El rompecabezas del Brunelleschi

in #castellano6 years ago (edited)

Gabrielle DeRose se encontraba de nuevo en su modesta salita acompañada de un D.H. Laurence con apenas dos años de haberse publicado para entretenerse en una tarde nublada en Florencia, el 29 de abril de 1930. Su departamento era el número 217 del segundo piso de un edificio de la Vía del Fossi. Aunque la lectura estaba interesante, sus pensamientos la estaban haciendo divagar frecuentemente y para despejar la mente decidió atravesar su puerta en dirección al Arno. Una caminata siempre ayuda a tranquilizar una mente inquieta.

El movimiento de la muchedumbre en la Piazza Carlo Goldoni le causaba cierta tranquilidad; observar a las personas era un pasatiempo para una mente que se concentraba en los detalles, pero no había nada interesante por los momentos en el vendedor de paletas, en el titiritero ni el violinista que se encontró en su caminar. Se detuvo en la estatua de Carlo y le dio su acostumbrado saludo con la respectiva reverencia:

Buongiorno, Carlo, espero no te canses de estar parado por tanto tiempo.

Al continuar hacia el río, divisó un oficial de policía que la observaba. Suspiró con desdén al adelantarse a deducir que su caminata sería interrumpida en breve, pero utilizó la negación para disfrutar de al menos los pocos minutos de paz que le quedaban, ignorando a este personaje que ahora la seguía. Resignada, detiene su paso y espera la ya inevitable interrupción.

–Disculpe la molestia signora pero el comisario Andretti requiere su presencia en la catedral. Ha ocurrido algo terrible.

Signorina. Guíe usted el camino.

Transitaron Gabrielle DeRose y el oficial de policía Humberto Pagnotto por los Lungarni en dirección sureste, pasando el Ponte Santa Trinita y el Ponte Vecchio, donde tomaron un coche. Doblaron en una esquina hacia el norte con destino a la Piazza del Duomo para encontrar la Catedral Santa María del Fiore. Dentro de la catedral, bajo la Cupola del Brunelleschi, estaba el comisario Gerolamo Andretti esperándola.


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Catedral Santa María del Fiore


– Bienvenida signorina DeRose. Gracias por aceptar la invitación.

– ¿Invitación? Más bien interrupción. Estaba disfrutando de una buena caminata.

– Queríamos que usted, si es tan amable, realizara unas cuantas observaciones y estaríamos agradecidos de recibir su opinión.

El domo estaba compuesto de una doble cúpula, separadas estas entre sí, que dejaba lugar a un pasillo interno angosto que llevaba a la cima, a la linterna. Gerolamo Andretti guió a Gabrielle DeRose hacia este pasillo donde se encontrarían con lo que sería un escandaloso escenario. Agatino Padovano yacía muerto en el suelo. El cráneo había sido fracturado producto de múltiples golpes que no tenían un patrón definido. El rostro, prácticamente irreconocible. A simple vista, solo un golpe bastó para quitarle la vida, pero había recibido muchos. Las paredes internas de ambas cúpulas tenían pequeñas salpicaduras de sangre a una distancia de 1,70m del suelo, pero las salpicaduras más abundantes estaban cerca del piso donde había golpeado numerosas veces post mortem.

–También se han llevado el cáliz y otros utensilios de la Iglesia. –se adelantó el comisario –

–Ya que ha pedido mi opinión, me gustaría observar el cuadro completo y hablar con los que conviven en este edificio, si no es inconveniente. Además, es preciso que realicen autopsia a la víctima.

Gabrielle DeRose tomó nota mental de sus observaciones: Agatino Padovano era un hombre corpulento pesaría casi 100 kg. Además de la sangre en grandes cantidades, también estaba presente una botella, prácticamente vacía, de licor todavía indeterminado. Estando con el equipo forense que está levantando la escena, pide prestado algunos utensilios para tomar muestras del licor en la botella. Unos metros más abajo en el pasamano de la escalera había un pequeño trozo de tela de gabardina azul, se había quedado enganchado en el extremo de la barandilla, que nuestra investigadora se apresuró a guardar.

