“Vivo en la perfecta realidad que yo mismo he diseñado”

Esta frase fue escrita hace ya bastante tiempo, y recurrí de casualidad a ella por un “infortunio” al que me vi expuesto; por supuesto, a causa de mis propias acciones… o imprudencia, para ser exacto. Déjenme abrir aquí un paréntesis para explicar lo que para mí significa la imprudencia: Callar la voz de la intuición. No se trata del recato en las palabras ni lo esquivo en las acciones; siempre, para mí, la imprudencia será no seguir la perfecta guía que existe en mí desde el nacimiento, llevándome esa terquedad siempre por caminos incómodos.

Estos meses me he visto envuelto en lugares repetitivos a sabiendas de que el flujo de eventos y cambio en los estados es la ley más natural de todo lo que nos rodea; y nosotros, a pesar de ser en esencia los mismos siempre, hemos de aceptar todos los cambios que nos rodean; y cuando no es así, es donde empiezan a venir las incomodidades.

El último año ha sido de un aprendizaje inmenso. Me di cuenta que soy capaz de amar intensamente y a la vez también de ignorar mucho; pero cuando intercepto ambos conceptos desde el lado erróneo, y enfoco demasiada atención a las cosas que desagrado, me pierdo; pero incluso, en esa pérdida, se encuentran cosas valiosas. Haré otra pausa para empezar a describirlo:

“Estoy en el lugar correcto, en el momento correcto, junto a los seres correctos. No podría estar en un lugar mejor”. Frase que suele decir al final de la clase una de mis instructoras de yoga. Frase acertada, he de decir. He transitado por situaciones hermosas, caóticas, decepcionantes, resplandescientes, y estado en lugares donde el pecho se me encoje o la sonrisa se me ensanche. Hoy veo con unos ojos llenos de brillo que en todos esos lugares debía estar. Quizás pude evitarlo, poniendo el rumbo de mis energías hacia otra dirección, pero las cosas las decidí y viví de una manera que no pudo ser mejor. Al final, no ha de tratarse de color rosa entre los muros de la vivencia sino más bien de transitar aquel camino que escogimos antes de nacer (por muy extraño que suene, así lo creo), y no hay mayor guía que lo sagrado para ello.

“Cuando entendí que mis problemas eran parte de lo necesario, entendí que no tenía ningún problema, y sólo me quedó ser feliz y agradecer”. Eso último es una frase que leí alguna vez y que me acompañó por un tiempo; y hoy, que decidí sacudirme un poco el peso de la nostalgia y la desidia la retomo nuevamente con un brillo incluso mayor. Dicen diversas culturas que el mundo es una ilusión, y yo les creo; a veces logro ver un hada azul revoloteando entre las paredes cuando decido aperturar el corazón. ¿Quién cambiará esa realidad si yo la creo? Yo mismo, si dejo que alguien más ingrese en ese molde que implica el pensamiento.

Empecé a escribir esto porque precisamente los últimos días me había notado perdido, consumido cada vez más por la rutina, por las preocupaciones “banales”, por los actos ajenos. Me enfurecía y me angustiaba por cosas que en efecto no me pertenecían; y le daba demasiado poder a las que están bastante fuera de mi control. Aceptaba de forma poco moderada lo que de afuera viniese, y sin notarlo, ya no era yo, sino la mente autómata que proyectaba hacia mis afueras lo que de afuera recibía. Esto no es un decreto de anarquía ni terquedad absoluta, pienso que es realmente importante escuchar lo que las personas han de decir, pero es importante llevar también consigo la opinión y soltar esos rugidos que intenta gritar nuestra propia voz. La calma y la bondad no han de representar fragilidad. Los motivos reales del por qué surgió todo esto no han de ser revelados, pero tienen un poco que ver sobre el apego y la atención que se termina dando a los fragmentos que ya no existen; simplemente, en el fluir de las páginas se fueron dejando cada vez más cosas. Y a pesar de todo es una breve, muy muy breve descripción de mí. El resto de las cosas están en las palabras que aun no conozco, en el futuro que aun no construyo; pero allí están, y no estoy precisamente ansioso por conocerlas ahora mismo, sólo hasta el momento en que los pasos me guíen hasta ese momento y se desnuden ellas hacia mí.

“No volveré a ensayar frente al espejo lo que tenga que decir” Mundo chillón- Las cosas que nunca te dije.