Relato: La Fuente de La Plaza Libertad [Parte 3]

in #castellano6 years ago (edited)

Te invito a leer la historia completa:

Parte 1

parte 2
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Al cruzar la avenida de vuelta a la plaza, Luis cubrió el paquete de cervezas con su sudadera para que sus manos no se entumecieran de lo frías que estaban. Mientras rodeaba la fuente hacia el anfiteatro, observaba el imponente caballo en su centro cuando este era iluminado en color azul. Como un augurio del destino, Luis bajó su mirada mientras las luces tornaban su tono más celeste. Allí, en el borde de la pileta, vio a una chica sentada que se sumía en llanto, cuya sola contemplación lo paralizó de inmediato.

Él detalló su figura: era de baja estatura, caderas anchas y destacado busto. Llevaba una bufanda de color negro, botas de cuero del mismo color, igual que su pantalón. Su camiseta era blanca, de mangas largas, y llevaba su oscuro cabello corto con un flequillo cayendo sobre su frente. El color de su rostro ruborizado recordaba a una manzana recién cortada, y este era decorado por un piercing cruzando su fosa nasal derecha.

Luis observaba a la chica con la fascinación que tendría un astrónomo descubriendo un planeta con vida, y la admiración que tendría observando una supernova. Para él, brillaba incluso más que una.

Si hasta entonces Luis no había creído en el amor a primera vista, a partir de ese momento no sólo iba a creer, sino que seria un testimonio viviente de su existencia. Y tratando de salir del hechizo de esa criatura de belleza tan hetérea, sin darse cuenta comenzó a dar pasos tímidos hacia ella. En ese momento, recordó el pañuelo que guardaba aun sin usar. Lo sacó de su bolsillo y lo extendió hacia ella, quien lo observó con recelo mientras esnifaba sobre su mano y jadeaba al respirar.

—¿Tiene perfume? —preguntó la chica tomando un trago grueso de su propia saliva. Luis negó con la cabeza y ella tomó el pañuelo. Secó su rostro con afán mientras él miraba hacia ambos lados antes de tomar asiento junto a ella.

—¿Por qué lloras? —preguntó él.

—Porque mi novio es un imbécil —suspiró ella.

—Entonces tal vez debería ser tu ex novio —dijo Luis con ironía.

Ella lo observó relamiendo su labio superior y empezó a reír con cierto frenetismo. Luego lanzó un alarido de arrugando e rostro, clavando sus uñas sobre sus palmas— ¡Siempre me pasa lo mismo!

—¿Qué te pasa?

—Siempre me dejo llevar por un imbécil a quien no le importa nada fuera de su propio ego —dijo ella cerrando su puño con más fuerza—. Si no es algún tonto en motocicleta, es un pendejo inmaduro que vive de la mesada gorda de su padre... Y termino por darme cuenta de que soy un pedazo de carne para ellos.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Luis, notando que estaba siendo un poco impertinente.

—¿Sabes qué? Dame una cerveza y te cuento todo —dijo ella al detallar el paquete que escondía Luis. Sin siquiera pensarlo, él descubrió el paquete y sacó de este dos cervezas; extendió una hacia la chica y ella la tomó— ¿Cómo te llamas?

—Luis —contestó él y destapó su cerveza.

—Que nombre tan horrible, parece de un drogadicto depresivo sin gusto para vestirse.

—Bueno, realmente no tuve oportunidad de escoger un mejor nombre —dijo Luis, sintiéndose un poco menos tímido.

—¿Verdad que no? —preguntó la chica destapando su cerveza y tomando un trago— Eso es una injusticia, pasamos toda la vida cargando una identidad que no nos dan oportunidad de elegir. Así es con todo, y con todos: nunca podemos decidir en verdad lo que realmente queremos; tenemos que conformarnos con lo que otros deciden.

—¿Y tu nombre cual es? —dijo Luis luego de tomar un sorbo de su lata.

—Yo me llamo Adriana, pero prefiero que me llamen Ana; no me gustan los nombres largos. ¿Y tú como quieres que te llamen?

—La verdad nunca me han llamado de otra forma, ni me he preocupado en darme otro nombre.

—Eso es muy aburrido—dijo ella analizando antes de prosegir con su sugerenca—... a ver, ¿que tal Luigi? Es el italiano para Luis.

—Me parece bien. Un gusto conocerte, Ana.

—Es igualmente un gusto Luigi.

Ambos tomaron un sorbo de su cerveza a la vez y quedaron en medio de un incómodo silencio. Ana tragó media lata de cerveza con solo un trago. Luis por su parte apenas si la saboreó para recordar que le repugnaba su sabor. Ella suspiró con fuerza y cerró sus ojos al exhalar, sacudió su cabello con ambas manos y se levantó de su asiento.