Terminadas las tareas respectivas, al ritmo de una señal realizada con la mano, el comisario Gerolamo Andretti ordenó a sus hombres retirar el cadáver para que fuera transportado a la morgue. Continuaron el recorrido por las instalaciones, el interior del domo, hasta subir a la linterna donde tenían una visión de trescientos sesenta grados de la ciudad.

–Si es un caso de homicidio, ¿por qué me llaman? Es algo de lo que pudiera ocuparse la policía.

–Tiene usted razón. Pero por deberse esto a un caso que involucra directamente a la Iglesia, se me ha pedido que intervengan la menor cantidad de personas posible. Además, es bien sabido que soy un hombre religioso. –El inspector lleva su mano a un botón que tiene puesto en su bolsillo izquierdo; una flor. La flor de lis –Yo no estaré con usted a menos que me solicite. Sería extraño que, queriendo mantener este tema a puertas cerradas, el comisario de la policía estuviera tanto tiempo en el Duomo, pero le asignaré a Humberto para que le acompañe en sus tareas. Estará sin uniforme durante las investigaciones.

Se retiran de la Catedral camino al coche del oficial Humberto Pagnotto quien la llevaría de vuelta a la Via del Fossi.

Al siguiente día Gabrielle DeRose se pone en marcha hacia la Piazza del Duomo, esta vez con sus instrumentos y su bloc de notas sin olvidar su Colt 1889 calibre .38 ya que iría tras la caza del asesino. Un poco de precaución no está de más. Camino hacia la Catedral consulta mentalmente las notas que ya había registrado en su bloc la noche anterior luego de la inspección superficial realizada en compañía del comisario. Es hora de ordenar las piezas encontradas y ubicar las faltantes. En la Catedral es recibida amablemente por Leardo Andolini, un muchacho cabizbajo que sirve en el edificio.

Buongiorno signorina.

–Espero no incomodar mucho, pero tengo la tarea de realizar averiguaciones con respecto a lo sucedido ayer.

–Ayudaré en lo q-que pueda.

– ¿A qué te dedicas?

–Me ocupo del campanario junto con mi hermano Fulgenzio. Él casi siempre está en la calle buscando las provisiones para la Catedral.

Ambos hermanos se habían criado en las cercanías de la Catedral. Bajo la tutela del párroco, se ocupaban del mantenimiento de varias de las instalaciones del Templo.

– ¿Puedo subir? Me gustaría tener una vista aérea de la Catedral y sus alrededores.

Leardo, dudoso, tarda en responder, pero finalmente accede a llevar a Gabrielle al campanario.


Campanile di Giotto

–Como comprenderás, debo hacerte unas preguntas. No es nada del otro mundo así que no tienes nada de qué preocuparte. ¿Dónde estuviste ayer?

– En casa, junto con mi hermano. Ambos vivimos c-cerca de aquí. Nos retiramos de la Catedral cerca de las 8 de la noche.

El interrogatorio continúa por unos minutos durante el ascenso a campanario y luego de una revisión, no hay mayor detalle en el edificio más que en su celador. El sudor en la frente de Leardo causaba curiosidad a Gabrielle DeRose así como también nerviosismo. Se escucha entonces a alguien ascendiendo por el campanario, hecho que aumenta la intranquilidad en ambos y hace eterno el silencio entre ellos. Gabrielle intenta acercar su mano a su Colt para martillarla cuando aparece por el umbral Humberto Pagnoto. Solo Gabrielle experimentó una sensación de alivio.

–Qué bien que llega, oficial. Aquí ya no hay nada qué hacer. ¿Sería tan amable de acompañarme fuera? Leardo, gracias por atenderme.

Ya fuera del campanario, el oficial se dirige a Gabrielle.

–Con todo el respeto que se merece, ¿está usted fuera de sí? Venir sola a la Catedral...

–Pude darme cuenta, aunque tarde, de mi imprudencia. Pero ya que está aquí acompáñeme en mi recorrido.

Entraron a la Catedral a realizar pesquisas e interrogar a más personas y revisar lo que faltaba. Habían sido robados algunos utensilios propios de la Iglesia: el cáliz, la patena, el copón, el ostensorio y un candelabro de una serie de seis que estaban dispuestos en distintos puntos cerca del altar. Fulgenzio fue el último que entrevistaron ya que no lo habían visto temprano en las instalaciones sino cuando salieron de la Catedral y lo encontraron barriendo junto a la entrada del Campanile de Giotto. Se mostró colaborador y calmado ante las interrogantes y luego subió a reencontrarse con Leardo.

