Pensando profundamente la manera de decir lo que siento encontré que las formas tradicionales de expresar amor me eran todas, y en conjunto, insuficientes. Reflexioné por horas, y dado que la época invernal para mí no representa más que ser acariciado por un par de brisas frescas tras el ocaso; y habiendo pasado ya veinte minutos desde las cuatro de la tarde, el calor de esta habitación compartida por motivos laborales incrementaba. Mientras mis dedos teclean a la par de melodías melancólicas llego a la conclusión de que, quizás, lo que pienso ni siquiera debe decirse y sin embargo, quiero hacerlo.

Te quiero libre.

Es lo más simple y a la vez más certero que podría decir, puesto que descubrí que el amor más puro y honesto solo puede ser calificado como un deseo irracional e inconmensurable porque quien amamos sea realmente feliz. Y en mis momentos de mayor reflexión junto a la almohada llegué a descubrir que la verdadera felicidad se encuentra solo al gozar de autentica libertad.

Te deseo libre.

Quiero tu libertad y la valoro tanto como la mía, esperando que tus ojos brillantes de miel y café solo vean lo que desean ver, y que se inunden unicamente en lágrimas de inmenso júbilo. Quiero que tus pensamientos crezcan y broten como arboles que den los frutos de tus éxitos mientras que tu arte explota desde tu conciencia salpicando de tu alma el mundo. Quiero que vueles sobre las penas, los engaños, la incertidumbre, recorriendo nuestro caótico y errante suelo solo rodeada de paz, lealtad, compresión, respeto y confianza al lado de quienes compartan contigo tales virtudes.

Te pido que seas libre.

Quiero que al serlo disfrutes cada día de tu vida. Canta cuando quieras, baila si lo deseas, grita si te hace falta y cree en ti misma, piensa que tienes el valor que yo sé que posees. Pero especialmente te pido que no seas de nadie, sé solo tuya, pero sé también motivo de alegría para otros, así como eres mi alegría justo ahora y, gracias a tu existencia, encuentro más placentera la mía.