Regresaba de unas rápidas compras en el súper. Era una tarde de domingo, el sol se inclinaba en grados directamente
proporcional a mis ojos, casi segándome pero aun así no me quemaba solo era un agradable calor que acariciaba el lado derecho de mi rostro. El camino estaba casi desierto solo me encontré con dos almas al salir de las compras mientras que el resto de mi travesía anduve solo; llevaba un helado para compartir con mi familia, estaba preocupado por el helado que podría derretirse pero aquel paisaje tranquilo y callado hacia que redujera la velocidad porque me sentía en la necesidad de permitirme disfrutar aquel grato momento.

No todos los días logro encontrar la calle desierta pero supongo que todos huían de aquel inclemente sol; a decir verdad ciento que no siempre le hacen justicia y la mayoría le huyen por su experiencia con el sol del mediodía, pero hay una gran diferencia entre los dos, en el medio día nuestro astro está en su punto más alto usualmente no hay muchas nubes y sus rayos nos golpean directamente, el suelo resplandece encandilándonos, usualmente a esas horas estamos muy apurados y estresados volviéndonos más sensibles a la luz solar. Pero el sol de la tarde aquel que ya se oculta, está inclinado cerca del horizonte, la luz tiene que atravesar más cantidad de espacio difuminándose en una gama de colores rojizos, naranjas, amarillentos dándonos aquellas puestas deleitables al ojo humano; esta misma luz que antes nos encandilaba y nos daba aquellos colores chillones ahora nos muestra increíbles matices variantes con los objetos que rodea.

Y ahí me encontraba yo disfrutando aquel hermoso paisaje que se abría a mis ojos, imperturbablemente dócil y sereno, como una pintura expuesta en un gran salón, perfectamente iluminada.
De pronto me encontré caminando en un parque que tenía que atravesar para llegar a mi hogar cuando de pronto un fuerte viento arrecio, ocultando el sol con las nubes y los árboles que se encontraban frente a mi comenzaron a batir sus hojas, sus ramas se movían con fuerza podía verlos mecerse al compás del aire y aquellas hojas produjeron un sonido que me recordó a cientos de miles de aplausos dados en la distancia cuando de pronto el sol despejando aquella nube que lo ocultaba ilumino entonces con su luz aquellos árboles, aquellas ramas, aquellas hojas entonces todo fundido en una explosión de sonido y color cerro aquella obra maestra con grandioso esplendor.