La vieja voladora. Un cuento de mi abuela (ilustrado) para Ventest de Steemzuela
Estimado amigos, dejo para la bondad de sus lecturas mi participación en un concurso hermoso. Es un concurso sobre historias y fábulas de mi país, Venezuela, que atraviesa actualmente un momento tan difícil. Pero no tienes que ser necesariamente venezolano para participar, solo tienes que apreciar la oportunidad abierta por @freewritehouse y @dranuvar de acercarte al rico imaginario de mi país. Aquí dejo el link a las bases por si te animas.
Cómo suelo hacer, he colocado una pequeña ilustración de mi autoría a mi relato.
Espero que les guste.
Quedo agradecida.
La vieja voladora
La vieja voladora
Era una noche de julio de 1922. Una noche terrible. La madre de mi abuela, llamada Antonia Manuela, luego de días de batallar con los síntomas de la peste española, había caído en cama y se hallaba grave.
Mi abuela era una niña de once años, quien, de repente, había quedado a cargo de una madre moribunda, un bebé de ocho meses evidentemente enfermo, y dos hermanos de nueve y ocho años, aún sanos; otros dos, quienes ya no padecerían las tribulaciones de este mundo, habían sido enterrados hacía muy poco, víctimas de la epidemia. Recién llegados de Puerto Escondido, se habían refugiado en un rancho a la orilla de la playa, en las mismas costas cumanesas. Una construcción precaria, hecha de alguna que otra pared de bahareque, pero, en general, armada con muy distintos materiales que la fortuna había ido proveyendo a la madrina de mi abuela, quien tenía el increíble nombre de Felicidad, además de un corazón de oro y una fe inquebrantable en los santos.
Sola, mi abuela-niña cumplía la tarea dura de velar los delirios febriles de su madre mientras vigilaba el sueño de sus hermanos. El miedo había podido más que la solidaridad de los vecinos y tal vez más que el amor y el sentido del deber de la madrina Felicidad, quien, deshecha en lla daba excusas y pedía perdón, pero no entraba en la casa. Por las mañanas le llevaba una olla con comida y asomaba a cabeza por el hueco de la puerta para comprobar desde allí, con la nariz tapada fuertemente con un trapo alcanforado, el estado de los enfermos. Sus pupilas bailaban acuosas en dos pozos de pena mientras clamaba a l santoral, su lamentación amortiguada por el trapo apretado sobre los labios.
Y la madre de mi abuela murió, indiferente a sus ruegos. Su muerte fue precedida por un suceso extraordinario que ella me contaría muchísimos años después.
Contaba que, la última de aquellas noches atroces durante la agonía de su madre, unos golpecitos leves tocaron a la puerta del rancho. Era noche cerrada y la luna creciente proyectaba su luz en la arena. En la distancia, el mar iba y venía, la masa de sus aguas mecida por la marea.
Mi abuela tuvo la vaga esperanza de que la madrina Felicidad hubiera querido ir a verlos. A veces lo había hecho en plena madrugada, cuando las pesadillas no la dejaban dormir.
Pero no.
Quien estaba en la puerta era una anciana cubierta de harapos. Muy pequeña. Tan bajita, que mi abuela le sacaba un palmo. Su cara arrugada era oscura bajo las sombras de la noche, pero, contaba mi abuela, era más bien como si fuera de madera que se hubiera tostado en una lumbre. Despedía calor. Su pelo gris, enmarañado, estaba sujeto en un moño.
Y tenía ojos de pájaro.
De un pájaro rapaz. De un pájaro carroñero.
Sin embargo, cuando habló, su voz era débil y mi abuela sintió que un sentimiento de profunda lástima le estrujaba el corazón. Le dijo que venía de lejos, y que estaba muy cansada. Que los riñones le punzaban y que estaba asustada de viajar en noche sola, pues su hermana se le había extraviado en la oscurana. La voz temblorosa de la anciana fea y roñosa seguía estrujando el corazón de mi abuela, pero como quiera que sus ojos habían visto muchas desgracias juntas a una edad tan temprana, también su corazón había aprendido el oficio de la desconfianza, y su capacidad de lidiar con la compasión también se había adormecido, y, en todo caso, ¿cómo podría ella ayudar a nadie en aquella casa llena de luto y enfermedad? Debía ver por lo que quedaba de los suyos. O quizá una voz más antigua que ella, venida de quién sabe dónde, sembró un temor sigiloso en su voluntad.
Y así negó el pan que le pedía.
Y así negó el asilo que pedía.
Pero no pudo negarle el agua, por mandamiento cristiano.
En un vaso de barro, le ofreció agua fresca que la vieja bebió con aparente avidez… pero mi abuela no pudo dejar de notar que inclinaba el vaso en un ángulo extraño, de manera que parecía que quería escurrir el agua que salía del vaso por la comisura opuesta de su boca desdentada, y que se esforzaba por ocultarlo con su mano flaca de uñas rotas de los ojos de mi abuela.
No obstante, lo que salía de su boca y se derramaba en el suelo no era agua sino polvo. Polvo que el viento nocturno arrastraba y confundía con los innumerables granos de arena de la orilla del mar. Solo polvo sobre arena… y de pronto, el polvo que se esparcía a los pies de la anciana, que no eran pies sino garras, y se hinchaba en una nube que asperjaba sus harapos…, que no eran trapos sino plumas.
Plumas negras como la noche cerrada.
Entonces un estrépito se escuchó en el techo de aquel rancho precario y toda la estructura se estremeció, movida hasta los cimientos como si la gran mano del viento de la noche, de pronto recio y tormentoso, hubiera arrojado sobre ella un bulto de huesos que se rompían con crujido de rama seca.
Una última vez recobró la conciencia la madre de mi abuela:
“Vete, vieja voladora, con tu hermana que ha venido a buscarte; aquí no tenemos pan duro ni cama donde acomodarte y el que me viene a buscar aún no ha llegado. Déjame a la niña tranquila que ella tiene todavía mucho que hacer”.
Del techo vino un ay profundo y lastimero y la vieja que estaba en la puerta de la casa salió despedida envuelta en plumas y viento y lluvia, disparada hacia el tejado. Dejó atrás una nube de polvo y humo; una peste a palo quemado que ya nunca salió de las paredes de la casa.
La madre de mi abuela murió al amanecer.
Mi abuela tuvo mucho que hacer y muchas historias que contar en este mundo por ochenta y cinco años más.
Freedom for my country!
Posted from my blog with SteemPress : http://adncabrera.vornix.blog/2019/05/02/la-vieja-voladora-un-cuento-de-mi-abuela-ilustrado-para-ventest-de-steemzuela/
Historias de brujas... abundan en nuestro pais. Excelente y cautivante relato @andcabrera, mis felicitaciones, excelente trabajo.
Gracias, @karupanocitizen. Venezuela es rica en este tipo de relatos y cada región le pone su sabor.
Este concurso me parece una iniciativa muy buena y me sorprende no ver a más venezolanos participando. Le he hecho propaganda con casi ningún resultado. Ahora pienso escribirle un post para ayudar a difundir.
Ojalá ú, que eres un buen escritor, te enimes. Carúpano tiene unos cuantos relatos sorprendentes!
Un abrazo y bienvenido siempre.
La verdad es que me estoy enterando gracias ti de esta iniciativa, ciertamente hay mucho buenos escritores que podrian poner su granito de arena, yo contribuiré poniendo el mio, no te preocpues.
Gracias por la invitación y por la valoración positiva sobre mis escritos, un abrazo.
¡Nos seguimos leyendo!