Los días pasaron y las jornadas de Gabrielle DeRose y el oficial Humberto Pagnoto continuaron para seguir recaudando piezas del rompecabezas del Brunelleschi, algunas de ellas complicaban las averiguaciones otras acercaban a la solución. Ya con los resultados de la autopsia en mano pudieron mostrarse de acuerdo en que la víctima no opuso resistencia a su atacante ya que no hubo signos de que se defendiera, lo que puede decir que fue asaltado por sorpresa, conocía al agresor o ambas. También se confirma la ingesta del alcohol de la víctima ya que presentaba alta concentración en sangre de esta sustancia. A pesar de que las investigaciones seguían en pie, Gabrielle DeRose notifica, tanto a Humberto Pagnoto como al comisario Gerolamo Andretti que debe ausentarse unos días de la ciudad por motivos urgentes: debe visitar a un familiar enfermo. En ese sentido, DeRose aconseja a los policías que anden con cuidado ya que aún no atrapan al victimario.


Fiat 509: Vehículo donde viajó Gabrielle DeRose

La visita al familiar enfermo era solo una fachada, ya que la razón verdadera de Gabrielle para abandonar la ciudad era ir a Roma a revisar los archivos y datos filiatorios de los implicados sin tener que lidiar con nadie, ya que cuando estaba sola podía hacer mejor uso de su concentración y capacidad de discernimiento. En el viaje de recopilación encontró información reveladora sobre lo acontecido y decidió volver a Florencia para ir atando cabos y darle forma a los hechos.

Al regresar Gabrielle DeRose se reúne de nuevo con los policías, el comisario Gerolamo Andretti y Humberto Pagnoto y les informa que ha estado analizando las evidencias y que todo apunta hacia los hermanos Andolini pero que por ahora no puede explicar sus razones porque todavía faltan por confirmar algunos hechos y llenar vacíos que permitirían demostrar su teoría.

Al día siguiente Humberto Pagnoto notifica que ha visto a los hermanos movilizar un paquete a su lugar de residencia y afirma que en su interior tienen los utensilios robados. Es tiempo de tomarlos in fraganti.

Rápidamente se dirigen hacia la residencia de los hermanos Andolini, el comisario Gerolamo Andretti, el oficial Humberto Pagnoto y Gabrielle DeRose, irrumpen en la pequeña casa en horas de la mañana cuando se disponían a salir a la Catedral y son tomados por sorpresa por este trío.

–Es hora de que muestren dónde tienen lo que robaron. –Prorrumpió Humberto

– ¿A qué te refieres? No hemos robado nada. –Gritó Fulgenzio.

El comisario Andretti sacó su revólver al tiempo y apuntó a los hermanos mientras que Gabrielle DeRose toma distancia de ellos y los apunta también con su Colt 1889 calibre .38.

–Humberto, revisa la casa. –Ordenó Andretti.

El oficial, obediente, se dispone a revisar los alrededores de la sala y no tardó en llegar a la cocina donde había un baúl. Al abrirlo ¡eureka! Allí estaban los utensilios robados.

– ¡Aquí está todo! Comisario, signorina Gabrielle. Véanlo ustedes mismos.

Gabrielle se acerca al baúl y nota que esta todo, menos el candelabro. Cruza la habitación para ponerse del lado del comisario y apunta a los sospechosos con su revólver.

–Falta el candelabro.

– ¿Dónde tienen el candelabro? –espetó Humberto.

– ¡Eso es algo que deberías contestar tú! –Dijo Fulgenzio– Leardo y yo no quisimos ayudar en la empresa de Humberto y por eso ahora nos quiere inculpar por lo de los utensilios. Cuando estuvimos a punto de asesinar a Agatino Padovano nos arrepentimos, no podíamos cargar con semejante carga y lo dejamos solo. Era un plan que teníamos desde hace años, pero al final no pudimos. No podíamos matar a nadie. Luego nos amenazó con cárcel si decíamos una palabra y decidió seguir adelante y matar a nuestro antiguo enemigo.

