Alexander von Humboldt y su visión de Cumaná

in #castellano5 years ago

Como mi ciudad, Cumaná, en Venezuela, está por cumplir 503 años de fundada, quise publicar este pequeño texto escrito hace muchos años y publicado recientemente. Se puede consultar
en este enlace.

No creo que los cumaneses tengamos mucho que celebrar en este particular momento histórico, pero de todos modos dejo aquí el texto.

Archivo:Alexandre humboldt.jpg

Retrato de Humboldt por Friedrich Georg Weitsch. Fuente

 

Alexander von Humboldt, junto con su amigo Aimé Bonpland, zarpó de Europa en la corbeta Pizarro el 5 de junio de 1799 con destino a las costas americanas. Cumplía así con un viejo sueño y daba inicio a una de las más interesantes aventuras intelectuales del pasado. Sus exploraciones del mundo hispanoamericano lo convertirán en el científico más famoso de su época. Sus escritos, más de doscientos años después, conservan toda su importancia.

El barón Humboldt llega por primera vez a la ciudad de Cumaná, capital de la Nueva Andalucía, el amanecer del 16 de julio de 1799. Humboldt es un hombre de múltiples intereses y se apasiona tanto por la vegetación como por las características del suelo, las montañas, la sociedad colonial, las formas de cultivo o los grandes movimientos telúricos que en distintas épocas habían asolado la región.

El castillo de San Antonio, principal obra defensiva de la ciudad, no le parece especialmente impresionante; a lo más considera que se “exhibe de un modo muy pintoresco a las naves que entran en el puerto”. La ciudad se extiende al pie de la colina del castillo. Esta colina es, según Humboldt, “aislada, desnuda y blanca, despide al mismo tiempo una gran masa de luz y color radiante”. Aparte de la construcción militar, no hay nada que pueda atraer de lejos la mirada del viajero. Sólo tamarindos, cocoteros y datileras se elevan sobre los tejados. No es extraño que así sea, ya que la frecuencia de los terremotos impide la construcción de edificios importantes. Algunas llanuras de aspecto triste y polvoriento contrastan con la “vegetación fresca y vigorosa que sigue las sinuosidades el río.”

Archivo:Cumaná en 1843.jpg


F. Bellermann: Vista de Cumaná desde el viejo castillo. Fuente

Las ruinas de otro castillo, Santa María, les proporciona a los viajeros un sitio para disfrutar, a la puesta del sol, de la brisa del mar y el espectáculo del golfo. Por encima de la costa de Araya, era posible ver el promontorio de Macanao, en Margarita. Y, hacia el oeste, las isletas de Caracas, Picuíta y Borrachas.


La apacible y provinciana sociedad se inquietaba por pocas cosas. Vivían en paz con los indígenas guaiqueríes de la región, el control del gobierno colonial era poco severo, y si bien la mayoría de los agricultores no eran ricos, al menos tenían suficiente para vivir. El mar, y sobre todo el río, eran un símbolo del equilibrio de la tranquila ciudad.

Para la fecha, el río Manzanares era de aguas muy claras “y felizmente no se parece en nada al Manzanares de Madrid”; en sus orillas, a la sombra de gigantescos árboles, se organizaba parte importante de la vida social de los habitantes de Cumaná. Los niños pasaban una parte de sus vidas en el agua, y prácticamente todos los ciudadanos, “aun las mujeres de las familias más ricas”, saben nadar. No tenía esto nada de extraño. Era costumbre que en las noches, vestidos ligeramente hombres y mujeres, colocaran sillas en el agua, y se dedicaran a fumar y conversar, gozando de la frescura del río y la claridad lunar. ¿De qué se conversaba? De las cosechas, de las lluvias, de la sequía, “y ante todo sobre el lujo de que acusaban las damas de Cumaná a las de Caracas y La Habana”. Definitivamente, nada inquietaba a los cumaneses, ni siquiera las babas o pequeños caimanes que a veces se acercaban a los bañistas.

El calor, la aridez y la falta de lluvia son señalados por Humboldt repetidas veces como características de esta zona; pero también le llama la atención la extraordinaria vitalidad encerrada en estas tierras:

La árida llanura de Cumaná presenta, después de fuertes aguaceros, un fenómeno extraordinario. Humedecida la tierra, exhala, al recalentarse con los rayos del sol, ese olor de almizcle que en la zona tórrida es común en los animales de clase muy diferentes, el Jaguar, a las pequeñas especies de gatos-tigres, al Chigüire, al buitre Gallinazo, al cocodrilo, a las víboras y serpientes de cascabel. Las emanaciones gaseosas, que son los vehículos de este “aroma”, parece desprenderse sino a medida que el mantillo que encierra despojos de una cantidad innumerable de reptiles, gusanos e insectos, comienza a impregnarse de agua”.
Decía el investigador que era sorprendente la variedad de formas de vida que se desarrollan, transforman o descomponen en nuestros suelos. “La naturaleza en estos climas parce más activa, más fecunda, y diríamos más pródiga de vida”, escribe

Es evidente que en tiempos remotos el mar ocupaba gran parte de lo que hoy es la ciudad de Cumaná. Humboldt también se ocupa de esto y emite su opinión: “Una retirada lenta de las aguas dejó en seco aquella playa amplia en la que se eleva un grupo de montículos compuestos de yeso y brechas calcáreas. La ciudad de Cumaná está apoyada en este grupo, que antaño fue una isla del golfo de Cariaco.”

La ciudad propiamente dicha se extendía entre el castillo de San Antonio y los ríos Manzanares y Santa Catalina. La bifurcación del primero creó una zona fértil donde los agricultores sembraban bananas y otras plantas: eran las charas.

Humboldt hace una bella descripción del cielo de Cumaná, donde, sin proponérselo, resume casi trescientos años de contradicciones:

Un cielo puro, enjuto, que sólo exhibe algunas ligeras nubes al ocaso del sol, reposa sobre el océano, sobre la península destituida de árboles, y sobre las planicies de Cumaná, mientras que se ven las tormentas formándose, acumulándose, y resolviéndose en lluvias fecundas en las cimas de las montañas del interior. Así como al pie de los Andes, el cielo y la tierra en estas costas presentan grandes oposiciones de serenidad y neblinas, de sequedad y chubascos, de esterilidad absolutas y verdes sin descanso renaciente.
Nota: Todas las citas son tomadas del libro Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, de Alexander von Humboldt, editado por Monte Ávila Editores, 1985.

 


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