé por un momento los recuerdos de los dioses selenitas que me contaban mis padres cuando era niño. Entonces el frío me embargó.

—¿Qué haces aquí tan solo?—preguntó a mis espaldas Tiana. Me voltee para recibirla y responderle. Vi que cargaba dos copas de vino y me entregó una.

—Solamente quería ver el cielo—. Entonces pensé en lo cliché y novelesco de ésta escena. Un hombre actuando de manera taciturna el cual se queda mirando a la Luna alejado de todos. Esto llama la atención de la chica de cabellos rojos como besos de fuego la cual viene a entregarme el calor de su corazón.
—Simplemente quería despejarme—le respondí y bebí de la copa.

—¿Es por aquello que harás mañana?—Me quedé pensando en su pregunta hasta que recordé y le mentí con que sí era por esa razón.

—Hoy la Luna está muy hermosa. De un color azul. Normalmente es de color plata. Desde la ciudad, por la contaminación de la luz en las calles se aprecia de un color dorado que se ve nítido en el cielo. Como si la vieras desde una gasa—expuso Tiana.

—Es verdad. Pero hoy está azul. De un azul melancólico y que pocas veces se puede ver. Yo ya había visto a la Luna justamente como está esta misma noche hace ya mucho tiempo.

—He visto más veces de color rojo a la Luna que azul—confesó. —Mi abuela me contaba una historia muy bonita sobre la Luna azul para los dioses antiguos—. Bebió de la copa de vino para humedecer los labios. Yo también bebí. —Quizá la conozcas, Jerome. Se ve en tus ojos que conoces muchas cosas. Tienes ojos de color oliva como los de mi abuelo, el cabello de un castaño cobrizo y la piel muy blanca como la leche. Si alguna vez te has cortado con algo, la herida habrá dejado una marca plateada en tu piel—. Me quedé mirándola. De verdad que conocía la historia de Dux y la Luna.

—Tienes razón, Tiana—le respondí una vez ella dejó un silencio de algunos segundos mientras miraba a la Luna. Ella también tenía la piel blanca, muy blanca y el rostro lleno de pecas. —Temo que seas una romántica—proseguí.

—¿Por qué?

—Porque te perderías en estas historias fantasiosas como la de Dux y la Luna—Tiana frunció el ceño. No tomó a mal mi comentario sino que se limitó a sonreír.

—No. Para nada, Jerome—se quedó mirándome a la cara. Hacía mucho viento así que unos cabellos se le metieron en la boca y otros le taparon media cara. Se los acomodó sin el menor atisbo de vergüenza—amo estas historias. Dux estuvo atrapado en una cárcel en el satélite lunar como consecuencia de sus actos pecaminosos hacia Dios hasta que fue rescatado por la mismísima Luna, acto que desencadenó la furia de los dioses selenitas que debían custodiar y torturar a Dux. Puede haber mucha fantasía en esta historia, como también las hay en todas las historias de héroes rescatando a doncellas. Pero al fin y al cabo, la imaginación hace alquimia con los relatos los cuales a su vez intentan dar explicación a los que los seres humanos desconocemos. Por ejemplo, en la historia de Dux y la Luna, se explica el por qué los cráteres lunares—asentí a sus palabras. Hacia cada vez más frío y sentía que se me congelaban los dedos de las manos. Invité a Tiana a entrar. Ya adentro no había nadie pero se escuchaba el ruido de los juegos y de las risas viniendo de las habitaciones.

—¿No me vas a invitar a acostarme contigo?—preguntó ella. Me ruboricé un poco. Había olvidado esa posibilidad después de quedarme abstraído en la conversación.

—No lo haré si no quieres. Pero dado a que estás aquí eso significa…—Vamos de una vez—me interrumpió. A continuación la guié hasta la última habitación disponible.
Al rato quedamos rendidos sobre un revoltijo de sábanas sobre una cama para una sola persona y con cobijas que apenas podían protegernos del frío, así que aprovechamos todavía más al calor corporal.

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