Relato: La Fuente de la Plaza Libertad [Parte 6]

in #castellano6 years ago (edited)

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Cada día sábado era para los chicos incluso más rutinario que el resto de la semana. Por lo general Tino despertaba lleno de energía cerca de las diez de la mañana, se aseaba rápidamente y luego se dirigía a su cocina. Vertía casi un litro de leche en una taza para luego lanzar sobre ésta tanto cereal como pudiese. En ocasiones aquella ración no era suficiente, y acababa por terminar de añadir más cereal con la taza llena a la mitad. Ese día tuvo además la osadía de agregar café a la leche y una cantidad de azúcar que aterraría a cualquier diabético.

Para disfrutar su particular desayuno, él se desplegó en el sillón de su sala como si fuese un colchón, encendió su televisor y reprodujo un concierto de Metallica en su Blu-ray. Tomaba una cucharada, tragaba y luego cantaba la letra de Enter Sandman a todo pulmón. A veces, no se tomaba la molestia de tragar antes de cantar, y si se animaba lo suficiente, sacudía ligeramente su cabeza al ritmo de la música.

Al llegar el mediodía, Tino fue servido con un tazón tamaño familiar de caldo de pollo, una descarada ración de puré de papas, tres filetes de cerdo, algunos tallos de brócoli y un plato hondo lleno de arroz. Todo eso acompañado de varios vasos de jugo de fresas. Pero como si todo eso dejara para él algún espacio en su estómago y un atisbo de hambre, se comió un par de cambures antes de volver a su cuarto. Cualquiera con un poco de razonamiento creería que con esas cantidades de comida Valentino sufriría de obesidad mórbida, pero en cambio Tino era delgado, realmente muy delgado.

Alejandro despertó más tarde, cerca de las once. Dio un brinco desde su cama al reconocer el rítmico sonido de la lavadora de su casa en pleno funcionamiento. Cada sábado su madre se dedicaba a lavar. Ella no trabajaba, su tarea esencial y única ocupación siempre fue la de ama de casa, y realmente la hacía de forma impecable. Alejandro se dirigió rápidamente en dirección hacia el cuarto de lavado para colgar algunas prendas en los tendederos mientras su madre se dedicaba a calentar su desayuno. Mientras colocaba algunos ganchos repasó la agenda de esa semana en su mente, pero se dio cuenta de que realmente no tenía nada por hacer. Su madre dejó en la mesa una taza de avena casi hirviente al lado de medio pan campesino relleno de jamón, lechuga y aderezado con mayonesa sobre un plato de plástico. Alejandro tomó asiento olfateando con un familiar agrado el delicioso aroma de la canela que su dedicada mamá siempre añadía a la avena.

Más tarde, como acostumbraba, Alejandro regresó a su cuarto y tendió su cama para luego desplomarse sobre ella. Extendió su brazo hacia el cajón de su mesa de noche, tiró de él y tomó de su interior el último libro que había comprado. Sobre la portada de este se dejaba leer en letras grandes: “It (Eso)” y el nombre de un tal Stephen King. Y mientras deslizaba una página tras otra viajando en su mente por las calles de Derry, perdía la cuenta de las tazas de café que iba tomando en el proceso.

Para Luis, por su parte, ese sábado no pudo ser más atípico. Él hubiese dormido profundamente al menos hasta las dos de la tarde. Se hubiera levantado, con muy pocos ánimos, para comer lo que encontrase y luego sentarse para ver meme en Facebook desde computador. Pero en cambio ese día, quizás por un nuevo sentido del deber o por la extraña sensación de vacío que la enigmática Ana había dejado en él la noche anterior, se levantó cerca de las once de la mañana. Luis tomó asiento frente a su PC con un plato servido arepas tibias dejadas en el microondas por su madre. Encendió su CPU e hizo un par de clics dando ejecución a su navegador, y en lugar de abrir Facebook, cómo hubiese hecho cualquier otro día, abrió una pestaña en Google donde se dispuso a investigar cómo resolver las operaciones que el profesor Benítez le había dejado de tarea.

Si algo tenían en común los tres chicos, era su amor (o temprana adicción) por la cafeína. Así que antes de buscar su cuaderno para realizar las operaciones Luis se dirigió a su cocina, encendió una estufa y colocó sobre ella una cafetera completamente llena de agua y añadió a la formula varias cucharadas de café molido. No le gustaba endulzar el café con azúcar sino con papelón, así que buscó un puñado de trozos de panela que había en un envase guardado en su alacena. Siempre había un envase lleno de papelón allí. Él esperó pacientemente a que el café estuviese caliente y los trozos de la panela disueltos, para luego servirse de su vital combustible en una gran taza de porcelana. Llevó la taza en su mano derecha al caminar hasta su cuarto para, por primera vez en su vida, dedicarse a aprender matemáticas.

