El vuelo de la mariposa

in #busy6 years ago (edited)

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Photo by Jian Xhin on Unsplash

Creer o no creer es irrelevante.

El amor es un bicho autónomo que usa los canales que mejor le parece sin importar cuan extraño o atípico pueda considerarse para apropiarse del alma desprevenida. No se le ocurra ponerle condiciones. Le aseguro que sale perdiendo. Por venganza le hará caer en sus redes revolcándole sin compasión.

No lo subestime. Solo pida a Dios que cuando le toque, no sea tan cruel.

Se pasa uno esperando por el amor ideal, ese que le remontará a lugares maravillosos y eternamente mágicos. Se anhela tanto que cuando llega, sorprende. Sorprende porque no fue así como lo imaginó, sin embargo, cae irremediablemente perdido.

Crecí en un pueblo, de esos simples como comunes de este planeta. Donde los chismes corren como ríos en época de lluvia, donde los miedos irracionales de los antepasados se adueñaron del alma de los descendientes, donde cualquier acontecimiento que escape al entendimiento, terminaba en superstición.

¡Ay de aquel que ose ignorar las advertencias, pues sufrirá más temprano que tarde las consecuencias!

Sí, pueblos condenados al estancamiento por los miedos convertidos en tumores malignos.

Un día, me tocó hacer maletas

incluyendo todo mi linaje de temores ancestrales, pero dispuesta a sacudírmelos a la primera oportunidad.

Llegué a la ciudad, respirando libertad de acciones y pensamientos por doquier. La vida acelerada pronto me dio los primeros trancazos. Chocaba con mi costal de costumbres pueblerinas, hundiéndose en mi espíritu como daga en el mar.

El trajín del día a día fue carcomiéndose la inocencia y mi capacidad de asombro. Mi supervivencia consistió en dejar en el camino gran parte de los temores caseros adaptándome a la nueva realidad con la misma velocidad con la que giraba a mí alrededor.

Me noté más liviana, tan ligera que parecía levitar.

Él salió como de la nada

y cruzó mi camino, obligándome a realizar improvisadas piruetas para salvar mi taza de café. Con gestos excusó su torpeza y continuó al encuentro de un grupo de amigos, reunidos en una esquina del cafetín de la universidad.

Alcancé aliviada el asiento preferido de todas las mañanas a un lado de los ventanales, desde donde podía visualizar el agite del campo estudiantil, mientras saboreaba mi acostumbrado pastel de queso e iniciaba un juego que consistía en seleccionar al azar a alguien y seguir todos sus movimientos hasta que saliera de mi vista.

Justo al tomar el primer sorbo, me percaté de una silueta posada en el cristal. No pude evitar la sensación de angustia. Su presencia era un preludio a la muerte. Solo espantosos augurios presagiaba la mariposa negra. Parecía próxima a levantar vuelo cuando de improviso desde las jardineras saltó una pequeña lagartija, cogiéndole y perdiéndose entre las hierbas tan pronto como apareció.

Mi apetito se esfumó con el sobresalto.

No pasaron muchas semanas desde ese día

ni fueron tantos cafés antes de terminar en la misma cama, pero si muchas las conversaciones embriagadas de pasión hasta el amanecer. Vivía la parte de la historia en la que solo se ve un cielo extraordinariamente azul.

Ya era él, indispensable en mi vida.

El amor se había filtrado con ímpetu hasta mis tuétanos y, cuando sin razón aparente comenzó a ausentarse, mi alma reaccionó con ansiedad, desesperación y mortales noches de insomnio. Nada pude alegar que le hiciera entender cuánto le necesitaba. Me convertí en un fantasma, vagaba sin voluntad ni dirección. Asiéndome a las paredes como tabla de salvación en un naufragio.

¡Qué ganas tenía de arrancarme el corazón y terminar con mi agonía!

El amor no es un cuento de hadas. Tiene autonomía para transportar al infierno o al paraíso si le da la gana.

El tiempo continuó su marcha al infinito

sin embargo, pareció detenerse cuando vi revolotear con la cadencia de un vals vienés otra negra mariposa hasta detenerse en el techo de mi habitación. Se estuvo allí, quieta, como observándome. La primera vez, anticipó este barranco emocional.

¡Qué torpeza creer que al ignorarla disolvería los malos agüeros!

Ella llegaba nuevamente revolviendo mis temores. Esa noche el cansancio cerró mis ojos. Simplemente dejé de existir.

Con el amanecer del nuevo día, desperté sintiéndome deshabitada. Fue cuando comprendí que…este amor por él había muerto.


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