Una promesa de vivir

   

    Todo era perfecto otra vez. Un ligero olor a vainilla impregnaba la habitación al tiempo que los primeros rayos de luz del alba se colaban por la ventana, y ahí estaba ella acostada a su lado, mezclando su piel desnuda con las sábanas color crema y rodeándolo con sus brazos mientras le veía con aquellos hermosos ojos café y la sonrisa pintaba su rostro: «no puedo creer que esto sea real» pensó, la observó y sonrió también.

    —¿Cuánto tiempo llevas despierta?

    —Podría decir que mucho, a la vez que podría decir que no lo suficiente y ambas serían ciertas, mi amor —afirmó y dejó sus blancos dientes al descubierto en una pronunciada sonrisa—. Depende de tu perspectiva.

    —Como sea. Me alegra de que estés aquí, Mariam —respondió él con un tono que reflejaba pesadez en cada palabra—. No tienes idea de la falta que me has hecho y...

    —Shhhhhhh —lo calló con cierta dulzura, posando el dedo índice sobre sus labios—. No vale la pena lamentarse ahora, Denis. Aquí estoy, me encuentro bien y siempre estaré contigo... pero tú, me preocupas.

    Él volteó la cara y miró la pared como quién mira al vacío, frunció el ceño y apretó los puños.

    —No te quedarás, ¿verdad? —espetó evitando verla a la cara.

    —No entiendes, mi amor. Eres tú el que no puede quedarse, Denis —dijo y una lágrima corrió por su mejilla derecha—, no todavía.

    —¿Por qué no? —preguntó triste y furioso— Te necesito, ¿es que acaso quieres alejarte de mí? ¿no quieres que esté contigo?

    —Yo te amo. Como siempre lo he hecho... es solo que no me corresponde a mí decidirlo.

    Ambos se vieron fijamente a los ojos, a la vez que formaban un mar de lágrimas. Él la haló y la abrazó. Palpó el calor y la suavidad de su piel, olió el aroma de su cabello y, por un instante, el espacio y el tiempo parecían haberse esfumado a otro lugar; el mundo en el que ellos estaban solo tenía espacio para dos y el tiempo no se atrevía a interrumpir aquel momento.

    —Denis... es hora. Tienes que irte —dijo ella aún entre lágrimas.

    —Prométeme que no me olvidarás, Mariam —pidió mientras la abrazaba con más fuerza. Sabía que no serviría protestar.

    —Solo si tú me prometes que vivirás —respondió ella sosteniéndole la cara entre sus manos.

    Y así fue.

    De pronto, ya nada era "perfecto". El cuarto olía a moho y la gélida noche lucía su hora más oscura. Denis despertó y se encontró sobre una cama vacía y sucia sin más luz que la proyectada desde una pequeña televisión. Se sentó y lloró como cada noche desde que perdió a Mariam.

    «prometí que viviría —recordó—, pero ¿cómo podría esto ser vida?»

_{Fuente de la imagen: Pixabay}

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