Mil Demonios Blancos
En cada pisada esquivo miradas…, rezo…, suspiro…, acelero el andar y le miento al corazón al poner mi cara de tranquilo, pero el tiempo se desdobla y se vuelve incoherente entre tanta gente que se despide, se besa y se abraza; yo solamente añoro ser ignorado, pasar desapercibido: esta vez no me quejaré de ser invisible.
Aviones aterrizan y despegan; el minutero del reloj de la pared cambia de nuevo; las maletas tienen de sirvientes a sus dueños; filas y filas de personas están formadas, mientras otros estamos sentados, pidiéndole a las particulares deidades que aceleren el tiempo y que no haya demoras: no quiero esperar más.
No me puedo mover, no parpadeo. Le estoy viendo la verdadera cara al terror y esta vez su cara no es otra que la de mí mismo.
¡Soy un imbécil!,
nunca se me pasó por la mente que mil gramos dentro de mi estómago se sentirían como una tonelada de gritos y que ese rechinido sería tan fuerte que volvería turbia mi mente y también aniquilaría a las mariposas que esperaban a un nuevo amor, sin embargo, sus capullos ahora solo observan cómo aquellos envoltorios se deshacían.
El hambre tiene la misma cara que la ambición; acá la más burda ignorancia y la más cándida sapiencia son hermanas gemelas; el grito de los mil demonios es dominado por el histriónico silencio de la víctima; yo soy la víctima, el victimario, el esclavo y el empresario: todo al mismo tiempo.
No hay intercepciones en migración; el pasaporte es legal; no hay Químico Mate que pueda trasformarse en turquesa para descubrirme. Porque yo soy el alcaloide ambulante que solo espera no pasar por los rayos X, ni que tampoco sulfure el plástico que aprisiona a los mil demonios…, sigo.
Pero horas antes, me detuve, y fui ingiriendo, una por una, 25 cápsulas para saciar el hambre del dinero. Dejé de compadecerme de mí mismo y me olvidé de aquel imbécil que era para emprender el primer viaje hacia una nueva vida, en la que el instinto animal de mi entre dicha humanidad, finalmente me trasformaba en una mula.
El caro banquete que me di tiene un valor de 35 mil dólares en Europa, a mí solo me corresponden 5 de esos... No seré el mismo luego de esta comida, ya sea que lo logre o que no lo logre…
Paso todas las pruebas del aeropuerto, me monto en el avión, tomo mi asiento que tiene vista a la ventana… Despegamos.
En pleno ascenso, mil demonios, mil gramos, mil partículas blancas se abren paso por mi sangre… ¡Grito! ¡Convulsiono!, me retuerzo de un dolor maldito y en mi vista desfallecida veo mil de mis caras, unas están riendo, otras triste, rostro rabioso, expresión decepcionada, estúpido enamorado. Cada rostro me juzga y se burla de mí, mientras mi cerebro empieza a sufrir lo que le hace aquella tonelada de maldad mezclada entre mi organismo.
El tiempo se paraliza, se desdobla, los rostros se fueron... Ahora solo veo a aquellos que, minutos antes, se besaban, se abrazabas y tenían llenas las pupilas de aventura, de amor y de desencuentro.
Sonrío, mi boca está entre abierta, en pocos segundos dejaré de ser aquel que prefirió quitarse su título de ser humano para degradarse a ser solamente otra mula que se comió el “heno” más caro del planeta.