–Es una vil mentira. ¡Cobardes! – El oficial Humberto Pagnoto estalló de ira y desenfundó su arma– ¡Irán a la cárcel por asesinos y ladrones!

–Les ruego a todos que me escuchen. –Se adelantó Gabrielle– Solo he sacado mi arma por precaución, ya que no tengo deseos de usarla, pero en mi investigación he encontrado datos interesantes. Viajé a Roma con la finalidad de recaudar información de los involucrados y al revisar los datos de filiatorios de Fabrizio y Leardo Andolini, vi que son productos de la unión entre Gastone y Nicoletta Andolini quienes tuvieron tres hijos: Alberto, Fabrizio y Leardo. Gastone Andolini fue reclutado para participar en la Primera Guerra y nunca regresó, dejando una esposa y tres hijos atrás. La señora Andolini se esforzó para trabajar y llevarles de comer a sus tres hijos. Era del departamento de limpieza en un edificio en Roma y salía a veces tarde de sus labores, tal como sucedió la noche del 19 de septiembre de 1915 donde fue seguida por Amalio Trevisani, un aficionado a los juegos de azar y a la bebida que esa noche había tomado de más, quien se sintió fuertemente atraído por Nicoletta. Al llegar a casa la señora Andolini logra entrar y Trevisani comienza a forcejear torpemente con ella intentando sacar unos minutos de placer al forzar una relación sexual que no se realizaría porque ambos tropezaron y calleron al suelo dejando a Nicoletta con una fractura de cuello que le quitaría la vida. Todo esto produjo mucho ruido que llamó la atención de los niños y vecinos, quienes estos últimos capturaron al atacante y llamaron a la policía. Amalio Trevisani fue procesado y encarcelado por los delitos cometidos pero escapó a los dos meses en una revuelta en los calabozos donde se fugaron más de media docena de criminales. Cinco años después, en 1920, Amalio Trevisani aparecía en una fotografía en la prensa justo detrás del recién nombrado párroco de la Catedral Santa María del Fiore, fotografía de la cual pude traer una copia.

Gabrielle DeRose le muestra la fotografía al comisario Andretti quien exclama:

-¡Pero si es Agatino Padovano! ¿Pero cómo…?

-Sí, el mismo. Unos años más joven por supuesto. Se marchó de Roma y logró de alguna manera cambiarse el nombre, pero esa foto fue probablemente el inicio de su perdición. Sin embargo, nos queda todavía otro cabo suelto: el hermano mayor de los Andolini, Alberto Andolini. De él también tengo una fotografía. Aquí está

-¡Humberto! ¡Eres tú, Humberto!

-Alberto, de hecho. Pudo haber visto la fotografía del asesino en la prensa en Roma, reconocerlo y decidir venir a por él, el verdugo de su madre que no pagó su crimen. Se cambió el nombre, se hizo policía y planeó, junto con sus hermanos, hacer justicia por sus propias manos pero no contaba con que Fabrizio y Leardo se echaran atrás a última hora lo que creó entre ellos una inevitable riña que entorpeció su fachada, su careta de policía.

Alberto Andolini fulminaba con la mirada a Gabriel DeRose con sus ojos azabache y un ceño extremamente fruncido lleno de sudor. En su agitación, el oficial gritó:

-¿Y ustedes qué hubieran hecho en mi lugar? ¡Se lo merecía, se lo merecía! ¡Maldita sea! ¡No iré a la cárcel por librar a Italia de un asesino!

Quien era conocido como Humberto Pagnoto, en su trance histérico, dio un paso al frente en dirección a Gabrielle DeRose pero fue Leardo quien interrumpió su avance.

–No empeores más las cosas. Hemos sido descubiertos, p-por amor a Dios.

–No me arrepiento de lo que hice. ¡Lo mataría mil veces más!

El oficial introdujo el revolver en su boca y lo siguiente fue un ruido ensordecedor que los dejó a todos perplejos. Alberto acabó con su vida, una que al parecer tenía el propósito de hacerle justicia a su madre y nada importaba más que eso. El comisario Andretti esposó a ambos hermanos quienes no opusieron resistencia y fueron llevados a su coche.

