La mano en el camino [Cuento]

in #castellano7 years ago (edited)

Queridos amigos de Steemit, espero que disfruten este cuento tanto como yo escribiéndolo.

Fuente

Nota: Una versión de este cuento fue publicada hace un tiempo en Wattpad:

***

La mano en el camino

La historia que voy a narrarles ocurrió hace muchos años, cuando Alberto era apenas un joven.

En aquella época, Alberto vivía en un pequeño caserío a las afueras de Correveidile, un pueblito ubicado al este de una ciudad, cuyo nombre ahora es irrelevante.

Una noche de mayo, Berto –así le decían sus amigos más cercanos– bajó al pueblo a disfrutar de las fiestas patronales. Todo era un alboroto. La gente iba de un lado a otro, bailando, comiendo y cantando. 

El joven buscó a sus amigos en la plaza y se dispuso a pasar la mejor fiesta de su vida. 

Corrió el alcohol, y sin darse cuenta perdió la noción del tiempo. No reparó en la hora hasta que empezaron a sonar las campanas de la Iglesia. Primero una, luego otra, y otra... hasta completar las once. 

Eso solo significaba que se le acababa el tiempo para volver a casa.

Correveidile era famoso en ese entonces por dos cosas: sus fiestas patronales y sus leyendas de fantasmas y otros espantos. 

Una de las leyendas más temidas advertía que en luna nueva, tras sonar las doce campanadas de la Iglesia caían de un árbol de mangos, ubicado en la carretera entre el pueblo y el caserío donde vivía el joven Alberto, doce ahorcados.

La leyenda aseguraba que quien los veía terminaba loco o –en el peor de los casos– muerto, pues, los fantasmas de los difuntos lo perseguían hasta que cobraban su vida.

Como era de esperar, Berto no estaba dispuesto a correr la misma suerte que aquellos que habían osado hacer caso omiso de las advertencias, por lo que debía regresar a casa lo antes posible.

Sin embargo, aunque quería despedirse rápido de todos para volver, tardó varios minutos en hacerlo. Todos le recomendaban amanecer en el pueblo y volver al otro día, pero Berto rechazó amablemente los consejos. Para él, lo mejor era volver pronto. 

Así pues, luego de persuadir a sus amigos de que estaría bien y de que no había nada de qué preocuparse, emprendió el viaje de regreso. 

No sabía cuánto tiempo le había tomado despedirse, pero asumía que eran muchos más de los necesarios. En el fondo le asustaba el tiempo que quedaba antes de que sonaran las doce campanadas, aunque no iba admitirlo en público.

Después de unos minutos a pies se halló a pocos metros del árbol de mangos, aquel donde aparecían los ahorcados a media noche. 

En ese punto, la oscuridad era casi total. No había iluminación desde esa parte del camino hasta la casa más próxima. La poca luz con la que contaba provenía de las estrellas. La luna, fiel compañera de los viajeros nocturnos, ese día le había abandonado. Era luna nueva.

Tras una rápida persignación y una plegaria al cielo, salió corriendo lo más rápido que pudo con los ojos cerrados. Cuando calculó que había pasado el árbol de mango, abrió los ojos solo para pararse en seco. 

El miedo que experimentó esa noche no volvió a sentirlo nunca. El terror le invadió de repente y los pelos se le pusieron de punta. 

Allí frente a él, a unos treinta metros de distancia, yacía un bulto, una especie de saco, de cuyo interior salía una mano larga y huesuda que con su vaivén parecía decir: «ven, ven a mí».

Su primer impulso fue darse media vuelta y salir corriendo directo al pueblo, y allí pedir refugio para pasar el resto de la noche. Sin embargo, al darse la vuelta vio el árbol de los ahorcados y se quedó paralizado en el lugar. Volvió a mirar hacia donde debía caminar y ahí estaba el saco con la mano esquelética moviéndose de un lado a otro.

Alberto no sabía qué hacer. Detrás de él, el árbol de los ahorcados y delante, el saco con la mano huesuda que le invitaba a acercarse. 

Y cuando no sabía que era más aterrador, empezó escuchar a lo lejos el débil sonido de las campanas de la Iglesia del pueblo...

Conforme sonaban las campanas, el miedo le invadía hasta la médula. 

Cuando la última campana sonó, todo quedó en silencio; un silencio ensordecedor, y Berto, tan aterrado como estaba, cayó en el suelo mirando hacia el saco en el que se hallaba la mano. 

No sabía que era peor, pero en el fondo prefería ver la mano esquelética que a los ahorcados descendiendo del árbol. Al fin y al cabo, no corría una leyenda por el pueblo sobre una mano y un saco.

Arrodillado, empezó a persignarse de nuevo una y otra, y otra vez, al tiempo que comenzaba a rezar: «Padre nuestro que estás en el cielo santificado sea tu nombre...»

Sintió un frío espeluznante envolviéndole el cuerpo. 

Abrió y cerró los ojos un par de veces, esperando que aquella mano desapareciera del camino para salir corriendo lo más rápido posible hasta su casa. 

Sin embargo, nada pasaba. El saco y la mano esquelética seguían allí.

«Ave María llena eres de gracia... ¿Ave María? No, no, así no es... Di... Dios te salve, María, llena eres de gracia...».

Empezó a imaginar que detrás de él estaban los ahorcados mirándolo, esperando que volteara y los mirara para caer en su maldición.

–Ay, Diosito –murmuró–, si en verdad estás allí, te prometo que si me salvas de esta no vuelvo a regresar tarde de una fiesta. Ayudaré a mi vieja en la casa, haré todos los mandados. Iré a misa todos los domingos. 

«La sangre de Jesucristo tiene poder, la sangre de Jesucristo tiene poder, la sangre de Jesucristo tiene poder», repetía en su mente como una interminable letanía.

De repente, sintió que todas sus plegarias habían sido escuchadas. Oyó que se acercaba un camión desde la dirección en la que se encontraba el saco con la huesuda mano. En ese momento, pensó que había llegado su única oportunidad. Esperaría a que el camión estuviese lo suficientemente cerca y alumbrara el camino para correr con todas sus fuerzas, pasar el saco y seguir hasta su casa.

Esperaba que el miedo no le hubiese dejado tan paralizado como para no poder correr. Se levantó poco a poco y esperó a que el camión se acercara. Cuando percibió la luz de los faros, se preparó. Y cuando el camión se puso en línea recta, alumbrando el camino, echó a correr tan rápido como pudo solo para descubrir que el saco y la mano huesuda que tanto miedo le habían dado, y le habían mantenido inmóvil, arrodillado y elevando plegarias al cielo, no era más que un burro, espantándose las moscas con su cola.

***

¡Gracias por leer!

Sort:  

Simpático cuento de camino, de esos que se hacen con el saber tan propio de nuestros pueblos. Buena recreación, @kellysar.

me gusto es muy entretenido

Gracias por tomarte el tiempp para leerlo, @difelice5000. Me alegra que te haya gustado.

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