Casi logra concentrarse realmente en su tarea, pero los números que trazaba con su lápiz acababan convirtiéndose en letras para sus ojos. Un cuatro se convertía en una A, un dos en una N y antes de que pudiese darse cuenta se encontraba pensando en el día anterior, y acababa por leer en el papel bajo su mano el nombre de la hermosa chica que había tenido la gloriosa oportunidad de conocer.

Poco a poco y contrario a sus expectativas logró resolver uno por uno los ejercicios. Resultaban ser realmente sencillos una vez supo cómo utilizar las formulas, y acabó siendo una práctica relajante dibujar cada figura que medía con su regla. Una hipotenusa de trece centímetros, un radio de ocho centímetros, otro de cinco. Cuando finalmente terminó, sintió una extraña satisfacción y serenidad que sólo acostumbraba a sentir cuando terminaba un videojuego muy extenso, o muy difícil. Llegó a comparar ese sentimiento con el que tuvo al culminar Dark Souls, juego que él había calificado como una tortura tan absurda que llegaba a disfrutarse demasiado.

Por un momento consideró jugar un poco para celebrar haber culminado tal reto, pero en cambio se dispuso a abrir su perfil de Facebook para hacer algo que le interesaba aún más. Antes de que pudiera sorprenderse por el hecho de que algo le interesara más que los videojuegos, escribió “Adriana” en el buscador de la página intentando encontrar a la chica de quien se había enamorado.

Pero para su pena, no logró encontrarla nunca. Intentó buscarla por el nombre que según ella prefería usar, pero entre las más de doscientas Anas diferentes que llegó a investigar ninguna se parecía a la perfecta criatura que buscaba. Intentó distintos medios, distintas redes sociales, pero sólo disponía de datos que escasamente le eran útiles para hallar algún perfil que lo guiara a reencontrarse con ella. Luis acabó dándose por vencido al momento en que pudo percatarse de que ya pasaban de las seis de la tarde.

Unos minutos después, Alejandro, quien justo había leído la última página de su libro, le envió una invitación a su canal de Discord. Para los chicos era tradición jugar videojuegos a partir de las seis y media de la tarde. Aunque el único que era fanático de League of Legends era Tino, resultaba ser un juego bastante conveniente para que tres amigos pasaran el fin semana y acababan por jugarlo casi todos los sábados.

— ¿Que más bro? —saludó Alejandro desde el chat de audio de Discord.

— Ahí Hermano. Tengo una noticia increíble —replicó Luis—, realmente logré hacer la tarea que me puso Benítez.

— ¿De pana? Te salvaste de la reparación en la raya.

— No sólo me salvé sino que aprendí, al fin, algo de matemáticas. Eso es lo extraordinario.

— ¡Verga! Sólo falta que te vayas a dormir temprano y podríamos declarar el inminente fin del mundo.

— De hecho, intentaré hacerlo hoy. Debería llegar temprano a clases mañana.

— Realmente nunca lo hubiese esperado de ti.
El ingreso de Tino al chat pasó inadvertido para ellos— ¿Qué pasó? ¿Ya Luis salió del closet?

— Ya te dije que tú debes salir primero —respondió Luis.

— En serio, ¿qué coño pasó?

— Luis logró hacer su tarea de matemáticas —dijo Alejandro.

— Ay loco. Hoy llueve fuerte.

— ¿Por qué les impresiona tanto? —preguntó Luis.

— Bro, ha sido un milagro que no hayas reprobado esa vaina —respondió Tino.

— Aún no sé si la repruebo o no, todo depende de esta semana y no sé cuánto me ayude esta tarea.

— Bueno, pues que la fuerza te acompañe —dijo Tino—. ¿Jugamos o nos quedamos hablando huevonadas?

— Juguemos, a ver si logro despejar mi mente.

— ¿Qué pasó? ¿Te frió el cerebro la tarea? —preguntó Tino.

— No, no es eso. Es por lo de anoche.

— ¿Todavía estás pensando en esa chama?

— Sí, realmente no logro sacarla de mi cabeza.

— ¿Ya la buscaste? —preguntó Alejandro.

— Claro que sí. Pero sólo sé su nombre. Sólo eso, y es muy difícil encontrarla así.

