Saludos steemer enamorados. Me animo a participar en el romántico concurso que promociona @provenezuela, y voy a contarles (de manera resumida) mi historia de amor.

Cuándo tenía 18 años, por allá en 1998, planifiqué con mis amigos de la universidad, la celebración del cumpleaños de una amiga. Uno de mis compañeros invitó por su parte a su amigo de infancia, quién en aquel entonces estaba estudiando fuera de nuestra ciudad. Lo presentó al grupo. Le saludé y no sé que especie de Déjà vu, pasó por mi mente, pero sentí que le conocía o que le pertenecía...

Él acostumbrado a ser el alma de la fiesta, no tardó en animar al grupo y al poco rato ya estábamos todos bailando, cantando o riendo al son de las historias que él contara o al ritmo de la música que bailara, y los juegos que inventaba.

Me hipnotizaba su manera de dominar al grupo, sus carcajadas o sus locos movimientos al bailar. Por su parte, él no dejaba de mirarme o de invitarme a bailar y hacerme reír hasta casi no poder respirar. Me servía las bebidas o me alcanzaba los ricos pasapalos, estaba pendiente de que estuviera cómoda y entretenida.

Así pasaron las horas sin darme cuenta de lo tarde que era. Estaba en un sueño, en una nube, tanto que cuando mi conciencia me recordó, que tan sólo tenía 18 años y que mis padres no me permitían llegar tan a la madrugada, ya era demasiado tarde... literalmente, porque se habían hecho las 5:30 de la mañana. Y como cenicienta asustada empecé con una cantaleta eterna, me tengo que ir, me tengo que ir...

Cómo mi príncipe moreno había llevado el carro de sus padres, no dudó en ofrecerse a llevarme a casa y obvio que yo con mi conciencia atolondrada por aquel estado de embobamiento (enamoramiento, quiero decir)acepte su generosa oferta. Algunos de nuestros amigos más cercanos se empecinaron en acompañarnos, alegando que se morían de hambre y querían que los llevaran a algún sitio para comer.

Así lo hicimos y terminamos en uno de esos tarantines de comida rápida que había en la ciudad. Nuestro amigos bajaron inmediatamente a atiborrarse de comida y nosotros cómo tímidos tórtolos nos quedamos en el carro sin decir palabra, sólo mirándonos y sonriendo de vez en cuando. Nos trajeron la comida al carro y ni siquiera la tocamos (nuestros hambrientos compañeros, terminaron dando buena cuenta de nuestros bocadillos), no hacíamos más que reírnos bobamente y ver nuestras caras de atontados.

Al llegar a casa, ya íbamos agarrados de la mano, nos despedimos con un beso, uno de esos tímidos de primera vez. Con la promesa de seguir viéndonos y de compartir muchos momentos juntos.

De aquel 12 de julio de 1998, ya han pasado casi 20 años y aún nos miramos atolondrados, nos tomamos de la mano y junto a nuestras hijas, compartimos los mejores momentos juntos.