Aliena y sus 101 vidas. Parte 7 (Amor de chocolate)

in #busy6 years ago
Te doy la bienvenida de nuevo, sabes que siempre estaré feliz de verte. ¿Hueles? ¿Delicioso verdad? Acabo de hacer chocolate, lo preparo yo misma comprando el cacao y agregándole el azúcar y algunas especias. Es muy fácil en realidad solo hay que conocer algunos trucos y listo. ¿Te gustaría aprender? Una vez nací en una familia de chocolateros, te contaré.


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Hace algunas vidas nací en México, específicamente en Cristóbal Obregón del Estado de Chiapas, yo era hija de un matrimonio español que había llegado hacía muchos años a esas hermosas tierras. De cinco hijos que tuvieron mi madre y mi padre yo fui la cuarta y mi hermana Griselda la última. Vivíamos en una hermosa hacienda que mi padre había heredado del Abuelo Juan Luis, era un lugar que se especializaba en la producción de cacao para la elaboración del chocolate.

Mi infancia transcurrió de manera tan normal que no la recuerdo mucho, creo que vine a existir cuando empecé a convertirme en una pequeña mujercita. Mi madre me decía “No juegues tanto en los matorrales Aliena, que te ensucias mucho y tú ya eres casi una señorita” Casi, todavía no lo soy, pensaba yo. A mí me fascinaba jugar con Pedro Manuel el hijo de Maíta, jugábamos a las escondidas en las plantaciones de cacao, nos divertíamos cazando animalitos o tratando de pescar con nuestras improvisadas cañas hechas de ramas y retazos de tela.

Pedro conocía la hacienda de pies a cabeza y siempre se empeñaba en explicarme donde estaba ubicada cada cosa, yo era más despistada en esos casos de ubicarse y no sé por cual razón siempre terminaba perdiéndome en aquellas largas filas de árboles del cacao. Mis padres sabían que Pedro sabía situarse muy bien y por eso le encomendaban que fuera mi guía a la hora del juego, para tener la certeza de que su hijita regresaría sana y salva a casa luego de cada tarde de entretenimiento.


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Los años pasaron y no me di cuenta, de repente me descubrí más alta, esbelta y hasta más delicada porque ya no sentía la necesidad de montarme en los árboles ni me gustaba llenarme de barro o que a mis vestidos se pegaran las pequeñas hojitas secas que cubrían el suelo. Pedro y yo ya no jugábamos porque ahora él tenía que ayudar en las labores de siembra y cosecha del cacao. Y yo tenía que estudiar. Padre había contratado a un maestro instructor que me enseñaba distintas cosas, desde historia, geografía, lenguas, aritmética hasta música. Aquel profesor parecía una enciclopedia andante porque sabía de todo un poco. Teníamos un horario de estudio de 2 a 6 de la tarde y sus alumnos éramos, mis hermanos Braulio, Antonio, mi hermana Griselda y yo. Mi hermano mayor trabajaba con papá en la fábrica de chocolates.

Aunque siempre tenía algo que hacer en la casa familiar y mantenía mi mente y mi cuerpo ocupados, no podía evitar extrañar los ratos agradables que pasaba jugando o hablando con Pedro. Sentía que aquella parte de mi vida había sido más bonita o al menos más alegre, a veces en los pequeños momentos de ocio me entretenía mirando hacia las plantaciones y me imaginaba jugando con Pedro a las escondidas. A veces lo veía, cuando tenían que llenar los camiones con la cosecha recolectada y él mientras subía los sacos desviaba la mirada hacia mí, como quién no quiere la cosa para dirigirme una mirada furtiva y cuando nuestros ojos se encontraban sonreíamos disimuladamente. Aquellos eran los encuentros más rápidos y más felices.

Cuando se acercaba la siguiente temporada de cosecha, el Profesor Ramírez cayó enfermo de no sé qué afección y tuvo que marcharse a la ciudad para recuperarse. Mis ratos de ocio se hicieron más largos, así que empecé a dar caminatas por la hacienda acercándome cada día un poco más a la zona de plantación. Un día de largo paseo me encontré con Maíta que iba con sus hijas a recolectar cacao, ellas siempre fueron muy amables y cariñosas conmigo, me invitaron y les acompañé. Al llegar a la zona de recolección vi a Pedro que ya tenía rato recolectando vainas de cacao, se alegró mucho al verme y emocionado me llevó con él para enseñarme el proceso. Yo me había criado en aquella hacienda, había comido y tomado chocolate infinidad de veces, pero nunca le había prestado atención al cómo llegaba desde la planta hasta mi taza.

Me contó esto; el árbol del cacao produce vainas o mazorcas y se le cosecha dos veces al año, cada vaina contiene al menos 40 semillas que al inicio están rodeadas por una capa blanquecina y dulzona. Se recolectan las vainas que están coloradas en su totalidad, algunas son amarillas y otra un tanto rojizas, es importante que no sean verdes porque si no, sus semillas serán muy amargas y ácidas. Después de tener las vainas se parten y viene el proceso de extracción de las semillas que serán luego almacenadas para que se fermenten, durante este proceso la sustancia blanquecina que las cubre se transforma y seca dejando una semilla ahora de color café oscuro.


