Miércoles de ceniza | Cuento (9 de 15)

in #carnaval5 years ago

File:Antonio Fabrés - The Drunkards (Bacchanal) - Google Art Project.jpg

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9

Cuando se terminó de decir esas cosas, ya estaba arriba, en un pasillo de estribor, rodeado de gente, unos disfrazados y otros no, con vasos de licor en las manos. Un poco aturdido, comenzó a caminar empujado por la multitud.

–¡Eh!, tú, hombre bello –dijo una gorda vestida de bailarina de ballet, obstruyendo con su cuerpo la puerta que Mendizábal quería atravesar–, sólo podrás pasar si me das un beso.

“¿Por qué no?”, se dijo, después de todo no era tan fea, sus labios eran rojos y sus ojos claros y alegres. Pero antes de que pudiera hacerlo, un hombre con uniforme militar la apartó de la entrada, empujándola hacia adentro. El militar, acompañado de otros dos de igual indumentaria, pasó por su lado, diciendo en voz alta:

–Carajo, tremenda puta ésa.

Los otros dos rieron, al tiempo que lanzaban una mirada desconfiada a Mendizábal. Este se coló detrás de ellos. La bailarina había desaparecido. Se encontró en una sala larga y estrecha, de techo bajo, en penumbras, junto a otras cincuenta o sesenta personas. La música electrónica –un taca-tam, taca-tam continuo que ponía vibraciones en su caja torácica– salía de un sistema de altavoces colocados en las esquinas. Mesoneros de chaquetas blancas y rostros y pelucas de payasos distribuían, con singular pericia, bebidas entre los bailarines y los que miraban. Sin apenas advertirlo, ya tenía un trago en sus manos.

Luego, un monstruo sideral, de grandes ojos de mosca, y capa azul eléctrico hasta los tobillos, se plantó frente a él y abrió los brazos en el gesto de estrecharlo contra su pecho. Retrocedió, asustado, y entonces escuchó la voz de Ochoa, distorsionada por la máscara.

–¡Amigo!, no esperaba encontrarte aquí, coño, esta sí es una sorpresa. Después de la que agarraste ayer no creí que tuvieras fuerzas para levantarte en todo el día. Te volviste loco, nunca te había visto tan desatado. Hasta las maricas te cogieron miedo. Yo dije: este está listo por una semana. Mucha sopa de pollo y reposo. Y mira que encontrarte aquí. ¿Viniste solo? ¿Dónde está la belleza de ayer?

Las palabras de su amigo crearon sucesivos estados de ánimo en el librero, que primero lo escuchó con alegría, con sorpresa, con alarma y finalmente con desolada tristeza al comprender que Ochoa no podía informarle sobre la mujer.

–¿No sabes quién es? Entonces estás bastante jodido, porque yo tampoco tengo idea. Pero no te preocupes, aquí hay muchas mujeres, de todos los tamaños, colores y temperamentos. ¡Diviértete!

Se alejó agitando su capa, envolviéndose en ella como un vampiro de película. De la masa de bailarines salieron los tres militares –ropas de camuflaje, cuchillo al cinto, boinas negras ladeadas sobre las cabezas peladas al rape– y pasaron junto a Mendizábal. Uno dijo:

–Se lo metí hasta las bolas –y los otros rieron con carcajadas artificiosas.

Como pudo, cruzó la sala. En la pared opuesta se abría una puerta, compuerta, o como quiera que se llame, una abertura ovalada en todo caso, que daba a un pasillo. Una escalera estrecha y casi vertical, de hierro, conducía a un nivel más bajo. Todavía dudó. Una pareja descendía en ese momento, la mujer delante y el hombre detrás, apoyando las manos en los hombros de su compañera, tal vez por miedo a tropezar.

Comenzó a bajar, él también, por la escalera. Los escalones eran más pequeños de lo que había imaginado, no había de donde sujetarse. Envidió al hombre de adelante, con unos hombros redondeados a su disposición, listos para evitar su caída. Desde abajo le llegó la risa de la mujer, aguda, y la voz más grave del hombre, ininteligible. A medida que bajaban, la luz proveniente de una bombilla colocada en la pared, al inicio de la escalera, disminuía, y el sonido de sus pasos en el metal adquiría extrañas resonancias cavernosas.

Antes de que la oscuridad fuera completa apareció otra luz. Brillaba delante de la cabeza de la mujer, una aureola amarilla que recortaba la silueta de sus cabellos sueltos. Ahora fue el hombre quien gritó; una exclamación de alegría y alivio, estridente y desagradable, en un tono que revelaba una inesperada debilidad.



Gracias por la visita. Vuelvan cuando quieran.



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