— Bro, pero solamente la viste una vez, ya se te pasará. Habrá culos mejores —señaló Tino.

— ¿Y si la indicada era ella? ¿Y si perdí la oportunidad de conocer a la chica perfecta para mí?

— No estoy de acuerdo con lo que dijo Tino, pero tú tienes catorce años. Definitivamente podrás conocer muchas otras chicas.

— Es que hubo algo en ella, en su forma de mirarme que me hizo sentir muy… feliz.

— Creo que estás loco —dijo Tino—, pero todos tenemos un poco de locura.

Dos jugadores más ingresaron al canal, primero fue Sebastian, un chico de San Fernando que cursaba quinto año de bachillerato. Al igual que Luis no era un estudiante con destacables calificaciones, pero a la hora de jugar videojuegos llegaba a ser calificado como genio por sus compañeros de equipo, claro que dedicaba al menos ocho horas diarias a jugar.

Los chicos nunca llegaron a conocer el aspecto de Sebastian durante sus días de LOL, aunque más adelante, cuando la fiebre de Fornite los contagió, él se atrevió a mostrar su rostro para dejar ver que contario a lo que había imaginado Tino alguna vez, no era un gordo deforme y con piel amarillenta cubierta en exceso de acné. Por el contrario, era moreno, alto y delgado. De cabello tan oscuro como el petróleo y ojos color avellana. Su rostro no era totalmente armónico, pero no era en lo absoluto desagradable.

Dayana fue la última persona en ingresar al chat. Ella alcanzaba apenas los quince años pero según los chichos tenía voz de una mujer de cincuenta, y según Tino, de una transgénero. Poseía un aspecto infantil y algunas pecas en su rostro, ojos del color del interior de un kiwi y usaba frenillos. Tenía los dientes bastante torcidos, pero no dejaba de ser una chica linda. Aunque en lo referente a su lenguaje, parecía competir con Tino por el record mundial de mayor número de maldiciones dichas en un minuto.

— ¿Que pasó mariquitos? —dijo Dayana— ¿Vamos a partir culos?

— Sí, el tuyo —respondió Tino.

— Querido, yo partiría tu culo antes de que tú puedas partir el mío —dijo ella vacilando.

— Después de que veas mi verga, querrás que te lo parta por puro placer.

— Cariño, no voy a buscar una lupa para ver tu pene —dijo Dayana haciendo a los chicos exclamar como si intentaran pronunciar la letra u y soplar al mismo tiempo.

— Concéntrate Tino —dijo Luis— La semana pasada nos hiciste perder dos veces.

— ¡A la verga! ¿Yo?

— ¡Sí, tú! —dijeron Alejandro y Luis al unísono mientras la partida se anunciaba lista para iniciar. Así disputaron una partida tras otra mientras la noche avanzaba, y al llegar la madrugada fue Alejandro el primero en retirarse a dormir, luego Tino se despidió pronunciando varias maldiciones, y finalmente Luis, después de ver algunos videos en Youtube, se fue a su cama. Pasó en un chasquido el día domingo y llegó el tan esperado lunes; la semana final de clases que al culminar cerraría su ciclo como estudiantes de tercer año de bachillerato. Tanta era la importancia de ese día que Luis se despertó cuando su teléfono dio la alarma a las seis en punto. Se levantó de un brinco y se dirigió al baño luego de un profundo suspiro.

Había un aire melancólico y una desbordada ansiedad. Esa semana Luis pasaría a considerarse casi un hombre, o al menos, un adolescente bastante cercano a la adultez. Él (al fin) avanzaría al penúltimo año de bachillerato y nuevas ventanas se abrirían para dejarle conocer de una forma distinta al mundo. De hecho, serían esos últimos cinco días una experiencia completamente entrañable. En ese momento, de alguna extraña manera, Luis pudo saberlo, sintió con una firmísima seguridad que todo lo que haría esa semana lo recordaría muy bien el resto de su vida.

Ese sentimiento irracional y tan extraño presentimiento, comenzó a parecer una premonición cuando Luis notó que su madre, quien nunca había fallado en su horario de salida, esa vez por primera vez se había retrasado y se encontraba parada de espaldas todavía en su cocina. Si bien aquel momento era realmente incómodo, se hizo además triste y amargo cuando Luis se percató de que su mamá, al notar su presencia, cubrió su rostro con Afán para esconder las lagrimas que él ya había detallado en sus mejillas. De un respingo se dio media vuelta y lanzó un profundo suspiro. Ella lo miró fijamente con una expresión de asombro.