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Cuando ya están suficientemente secas se procede a empaquetarlas en sacos de tela, para ser vendidas a las fábricas de chocolate. Cómo mi padre era un chocolatero nato destinaba gran parte de su producción a su fábrica y el resto lo vendía a otras empresas. Escuché fascinada a Pedro mientras le miraba trabajar, él no había cambiado mucho en su alegre forma de ser, pero su cuerpo sí que había cambiado, estaba más moreno a causa de las largas jornadas bajo el sol y sus brazos estaban mucho más corpulentos y macizos, me imaginaba que fácilmente podría cargarme y hasta lanzarme lejos si quisiera. Tenía también un pequeño bosquecito de vellos creciendo encima de sus labios y eso le daba un aire de hombre mayor, aunque solo tenía 18 años.


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Después de aquella tarde mis excursiones a las plantaciones y a la casa de Maíta se hicieron frecuentes, hablaba por horas con Pedro y le ayudaba en lo que podía con las labores de recolección. Un día mientras me hablaba se quedó callado y después me dijo “¿Sabes cuándo volverá el maestro?” En un mes creo, le respondí. Su rostro ensombreció y me tomó de la mano, así estuvimos largo rato hasta que por instinto o no sé porque cosa, acerqué su mano a mi cara y le olí con suavidad, me sorprendió gratamente un delicado aroma a chocolate, yo sabía que las semillas del cacao toman ese delicioso aroma después de pasar por el proceso de fermentación, pero Pedro trabajaba recolectando mazorcas de cacao y luego cargando sacos en los camiones, el no manipulaba las semillas, entonces ¿Por qué olían así sus manos?


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Él notó mi sorpresa y me dijo “Estuve haciendo chocolate con Maíta, ¿Quieres que te enseñe?” Tomó varios puñados de semillas secas y las colocó en una cacerola caliente para tostarlas, luego al estar bien tostadas esperamos a que enfriaran y me indicó que le ayudara a descascararlas, al terminar las colocó en una piedra de moler cacao y con un rodillo también de piedra empezó a triturarlas con movimientos hacia adelante y hacia atrás, me invitó a tomar el rodillo para mostrarme como se hacía y colocó sus manos sobre las mías y mientras movíamos el rodillo veíamos como las semillas cedían a la fricción de la piedra. Su rostro respiraba en mi cuello con pausado placer haciendo que mi piel se erizara y mis manos temblaran. El proceso de moler el cacao si se realiza a mano puede llevarse una hora o más, convirtiéndolo en un trabajo laborioso pero para nosotros el tiempo pasó volando.


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De las semillas trituradas surgió un polvo que fue convirtiéndose en una especie de pasta aceitosa gracias a la grasa del cacao a la que le agregamos unos trozos de canela y azúcar mientras seguíamos con el proceso de amasar aún con el rodillo, luego Pedro tomó la masa de cacao y formó bolitas medianas. Con un poco de la masa creó un corazón y lo colocó en mis manos me miró y acercó sus labios a los míos.

Aquel corazón de chocolate lo envolví en papel de seda al volver a casa y lo guardé con mis cosas. No fue sino hasta un mes después, cuando por fin lo probé, iba con mi hermana viajando a la ciudad a encontrarme con mi profesor que estaba ya recuperado pero que ahora daba sus clases en un colegio de internado para damas. Mi padre insistió en enviarnos puesto que según él ya habíamos perdido mucho tiempo sin hacer nada y necesitábamos prepararnos. Me marché con la promesa de volvernos a ver cuándo se cumplieran los seis meses de clases. Y para consolar mi corazón y endulzar mis labios durante el viaje le di un mordisquito al corazón de chocolate, fue como si Pedro me acompañara, aquel divino trocito se derretía en mi boca y me transportaba a sus besos, a su olor y a sus brazos. Así que durante esos seis meses fue mi acompañante corazón de cacao, quién me ayudó a soportar la distancia con la esperanza de volver por más, por más de sus besos y por más corazones de chocolate.


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Toma te regalo estas semillas ya están tostadas, solo debes molerlas y agregarles la canela y el azúcar, hazlo a tu gusto que el chocolate hecho por uno mismo tiene mejor sabor.

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Me encantó como narras todo y me encanta el chocolate, me has antojado ahora porque es tarde pero mañana ya me veo comprando y saboreando un chocolate, saludos.

Gracias que alegra que te guste mi relato, es una manera diferente de conocer como se produce el cacao y como se prepara el chocolate. yo también me antojé mientras escribía je,je,je.

El chocolate que exquisitez. Haces una excelente narración y al mezclar lo literario con lo especializado quedó tan rico como una taza de chocolate. Éxitos

Gracias, esa ha sido mi idea mezclar el conocimiento, sobre la elaboración del cacao con la dulzura del amor, que es tan rico como un buen trozo de chocolate. Saludos

Que hermosa historia viviste @lilianajimenez, y mas si va acompañada con un buen trozo de chocolate.

"Un saludo desde mi cocina"

¡Así es! Aliena en sus 101 vidas me ha hecho vivir maravillosas aventuras y esta que estuvo achocolatada fue de verdad fascinante. Gracias por venir

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Uno de tus relatos mas aromáticos, románticos, llenos de pasión. Que linda historia de amor.

Gracias, siempre aprecio mucho tus comentarios.

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