Miércoles de ceniza | Cuento (5 de 15)

in #carnaval6 years ago (edited)

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Mendizábal tuvo un momento de sorpresa. Los nombres de las personas le parecían imprescindibles para que alguien comenzara a ser real; sólo después de saber cómo se llamaba quién estaba a su lado podía considerarlo un ser humano de verdad. Los dependientes de las tiendas, la mayoría de los clientes de su librería –esos que vienen una vez y no vuelven, o vuelven cada tantos meses preguntando por un libro agotado años atrás–, la gente en las calles y en los cines, en las gigantescas aglomeraciones de las playas, toda esa gente tenía para él la misma realidad que las personas vistas en un sueño, o eran solo apéndices de las funciones que cumplían: del surtidor de la gasolina, de la venta de entradas del teatro, de la farmacia en la que compraba sus medicinas, solo los nombres y, sobre todo, los apellidos, dotaban de humanidad a aquellas figuras fantasmales. Pero acabó cediendo: aceptó no tener nombre ni que lo tuviera ella, y descubrió un repentino sentimiento de libertad, como si hubiera caído un muro más de los muchos que lo cercaban.

Continuaron besándose un rato más, explorándose con las manos hasta donde permitían las ropas. Luego, cuando llegaron algunos de los compañeros de mesa, se levantaron para bailar, pero, sin ponerse de acuerdo, respondiendo a un impulso simultáneo que encontraba en el otro su complemento y su reafirmación, se dirigieron a la zona de los baños. Esta se encontraba tras un corto pasillo, medio oculta por una palmera en una gran maceta. La puerta que servía a los hombres enfrentada a la de las mujeres. Entraron al de hombres. Se cruzaron con más seres de apariencia extraña que no les prestaron atención. En el interior, dos hombres luchaban con la incomodidad de sus trajes para poder orinar con tranquilidad. Fueron detrás de la puerta en la que se encontraba un excusado. Por suerte, por milagro, estaba suficientemente limpio como para que no resultara repugnante estar allí.

Mendizábal corrió el pasador. Durante un segundo, en una repentina vuelta de la timidez, no se atrevió a tocar a la mujer, sin embargo en el mínimo espacio disponible era imposible no hacerlo y eso lo salvó de la inmovilidad. La abrazó, hurgó en sus ropas y liberó uno de sus pechos que se brindó a su boca en su dulce consistencia. Hicieron el amor con total despreocupación por lo que sucedía fuera, sin importarles los ruidos de los borrachos del otro lado del tabique, ni a quién podían estar ellos importunando con sus propios ruidos. Jamás pensó que tal libertad fuera posible. No había sentido de trasgresión, no había ninguna norma que violar, ningún reglamento que romper. Esas cosas no existían en su pequeño universo cerrado.

Veinte minutos después abandonaron el sitio, sofocados, plenos de satisfacción física. El hombre notó, extrañado, que a pesar del abundante sudor que corría por la cara de su compañera, las pinturas que la cubrían no se habían desleído, antes bien, habían adquirido un tono brillante como si el rubor de la piel –que suponía– avivara sus tonos. Su propia piel estaba encendida y sus ropas húmedas.

Mientras se dirigían a la mesa, tropezó con el Falso Testigo, que iba en dirección opuesta. Con seguridad al lugar que acabamos de dejar, pensó con desagrado. El hombre lo miró con una expresión furiosa de su rostro torcido en la que se manifestaban todos los agravios sufridos en su vida y, sobre todo, los que estaba dispuesto a hacer sufrir a los demás.

Temió que el otro lo escupiera, pero se limitó a decir algo entre dientes que pudo haber sido una disculpa o un insulto.

En la mesa, bebió con avidez un trago que alguien puso entre sus manos. Buscó a Ochoa con la mirada: se encontró con un hombre lobo, un cirujano, dos brujas, una muñeca de trapo, una virgen maría embarazada, un soldado de plomo, pero ni rastros de su amigo.

Necesitaba verlo, hablarle y que él también viera a la mujer, asegurarse de que no se la estaba inventando. A su alrededor, la fiesta alcanzaba su más alto nivel de ruido y animación.

Gracias por la visita. Vuelvan cuando quieran.
 

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