—Vamos a dar una vuelta, quiero caminar —ordenó Ana encestando su lata en un bote de basura.

—De acuerdo, pero me dijiste que ibas a contarme lo que te sucedió.

—A eso voy... calma —dijo Ana volteando los ojos— Eres muy entrometido ¿No te lo han dicho?

—Me han insultado muchas veces, pero nunca me han dicho eso que yo recuerde.

—No te insulto, tonto —reprochó ella.

—Ahora sí lo hiciste —dijo Luis con un gesto burlón. Ella lo miró y sonrió ligeramente agitando la cabeza—. Sólo cuéntame, creo que te ayudará un poco.

—De acuerdo —dijo ella llevando su mano a su bolsillo, sacando una cajetilla de Luckies tomando una larga bocanada de aire— ¿Quieres uno?

Luis en ese momento no sabia que decir; nunca había fumado. Pese a que su conciencia gritaba que no lo hiciera, y con el riesgo de un cáncer pulmonar severo, o un aborto, Luis extendió su mano para tomar un cigarrillo y encenderlo por primera vez en su vida. Ella encendió el suyo sin cuidado con una larga y profunda calada, mientras él contenía la tos con el ultimo sorbo de su lata.

—El tipo se llama Gustavo —dijo ella tomando una calada de su cigarrillo—, lo conocí en una fiesta con mi amiga Johana. Ese día no me quitó la mirada de encima ni por un segundo. en ese momento me pareció lindo, ahora lo recuerdo como un león asechando a su presa entre la maleza. Siendo sincera conmigo misma, creo que eso me gusta. Cada relación que he tenido con cada hombre ha sido para satisfacerme sexualmente dándoles a los hombres lo mismo a cambio ¿y sabes qué es lo peor? Que hasta el día de hoy ninguno me ha satisfecho.

Mientras simulaba fumar el cigarrillo, Luis observaba a Ana como si hablara mandarín. Y si lo hubiera hecho, tal vez él estuviese menos desubicado —¿Que edad tienes?

—Diecisiete ¿y tú? —preguntó Ana y exhalo una nube de humo.

Luis sintiéndose intimidado, y fuera de sintonía, no pudo resolver más que mentir recordando las palabras del guardia del concierto —dieciséis.

—Bueno, tal vez puede ser que los hombres se convierten en imbéciles a cierta edad —murmuró ella—. No quiero ofenderte, de hecho casi todos mis novios han sido mayores, salvo uno, pero era un completo inmaduro.

Luis tragó saliva y mordisqueó mientras se percataba de que, varios metros lejos de ellos el concierto había quedado completamente mudo; ya había terminado la presentación de Leo-Nasty. Simuló tomar una calada del cigarrillo y enderezó su espalda como si eso lo hiciera ver mayor— ¿Entonces que hizo Gustavo para hacerte llorar?

—Cierto, sólo estoy divagando. Somos novios desde hace 2 meses y se supone que hoy los cumplíamos; para celebrarlo íbamos a salir a cenar. ¿Para quien son las cervezas? Se van a poner calientes —dijo Ana señalando las cuatro latas restantes, tomó otra calada y Luis suprimió las voces de sus amigos en su cabeza diciéndole "jala-bola traidor..." para entregar otra cerveza a Ana—. Gracias. Pues bueno, Hoy decidí venir temprano y esperaba que hiciera algo lindo ¿no es mucho pedir cierto? Pero esta mañana me dijo que vendríamos hasta acá para ver el concierto, aunque sabe que yo prefiero otro tipo de música.

Acepté su propuesta aunque no me agradaba la idea; sólo me interesaba estar con él y pasar un buen rato—dijo ella y bebió un poco—, pero cuando llegué me di cuenta de que solo me trajo aquí para estar con sus amigos. Y no es que sean las personas más tolerables del mundo. El tonto no solo me ignoro por completo toda la noche, sino que cuando le dije que me quería ir, el cabeza de huevo me dijo: "Calma... mas tarde cogemos"... ¡Maldito imbécil! —aulló ella.

—¿Que hiciste entonces? —preguntó él. Siendo lo único que se le podía ocurrir decir.

—-Nada; eso es lo que me da rabia —dijo ella tras tomar una ultima calada y lazar su colilla, conteniendo su respiración para no llorar de nuevo. Por su estado anímico había omitido por completo que Luis jugueteaba con su cigarrillo, y emulo su gesto con este casi a la mitad—. Debí darle una cachetada, pero soy muy débil para eso. En cambio corrí como una niña a llorar a la fuente, y aquí estoy contándole todo a un desconocido.

—Este desconocido te esta brindando unas cervezas —dijo Luis un poco pedante, justo antes de arrepentirse por hacerlo.

—No me digas que ahora me las vas a cobrar —replicó ella agresivamente.

