HÉROE DE GUERRA (Primera parte) Por G. J. Villegas

in #castellano7 years ago (edited)

EL sonido de las ráfagas era feroz. Un terrible zumbido que desorientaba a cualquiera. El casco metálico apenas lograba contener el ruido. Pero la dirección de la batalla era clara. Bastaba mirar hacia las explosiones de polvo y humo, y seguir las siluetas oscuras de los fusiles que avanzaban en una sola dirección. Era fácil tropezar con los cadáveres mutilados por las minas. A los ojos de los generales era un avance estratégico, para los oficiales en el campo: un desastre total. La fuerza de las detonaciones solo era igualada por los gritos de dolor de los caídos.

En el suelo, apoyado sobre el costado de un compañero, se cubre el rostro un soldado. Su arma se ha trabado y su única defensa es esperar que las balas enemigas no se crucen en su camino. Los morteros caen muy cerca de su posición levantando una cortina espesa de tierra y sangre. En una pausa breve de los disparos, aprovecha para correr hacia unas casas cercanas. Pronto encuentra un mejor refugio detrás de una débil pared que aún queda en pie.

Jadeante, deshace los botones de su chaleco. Repentinamente lo invade el temor y comienza a creer que se le duermen los brazos. Necesita comprobar que la sangre que mancha su ropa no proviene de él. Tiene varios rasguños, un golpe en su rodilla, pero nada más. Se quita el casco y tantea su cabellera. Siente el rostro quemado pero es solo una sensación. Aparte de mucho lodo seco, en su cabeza no hay heridas.

Sacude el percutor de su fusil intentando destrabarlo. La tierra pegajosa parece haberlo dañado. No lo ha disparado ni una sola vez, ni siquiera tiene buena puntería. Le quedan un par de granadas de mano y el puñal de reglamento. Humedece sus labios con saliva, se siente reseco por la sed. Se arrastra hasta una toma de agua cercana. Al intentar abrirla se percata que está destruida. No hay fuentes de agua potable que no sucumbieran a las bombas. Su cantimplora está vacía, lleva así desde ayer.

Un vehículo se acerca por la calle, el sonido del motor lo delata. El soldado se asoma por un hoyo en la pared y logra ver al camión enemigo avanzando a toda prisa. Carga una artillería pesada custodiada por varios soldados, mucho más de lo que él puede enfrentar con un fusil inútil. Se arroja rápidamente por una de las ventanas y corre hasta la casa vecina que parece ser mejor escondite.

Al entrar es recibido por la figura de un hombre portando uniforme enemigo. Pegado a una ventana con un potente rifle en mano, parece vigilar el lugar. El soldado resbala y cae haciendo mucho ruido; pero el enemigo se queda inmóvil. No voltea a mirarlo siquiera. Se da cuenta que está muerto, y por el olor, desde hace varios días. A su lado hay un pequeño bolso de campaña, en su interior el soldado encuentra otra cantimplora y algo de comida enlatada. Desesperado traga la poca agua que queda, la comida la guarda para después.

Escucha voces fuera de la casa, fuertes gritos de un soldado enemigo. El camión de artillería se estaciona enfrente. Reconoce que le ordenan salir. El corre y se esconde en el cuarto de baño. La puerta es derribada de un golpe. Varios soldados entran y se detienen al ver al muerto en la ventana, uno de ellos cubre su nariz al percibir el olor. Su sargento entra detrás de ellos y les grita furioso que vuelvan al camión. No revisaron nada, pero se llevaron el rifle.

Sabe que tuvo mucha suerte. Todavía puede oír a la distancia las bombas y los disparos del frente de guerra. La lucha está en todo su furor. Pero él nunca estuvo preparado para ella. Nada te prepara para morir tan atrozmente, ni para ver caer a tus amigos a tu alrededor. Recuerda las lágrimas de su esposa cuando lo reclutaron. La sensación de pérdida y soledad con la que la abrazó antes de partir. Era una despedida anticipada, como si nunca más volverían a verse. No importa cuántas veces le hizo prometer que volvería con vida, que se cuidaría mucho, que volvería para jugar con su hijo. La guerra te hace romper todas esas promesas. Quizá el muerto en la ventana también las hizo antes de venir a luchar. Ahora solo era un cuerpo mal oliente que ni sus compañeros quisieron llevarse a enterrar. Se acercó para saber al menos su nombre, y al halarle la ropa se fijó en que tenían el mismo apellido; y varios impactos de bala. Se quedó helado pensando que así podría haber estado él de haberse quedado en el campo de batalla, o si los soldados que derribaron la puerta hubieran revisado el resto de la casa.

En ese momento decidió que volvería a su hogar. La frontera no estaba lejos, pero sabía que no sería fácil. Era más importante para él cumplir la promesa hecha a su esposa, que morir en aquel lugar horrendo y cruel como un valiente patriota. En realidad nunca fue un hombre de guerra. Era solo un joven granjero cuando el conflicto empezó. Su hijo de cinco años ya lo acompañaba a sembrar las semillas en su patio.

Esperaría que cayera la noche, era más seguro caminar al amparo de las sombras. Además no sería el único merodeando el lugar. Si quería llegar a la frontera, tendría que cruzar parte del territorio enemigo. Era una zona parcialmente resguardada. No tenía alcabalas, pero las patrullas se encargaban de contener a los intrusos.

Se sentó a esperar dentro de una de las habitaciones. Pensó en abrir una lata de carne para darse un banquete. Todavía se oían detonaciones a lo lejos. De pronto un ruido lo alertó, alguien movía escombros muy cerca, quizá detrás de la casa. Parecía que murmuraba algo, podría ser otra patrulla de soldados; esta vez una de infantería. Si estaban revisando todo, es seguro que lo encontrarían. Solo le quedaban un par de granadas y su puñal de reglamento…

continuará…



"La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran" Paul Valéry



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