Los culpables | Cartas a ti, que son para mí

No sé si hubo culpables en lo que nos pasó. No puedo decir que seas tú, porque preferí alejarme a tiempo y no culpar a nadie, aunque te quedases en el pórtico gritando y profanando mi nombre. Por supuesto que eso fue lo mejor para mí, lo que no pude soportar fue verte diciendo que todo era mi culpa, que si nos habíamos muerto en el camino fue porque yo quise empezar a caminar. La misma historia se ha repetido tantas veces con personajes diferentes que estoy a punto de cambiarme el nombre y fingir ser otra persona, tratar de engañar al destino y cambiar todo lo que me rodea, romper con esta racha donde no sé si soy la culpable o simplemente no los hay, me cansé de disculparme por algo que no hice yo.

Aún recuerdo el sabor de la agonía en mi boca, como oxido ferroso, como agua de mar cuando se tienen los labios rotos, como soledad y gritos en un alma desahuciada. Lo peor fue que nunca lo notaste, dices que sí y que lo solucionaste, pero no, solo decías cosas que cambiaran el tema, tenías miedo, era como si caminaras sobre un vidrio a punto de romperse, lástima que nunca se te ocurrió dejar de caminar en puntillas y bajarte a arreglar las grietas. Mientras tanto yo sólo estaba ahí, tratando de no romperme, de seguir y arreglarlo todo yo, cada error, cada problema, tú los ignorabas y yo los intentaba solucionar a mi manera, lo que no quería notar es que los problemas de dos, los arreglan los dos, no uno. En uno de mis tantos intentos por arreglar todo, noté que ya no podía, que por las noches no dormía, que no era suficiente lo que hacia (ni yo), noté que buscándote a ti me perdí a mí; así que un día las flores amanecieron marchitas en plena primavera, había decidido no llorarte más y tragarme las penas, algunas noches me permití quebrantar mi voluntad y llorar a mares porque no te quería olvidar, pero así debía ser, me había cansado de gritar por ayuda para que reaccionaras, así que para entonces solo decidí sentarme a la orilla y ver como mi balsa se alejaba, nunca dije nada, solo esperé que lo notaras, que hicieras algo... pero no.

Una tarde noté que ya no me dolías, me había anestesiado de ti; me acostumbré a tu silencio, a tu ausencia, y sinceramente ya no me importaba. Las esperanzas que te tenía se habían ido a la basura. Cuando decidí decirlo, cuando decidí que ya no quería estar junto a ti, cuando decidí que no me merecías, fue cuando lo notaste. En el momento en que sentiste el peligro de mi ausencia quisiste arreglarlo todo, pero ya era tan tarde, no había solución, y si la había no la quería, no quise darte más oportunidades, no quise perder más tiempo, y fue ahí cuando vinieron tus lamentos y sollozos, como si algo arreglaran tus lágrimas falsas, no podías soportar la idea de que ya no te pertenecería, de que te superara, ¿Qué tan egoísta puedes ser?, ahora te toca a ti sufrir la agonía de mi nombre mientras me alejo en las nébulas de lo que el destino ha de traer a mi puerta, esta vez seré yo la primera en decir adiós.

Como alguna vez dije, "en la costumbre, ahí es donde debe darte miedo todo, en la costumbre".