TÚ, YO... Y LOS CHAMOS

Amanece, todos a correr. Entre el vístanse, coman, la lonchera, el morral, y un Dios te bendiga; todos a la calle, se nos olvidó, un que tengas buen día mi amor.

Y así llega el mediodía, otra vez a correr... báñense, coman rápido, la tarea, el fútbol, la danza. Una vez más, se nos olvidó ¿y cómo estuvo tu mañana mi cielo?.

Después de una agitada tarde, todos de regreso a casa... a cenar, a ponerse la pijama, cepíllense los dientes, a dormir temprano que mañana hay colegio. Y ya exhaustos, caemos a la cama rendidos, no dio chance de saber ¿qué tal estuvo tu día mi vida?.

Hay dos tipos de abuela, la que te aconseja que brindes mas atención a tu pareja que a tus hijos: "mijita, primero atienda a su marido, tus hijos siempre serán tuyos, pero el marido no se sabe". Y está la abuela que te dice: "los hijos son los hijos, y son lo primero, porque los hombres o las mujeres van y vienen, pero los hijos quedan".

Pero ¿cuál de las dos es más sabia?. La primera, sigue allí con su viejo, envejecen juntos, los hijos ya partieron a hacer sus vidas. La segunda, quedó sola, con unos hijos que no siempre vuelven, están viviendo.

Entonces, ni tal calvo, ni con dos pelucas. Tiene que haber un equilibrio. Cuando vivimos nuestra vida de pareja sin chamos, todo parece un idilio, solo somos tú y yo. Luego vienen los chamos y todo cambia, sí es caóticamente hermoso, los hijos son un bendición, pero seamos sinceros todo cambia, las prioridades, los sueños, los tiempos, hasta el ruido de la cama, todo. Tu vida pareciera que ya no es tuya, que es de ellos. Todo gira en torno a ellos, y eso no representa un sacrificio para ti, por el contrario, eso te da satisfacción y orgullo.

Pero ¿y la vida de pareja qué? ¿qué pasó con aquellas hormonas efervescentes sin horarios establecidos? Pareciera que la llama del amor y la pasión se reduce a su mínima expresión, pero no, esa llama no se puede dejar apagar, deben seguir existiendo esos momentos que antes dedicábamos a enamorarnos, al romance, la pasión, la complicidad. Tu pareja es tu socio, es tu amigo, tu confidente, tu consorte, tu apoyo incondicional, pero también es tu amante, y a los amantes hay mantenerlos felices.

Así que una pegadita de cachos a tu hija con tu esposa, o a tu hijo con tu esposo, es como decimos en la iglesia: es justo y necesario, es nuestro deber y salvación.

En esos días en que las peleas entre hermanos estén a punto de rebasar tu paciencia, o su camaradería conspire para echar abajo la casa, que provoca amarrarlos barriga con barriga, justo allí aproveche, píquele el ojo a su amado(a), y dígale: “venga, hagamos otro par”.

Fuentes: sleepfeet
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