Bartleby, el escribiente..."Preferiría no hacerlo", el vacío como forma de resistencia
Al terminar de leer Bartleby, el escribiente, escrito por el norteamericano Herman Melville en 1853, me ha quedado una sensación de extrañeza difícil de describir. Extrañamiento ante una situación bastante absurda pero completamente probable: un hombre enigmático que, poco a poco, se va convirtiéndo en un outsider dentro de una oficina de Wall Street de mediados del siglo XIX en la ciudad de New York. Tal vez, esa situación no sea lo más anormal o particular dentro de la narración, tal vez lo más sobresaliente sea la forma en la que Bartleby, paulatinamente, se aisla por completo de un ambiente controlador y opresivo. Este personaje a partir de la fórmula "Preferiría no hacerlo" quiebra las estructuras del poder que acciona y modula las actividades de quienes lo rodean y devasta el orden que permite establecer los rieles a través de los cuales se ejerce dicho poder. Es su jefe, un abogado adinerado, amigo de personas influyentes y vivo ejemplo de los ideales protestantes que cobijaron el mercantilismo, quien narra la historia y es el foco a través del cual se nos presenta a Bartleby. Irónicamente, se percibe a través del propio narrador el temor, oculto por la máscara de la compasión, ante lo que no puede controlar, precisamente, porque no lo entiende o, mejor aún, no lo puede dominar porque utiliza una fórmula discursiva, "Preferiría no hacerlo", que no admite una negación de vuelta. Bien lo explica Deleuze en su ensayo "Bartleby o la fórmula": "La fórmula I PREFER NOT TO excluye toda alternativa, sepulta todo aquello que pretende conservar al mismo tiempo que descarta cualquier otra cosa; implica que Bartleby deja de copiar, es decir, de reproducir palabras; inaugura una zona de indeterminación en la cual las palabras ya no se distinguen, abre un vacío en el lenguaje. Pero, al mismo tiempo, desactiva aquellos actos de habla mediante los cuales un jefe puede dar órdenes, un amigo bienintencionado puede hacer preguntas o un hombre de fe puede prometer. Si Bartleby se negase a algo, aún podría ser reconocido como un rebelde o un contestatario, y recibir en condición de tal un estatuto social. Pero la fórmula desactiva todo acto de habla al mismo tiempo que convierte a Bartleby en un mero excluido a quien no cabe ya atribuir situación social alguna" (2009, p. 57).
Es así como Bartleby instaura una zona cargada de una densa ambigüedad que constituye al vacío como auténtica arma contra el poder, pues el vacío supone el abismo en el cual se pierde cualquier sentido o explicación capaz de darle orden al caos. Se diluye la razón y su búsqueda inclemente de orden y de progreso.
De allí que Bartleby instaure el caos en la oficina y por tanto en la vida del narrador, un caos que no necesita razón, ni rostro, sólo es como un agujero negro que consumirá las redes de poder desde su propio vacío. Así como prefiere mirar por una ventana que da a la pared de otro edificio, dejar de escribir o de comer, así también preferirá callar y sin dar nunca una razón se anulará a sí mismo y es sólo en esa decisión donde reside la bella separación del individuo y un sistema alienante, separación que se produce, paradójicamente, en el seno mismo del sistema, donde pareciera no existir alguna forma escape.
Ciertamente, es esta una obra que deja mucho que pensar y que nos arroja fuera de los axiomas cerrados del pensamiento occidental, proponiéndonos, no solo la materialización de una forma de quebrar el poder desde el vacío, sino la única alternativa posible para el individuo que prefiere estar fuera del mundo y sus sistemas.
Finalmente, no me queda más que invitarlos a leer esta famosa obra de la literatura universal que abre cientos de interrogantes esperando por ser aún respondidos.