Una muerte | Cuento (1 de 6)

in #castellano6 years ago

Estimados amigos: dejo para su lectura la primera parte de un cuento de mi libro La forma del amor.

Espero les guste.

FiÈier:Stefan Luchian - Ofelia (1).jpg

Fuente

Decía que esas cosas las sabían todas las mujeres
pero que pocas hablaban de ello.
Cormac McCarthy
 

1

Testimonio de Juan José Calderón:

Yo quería que se me pegara el sarampión de Aulio, pero qué va. Eso que estábamos todo el tiempo juntos, jugando y cazando lagartijas en el patio, y nada. Yo quería que me diera sarampión para que mi mamá viniera a verme y me trajera mandarinas y manzanas, que es lo que le dan a Aulio, y me pasara un trapo mojado por la frente como hace la señorita Justa con su sobrino. También porque él ya no juega conmigo y si estuviéramos los dos enfermos pondrían una cama al lado de la otra y podríamos hablar después de que todos se hubieran dormido. Desde que se enfermó no lo he visto, mi mamá no me deja, para que no moleste, dice, pero yo creo que es para que no me dé el sarampión. Dice mi mamá que es una enfermedad muy peligrosa. Qué va a ser peligrosa si a Aulio no le ha pasado nada.

Por eso yo estaba desde tempranito jugando a los indios yo solo, aunque así es más aburrido. A veces jugábamos también a los piratas y Aulio siempre quería ser el pirata bueno. A mí no me importa. La señorita Justa había estado entrando y saliendo varias veces del patio, recortando las ramas de las matas de rosas y de las trinitarias y otras flores que no sé cómo se llaman. Y cada vez que volvía y me miraba, disparándole a los indios, escondiéndome detrás de una mata de mango, un muerto, dos muertos, yo sentía sus ojos que me seguían como si quisiera desaparecerme y su boca apretada, maldición, me han herido, y después volvía con las tijeras a sus plantas.

En el patio también estaba Mariíta, recogiendo hojas secas. Ella es mi amiga, aunque es más grande que yo. Ella lava la ropa y se pasa horas en el fregadero, la falda que lleva se le va mojando y se le ven las piernas y la barriga bajo la tela. Una vez Aulio y yo la vimos desnuda. Fue sin querer. Ella se baña en el patio, detrás de unas chapas de cinc que pusieron allí hace tiempo. Nosotros estábamos en la más alta de las matas de mango viendo si había nidos de pajaritos (no había) y nos quedamos conversando allí, cada uno en una rama, meciéndonos con el viento, emocionados con el riesgo de caernos, pero sin estar de verdad asustados, mirando lo techos de las casas y el campanario de la Catedral, y hacia el otro lado se veía el río y más allá el mar y la otra costa. Se estaba haciendo tarde, estaban por llamar a Aulio para que fuera a cenar (yo comería más tarde, con mi mamá, en la cocina) cuando vimos a María junto al tambor de agua, detrás de las chapas de cinc y se iba quitando la ropa poco a poco, o tal vez no fue poco a poco sino rápido, pero a nosotros nos pareció lento, primero bajó el cierre de su vestido, en la espalda, y el vestido cayó al piso, o hubiera caído si ella no lo sostiene, se inclinó, sacó los pies y se levantó, y sólo tenía puestas una pantaletas blancas, y también esta se la sacó y colgó todo de un gancho en la pared, y ni Aulio ni yo dijimos nada mientras la veíamos y en ese momento comenzaron a llamar a Aulio. No sabíamos cómo bajar sin que María nos viera, pero ella se dio vuelta, comenzó a cantar y aprovechamos para bajar y sin dejar de mirar por última vez sus nalgas redonditas. Las piernas me temblaban de una manera muy fea cuando entramos a la casa. Yo no estaba contento ni triste, o sí estaba contento de una manera rara, que parecía triste. En la noche no dormí casi nada. Me la pasé dando vueltas en la cama. Menos mal que mi mamá no sintió nada, aunque dormía en una cama pegada a la mía, porque si no me hace tomar un vaso de agua con azúcar, que dicen que da sueño.

Ese domingo me encontraba escondido detrás de la mata de mango que está en el patio, disparándole a unos indios y en eso sentí un ruido que sonó muy fuerte y me vine para adentro de la casa. El teniente estaba sentado en el sofá de la sala, con la gorra sobre las rodillas y muy serio. Me llamó y me dijo que fuera a llamar a la señorita Verónica. Yo siempre le hacía caso al teniente porque a veces me daba caramelos que sacaba de los bolsillos del pantalón y porque me gustaba el uniforme. Entré por el cuarto de las morochas, porque la puerta de la señorita Verónica se hallaba trancada, lo sé porque primero intenté entrar por allí y no pude; por eso fue que entré por el de las morochas, que se comunica con el cuarto de Verónica, perdón, de la señorita. Cuando entré me la encontré tendida en la cama derramando sangre por la cabeza; salí corriendo y se lo dije al teniente, al señor Jesús Aguirre, que estaba en la hamaca, a mi mamaíta, a la señorita Justa y a Mariíta. El teniente se metió rápido en el cuarto de la señorita, también por el cuarto de las morochas, como también lo hicieron la señorita Justa, Mariíta y mamá. El señor Jesús salió corriendo a la calle al decirle yo que Verónica estaba derramando sangre.





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Hola, va emocionante el cuento, a ver cómo sigue, saludos.

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