—Para nada, de hecho puedes tomártelas todas —reparó Luis.

—¿Intentas emborracharme? —cuestionó ella aun de mal humor.

—No creo que esto sea suficiente para emborracharte.

—¿Me llamas alcohólica? —replicó Ana más exaltada.

—¡No! Dios —respondió él llegando a frustrarse severamente—. Sólo trato de hacerte sentir mejor.

Claro, claro, perdón —dijo ella retomando la calma—. No debí pagarla contigo chamo. La verdad eres lo mejor que me ha pasado en la noche.

"Tú eres lo mejor que me ha pasado en mi vida" pensó Luis— Tú igual.

—¡Ah sí? ¿Y a donde ibas con esas cervezas? —preguntó Ana incrédula.

—Eran para mi. Iba a compartirlas con mis amigos, pero prefiero compartirlas contigo.

Ana sonrió y tapó su rostro, dejando a Luis hipnotizado de nuevo —Eres muy tierno, pero no es justo que me aproveche de ti.

—No lo haces, para nada —Dijo él al observar que tras toda su caminata, habían regresado al punto donde se encontraron—. Yo te vi llorando en esa fuente hace un rato, y ahora te veo sonreír gracias a mi. Eso es todo lo que necesito.

Ana se sintió el centro de atención de Luis en ese momento, pero aunque las palabras de él eran sinceras, no pudo evitar tener un poco de incredulidad sobre estas. Pese a eso, Ana dibujo una sonrisa mas grande en su cara. Entonces llevó su mano a su bolsillo y saco otro cigarrillo de la cajetilla. Lo llevó a su boca y encendió con una corta calada.

—Llévale esas cervezas a tus amigos —sugirió ella dando pasos en reversa—, y gracias por secar mis lagrimas y escucharme.

—Fue todo un placer, -Ana.

—Igualmente Luigi.

Mientras Adriana se alejaba sin voltear ni por un instante, Luis, quien ahora se sentía mejor identificado por el nombre que aquella entidad divina le había otorgado, la observó como lo haría una madre al ver a sus hijos irse de casa. Estaba tan fascinado, tan anonadado por la belleza de esa chica, que incluso cuando la perdió de vista no dejo de mirar hacia la calle, donde ella se difuminó entre las luces urbanas contorneándose vivamente.

Cuando finalmente recobró un poco su conciencia, Luis caminó hacia el anfiteatro como un zombie con las cervezas que le quedaban. Llegando con sus amigos, estos le propinaron una queja vehemente por el tiempo que había tardado en llevarlas. Pero en lugar de sentirse incómodo, o apenado, sonreía como lo haría Snoop Dog en sus mejores viajes.

—¿Qué te pasa? —preguntó Alejandro, pensando que su amigo se había vuelto loco, o estaba drogado.

—Pasa que conocí a la mujer más hermosa de este mundo y los que existan —respondió Luis casi alucinando.

—¿Pero qué dices? ¿Conociste a Dua lipa? —replicó Tino.

—Conocí a Adriana, Ana. La ninfa deprimida de la fuente de la Plaza Libertad.

—¿Ahora te hiciste poeta? —preguntó Alejandro un tanto sarcástico.

—Amigo, por ella escribiría mil poemas y quedaría corto al describir su belleza. Pero no soy poeta, sólo siento que me he enamorado —dijo Luis sonriendo como un desvariado.

—Te dije que íbamos a perderlo. La falta de sueño ya lo volvió loco —dijo Tino burlándose, mientras Luis sólo sonreía aún más. Alejandro se acercó a Luis con la mirada llena de intriga.

—¿Hueles a cigarrillo? ¿Acaso fumaste algo? — preguntó Alejandro.

—Tranquilo Ale, sólo un cigarrillo, y lo tiré a la mitad. Ana me lo dio.

—¿Pero quien es Ana? ¿Donde está? —preguntó Alejandro.

—Ana es la chica que me enamoró —redundó Luis.

—Luis, vasa tener que dejar de decir tantas sandeces y explicarnos lo que pasó —señaló Alejandro.

—¡No se desesperen! ya sabrán todo, déjenme contarles...

Luis narró lo que justo había ocurrido, exagerando unas tantas cosas. Cuando él terminó su relato sus amigos quedaron incrédulos pero aún más intrigados— ¿Y vas a verla de nuevo? ¿Te dio su numero? —preguntó Alejandro. Sólo entonces Luis dejó de sonreír, sintiendo una terrible aflicción al darse cuenta que por haberse perdido tanto en la mirada de Adriana, lo único que tenia a su disposición para ver a su musa de nuevo, era un nombre de pila y una imagen en su memoria de un rostro que jamas olvidaría.

Gracias por leer. Un abrazo enorme.

Daniel Eduardo Alba @huesos.png

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