EL COLMO DEL OLMO Y DEL SÍNDROME DE ESTOCOLMO…

Recientemente tuve la oportunidad de leer en la primera página de un prestigioso diario de la ciudad de Barquisimeto (Venezuela), una pieza noticiosa que rezaba “Diplomático fue liberado con una herida en la cabeza”. La nota periodística daba cuenta de un secuestro que hacía días había sufrido un agregado de la embajada de un país centroamericano en la ciudad de Caracas, y que ahora “en caliente” había sido hallado por un par de policías cuando a las 2 de la madrugada hacía un recorrido de rutina en una calle cualquiera de esa ciudad, presentando el funcionario un cuadro personal de extrema desorientación y desconcierto (además de la leve herida en la cabeza, ya referida).

Aparte de la gravedad que de suyo llevaba consigo tal evento, había otro elemento que hacía todo, más crítico. Tal elemento tuvo que ver con las expresiones de agradecimiento a sus captores, que el funcionario habría pronunciado –según lo refiere el periódico-. Agradeció el trato noble de ésos y por devolverlo vivo…

Estimo que por muy turulato que haya quedado el hombre a posteriori de esa oprobiosa acción de los malhechores, jamás, ¡jamás!, pudo justificarse una expresión de marras como la que hizo. ¿Cómo es eso de que el secuestrado “tenga a bien” dar las gracias a quienes ejecutan el plagio, por el hecho de que no concreten el capítulo propio de este delito (cual es el de dar muerte a la víctima en el caso de que no se obtenga la recompensa)?

Este funcionario perdió el sentido de totalidad en tan violenta vivencia. Nada entendió del ordenamiento macabro de la acción a la cual fue sometido… En su extrema miopía socio-relacional, solo miró que los malandros no habían concretado con la amenaza de ultimarlo, dejando de justipreciar que estaba siendo sometido a un acto sistémico de extrema indignidad.

Pero no basta traer a colación la precitada gravedad adicional. Es que hay otra; y tiene que ver con su condición profesional de diplomático (o de cuasi-diplomático). Si hay alguna facultad que se hace necesaria en todo trabajador de las relaciones internacionales, es la conciencia sobre lo total-social propio de ésta; ello como condición para entender la vinculación específica de su nación genésica con el país en el cual hace representación orgánica.

Dicen por ahí que el colmo de cualquier desprevenido es aspirar que broten peras del frondoso árbol del olmo; ah, pero que un diplomático secuestrado (o cualquier ciudadano del mundo) dé gracias a sus captores, es el colmo del síndrome de Estocolmo.

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• La apoyatura fundamental de este post, es una producción intelectual de mi autoría...
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