Luis se sintió un poco incrédulo ante lo que veía. Hasta ese momento, su madre había sido para él una especie de ser invencible. Como esa idea inocente de un niño que piensa que su padre es un superhéroe, así la percibía. Para él Ivana no era del todo humana, Para él su madre era un ser que nunca parecía cansarse y siempre mantenía buen ánimo, era tan precisa como un reloj suizo y tan resistente como Superman, pero todo ello era una mera ilusión.

— Buenos días bebé. Te levantaste temprano —Señaló Ivana al retirar el cabello de su frente. Luis tuvo deseos de decirle cuanto le molestaba que le dijese bebé, pero no le alcanzaron ánimos para hacerlo.

— Buenos días —dijo Luis con voz ronca—. Es que tengo un día importante y no debería llegar tarde.

Ella marcó en su rostro una forzada sonrisa— Claro, es la última semana. ¿Te ha ido bien en clases?

— La verdad, si todo sale bien hoy podría decir que sí.

Me alegro —dijo ella haciendo más creíble su sonrisa, para luego derrumbar la ilusión con otro suspiro. Hubo un corto y solemne silencio, tan incomodo que lo único que pudo resolver Luis para romperlo fue hacer la pregunta que justamente intentaba no hacer.

— ¿Estás bien mamá?

— Sí, tranquilo. Sólo me levanté demasiado tarde —pero Luis pudo percibir la falsedad de sus palabras tan bien como percibía la de su sonrisa. Él sabía que si bien era inaudito que su madre no saliera a tiempo para su trabajo, era aún más inaudito que en lugar de intentar acelerar su salida sólo se quedara detenida, casi inmóvil, y se tomara el tiempo para hablar con él como lo estaba haciendo. Lo que no lograba relacionar con ese extraño evento era que ese sábado su madre no había salido a hacer compras como se imaginó. De hecho, se había dirigido al último lugar que hubiese esperado. Desde ese día Ivana había perdido la extendida batalla contra una depresión que Luis no había sido capaz de notar hasta esa mañana.

Algo sí era seguro, Luis fue capaz de entender que trabajar sesenta y cinco horas semanales se había convertido en criptonita para su súper madre. Recordó haberla escuchado comentar que disfrutaba realmente su trabajo, pero que su salario era cada vez más ridículo. En ese momento esa fue la única y más lógica respuesta que se pudo dar ante las dudas que cruzaban por su inmadura mente. Probablemente Luis tenía razón, tanto trabajo puede afectar seriamente la psicología de una persona. Era una explicación obvia, pero no era realmente una explicación completa.

— ¿Ya hiciste el desayuno? Yo puedo terminarlo —señaló Luis.

— No, ya está listo. Hice café también —dijo señalando la cafetera— ¿Quieres una taza?

—Claro. Sabes que me gusta mucho el café —dijo él. Ella se dio media vuelta y tomó un par de tazas de porcelana que descansaban sobre un mesón de granito, donde vertió con manos temblorosas el oscuro café humeante que llenó por completo ambas tazas. Luis tomó una taza del mesón y su madre tomó la otra. Ambos soplaron prudentemente sobre ellas antes de tomar muy cortos sorbos.

El silencio, esta vez, ya no era incómodo. Por el contrario ambos sintieron una tranquilidad y paz en su interior al probar aquella caliente bebida que no lograban entender. Quizás era por la cafeína, o quizás era porque por primera vez en mucho tiempo ambos se miraron a los ojos y se sonrieron al unísono como si guardaran alguna confidencia. Al terminar su café Ivana se acercó a Luis lentamente, abrió sus brazos invitándolo a acercarse a ella de igual manera. Él vaciló un poco, luego avanzó hacia ella y extendió los brazos. Ella terminó de acercarse y envolvió a Luis en un tierno y apretado abrazo que selló con un beso en su frente. Él correspondió el gesto.

Cuando finalmente ella abrió sus brazos, tomó a Luis de sus hombros y le dedicó una bendición. Luego giró, tomó su bolso, y partió. Él no sabía cómo interpretar todo aquello, se quedó un rato pensando con gran inquietud en lo que acababa de suceder mientras se vestía para ir al liceo. Como sabía que ese día tendría que preocuparse por otras cosas que en ese momento resultaban ser prioridad, se forzó a dejar de hacerlo mientras se caminaba con pasos firmes hacia la estación de metro.

Gracias por leer . Un abrazo enorme.

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super bueno te quedó bro! pukusaludos!

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