Work in progress: El encuentro (8)

in #castellano6 years ago


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–¿Y no tiene idea de quién podía ser la persona con la que se iba a ver en Araya?

–No. Él no conocía mucha gente allá. Había estado conmigo para visitar a mi familia, pero pocas veces.

–¿Y antes?

–¿Antes?

–Antes de conocerla a usted, digo. ¿Nunca le comentó de gente que conociera en Araya?

–No recuerdo. No sé.

–¿Desde cuándo eran marido y mujer?

–Tres años, pero no estábamos casados. Tuvimos una hija que murió hace un año. Cuando nos conocimos, Julio trabajaba en un taller mecánico en la avenida Nueva Toledo, pero a los pocos meses se quedó sin trabajo y desde entonces andaba dando bandazos de un sitio a otro. A veces trabajaba un tiempo en un sitio y lo botaban o dejaba de ir. No se estaba quieto.

–Dicen que a los mecánicos no les falta nunca qué hacer.

–Él no era mecánico de verdad –dijo, levantando la cabeza y mirando a Medina con una intensidad desprovista de emoción, al menos, de ninguna emoción que el periodista pudiera reconocer con facilidad–. En el taller apenas era un ayudante. No sabía mucho de mecánica. Un amigo le consiguió el trabajo.

–¿Se sentía a gusto en el taller?

–¿Cómo cree? No le digo que no sabía nada de mecánica. Lavaba tuercas y piezas de motor. Siempre olía a gasolina, por más que se bañara. ¿Usted sabe lo que de verdad era Julio?

Medina aguardó, invitándola con la mirada a que continuara.

–Profesor, profesor de literatura –dijo Susana, y fue como si una corriente de orgullo la recorriera–. En un escaparate por ahí está su título. Trabajó un tiempo en el liceo Sucre. Eso fue antes de ponerse a vivir conmigo. Creo que era un trabajo que le gustaba, aunque siempre que hablaba de ese tiempo decía que jamás volvería a trabajar en un sitio así.

Esto resultaba más extraño de lo que Medina esperaba.

–¿Su esposo tenía algún amigo con el que acostumbrara salir?

La mujer se le quedó mirando cómo si no comprendiera la pregunta. Luego afirmó con la cabeza.

–No tenía muchos amigos. Se la pasaba metido en la casa. A veces se tomaba una cerveza con Francisco, un vecino de aquí cerca. Francisco Villalba. Fue quien le consiguió el trabajo en el taller mecánico.

No sabía qué otra cosa preguntar, pero se resistía a salir de la casa. Finalmente se levantó, preguntó cómo llegar a la casa de Villalba y anotó las indicaciones. Se despidió. Susana lo acompañó a la puerta, que se encontraba a tres metros de donde estaban sentados. ¿Por qué esa muchacha estaba tan sola?, alcanzó a preguntarse antes de que la puerta se cerrara a sus espaldas. ¿Dónde estaban las amigas, las vecinas, las compañeras de la avenida Bermúdez? ¿Por qué no había venido nadie de Araya a hacerle compañía?

Era tarde para buscar a Villalba. Tenía que volver al periódico y ocuparse de otros asuntos.

En la noche, una llamada a Farías le reveló que Maldonado tenía todas las señales del consumidor habitual de drogas. Sin dudas, era un adicto. Medina se había preguntado por qué un profesional universitario vivía casi como un indigente y terminaba acuchillado en un incidente todavía oscuro. Casi todos los homicidios en la ciudad tenían que ver, de una u otra manera, con las drogas. Sin dudas era una explicación; tal vez demasiado simple, se dijo.


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