Una vez fuera, el comisario Andretti se dirige a Gabrielle:

– ¿Cómo es que Humberto los acusa del robo?

–Los tres hubieran podido cargar a la víctima, que sospecho que ya estaba experimentando una intensa embriaguez y por eso ya no podía continuar el ascenso por a Cupola, y llevarlo hasta la linterna donde podían haberlo lanzado desde las alturas y simular una escena donde el suicidio hubiese sido lo más probable. Creo que lo persuadieron a que bebiera mucho alcohol con este fin. Por el trozo de tela dejado en la barandilla de la escalera, supe que un abrigo de la policía estaría raído. Esto fue antes de que se quitara el uniforme por supuesto. Me fijé en el suyo y en el de sus compañeros y luego vi el de Humberto, el primer día que estuvimos en el domo, que tenía un pequeño orificio en la manga derecha. Si él había podido ser el autor del hecho, le di la oportunidad de zafarse del embrollo al hacerle creer que mis investigaciones señalaban como ladrones a Fulgenzio y Leardo. Esparcí mi red y él entró en ella. El candelabro que aún no encontramos puede ser el arma homicida.

–La residencia de Humberto será registrada. Mientras tanto debo pedirle discreción en lo que respecta a lo acontecido.

–No estoy de acuerdo, sin embargo ¿qué opciones tengo?

Las relaciones entre la Iglesia y el gobierno de Mussolini eran tensas en ese tiempo. Era mejor mantener aquello oculto a los ojos del público. Un crimen así mancharía la reputación de la institución eclesiástica, por lo tanto, se optó por silenciar aquello por todos los medios posibles. El catolicismo se habría convertido recientemente en la religión oficial de Italia y no podían permitir que nada estropeara esta condición obtenida tras muchísimas negociaciones entre representantes del fascismo ateo de Mussolini y el Vaticano. La Iglesia tenía mucho que perder.

A los tres días Gabrielle DeRose recibe una carta del comisario Gerolamo Andretti:

Florencia. 18 de mayo de 1930

Estimada Gabrielle

Los esfuerzos realizados en el registro de la residencia de nuestro amigo en común dieron como resultado el hallazgo del candelabro que faltaba: las condiciones en que se encuentra son antiestéticas. Está deformado, casi partido, y estaba enterrado en el patio trasero. También encontramos el abrigo en cuya manga derecha faltaba un pequeño trozo de tela.

Como usted entenderá, esto no saldrá publicado en la prensa y agradecemos enormemente su colaboración prestada reconociendo sus dotes de investigador profesional. Si en algún momento le gustaría ocupar un puesto en el cuerpo de investigación, no dude en contactarme.


Me despido cordialmente:


Gerolamo Andretti

Semanas después, amanece un martes con clima soleado, la ciudad Celebra el 24 de junio la fiesta de San Juan Bautista, el santo patrono de Florencia. Gabrielle DeRose pasea por las calles perdiéndose entre la gente, entre música, danzas y desfiles hasta llegar a Catedral donde se ofrecerá la misa tradicional e indudablemente elevarán oraciones por la seguridad de la iglesia y de quienes en ella hacen vida. La gran parafernalia de la celebración y las diversas actividades de entretenimiento que por la fecha se realizan parecen interminables, sin embargo, son fiestas donde el ambiente predominante es colorido y muy agradable para nuestra investigadora pero ya casi en el ocaso, de tanto caminar, las piernas de Gabrielle DeRose ya le estaban demandando un descanso por lo que decide regresar al número 217 del segundo piso de un edificio de la Via del Fossi, tomar una ducha relajante, preparar unas deliciosas panquecas de avena y harina integral cuya receta es propia. Al parecer su estómago ruge porque sabe lo que viene: una agradable cena en un tranquilo departamento. Con café en mano, decide reanudar su D.H. Laurence para terminar el día desconectada de una realidad que no podría por ahora calificar ya que el domo era actualmente un recordatorio de un muchacho que quiso que la justicia se hiciera presente, pero ¿estuvo bien? ¿Estuvo mal?

Existe el bien y existe el mal, pero algunas veces pareciera que existe algo en medio de ellos.

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