DOÑA AURORA LA ABUELA ROMÁNTICA Y SOÑADORA
Alfonzina llegó a la casa de la familia Ramírez, puntual como siempre, a las 8: 00 de la mañana. Tocó el timbre, y le abrió la puerta la señora Rosita, quién la recibió con una sonrisa dándole un beso en la mejilla.
¡ Buenos días señora Rosita!
¿Buenos Alfonzina como éstas, como amaneciste?
Bien gracias a Dios.
Okey, pasa adelante, que mamá está esperando por ti, ya estaba preguntando ¿Qué porqué aun no habías llegado? Y le dije ¡mamá, pero si apenas son las 7;00 de la mañana y Alfonzina llega a las 8:00!
Claro mamá se despierta bien temprano. Duerme poco y tampoco nos deja dormir, entonces para ella siempre es tarde, porque madruga todo el tiempo.
Alfonzina entró a la sala, allí colocó su cartera sobre un mueble y caminó despacio hacia la habitación de Doña Aurora. Al entrar la vio, como siempre sentada en su sillón frente de la ventana con la mirada fija en dirección al jardín.
Tocó suavemente la puerta antes de entrar; y Doña Aurora volvió la mirada hacia ella y sus ojos se iluminaron en ese instante.
¡Hola Alfonzina, qué bueno que llegaste, ya te extrañaba!!
Pasa y siéntate aquí a mi lado. Ven para que mires a los Pajaritos, que están tomando agua allí en la Fuente, cerca de las rosas. De verdad que me encanta mirarlos y oír sus trinos desde que amanece.
Alfonzina colocó una silla, y se sentó cerca del sillón de Doña Aurora, para mirar lo que ella le estaba indicando. En efecto desde la ventana se podía observar a unos azulejos y canarios revoloteando y tomando agua en la Fuente, cerca de Las Rosas y los lirios. En ese jardín que Doña Aurora tanto amaba, pero que debido a sus años y sus tantos achaques, ya no podía atender. Y ahora se conformaba con sólo mirarlo a través de la ventana.
Doña Aurora comenzó a decir con su tono de voz suave y pausado, propio de las personas que ya no tienen ninguna prisa por algo, o mejor dicho, no tienen prisa por nada.
Sabes Alfonzina, cuando compramos esta casa, hace ya cincuenta y tres (53) años, mi esposo Pedro y yo, ese jardín no existía y poco a poco comencé a plantar cada arbolito, cada rosa cada lirio, cada margarita, qué puedes ver allí. Durante todos esos años religiosamente todas las mañanas, me levantaba a regar las flores después de prepararle el café a Pedro. Entonces él agarraba su maletín y se iba a su trabajo; y yo me quedaba aquí podando a mis rosas, para luego dedicarme a los quehaceres del hogar, atender a los niños que todavía no estaban en edad escolar.
Así transcurrieron los años, me parece que todo eso ocurrió ayer, pero ya ha pasado mucho tiempo. Mis hijos crecieron en un instante, demasiado rápido y de verdad que no me di cuenta, los años me cayeron de una forma tan apresurada, porque yo vivía la vida solamente pendiente de atender y velar por mis hijos, que crecieran sanos, de educarlos, de prepararlos para la vida.
¡Y logré mi cometido!
Ya ves hoy día, cada uno está por su lado, en sus respectivas vidas, como debe ser. Vienen de vez en cuando a verme, jamás me han olvidado, no me puedo quejar de mis hijos, ellos son unos buenos hijos.
El domingo, es el día más bonito y más feliz de mi existencia, o lo que de ella me queda. Vienen comparten conmigo y ese día tan especial, me ayudan y salgo al jardín con ellos, a cortar rosas para colocarlas en un florero y adornar la mesa del comedor, para que cuando nos reunamos a comer su perfume invada toda la casa.
Mañana se cumplen cinco (5) años de la partida de Pedro, a su encuentro con Dios, y no hay un día que no haya dejado de extrañarle, pues era mi compañero mi confidente y amigo. Hoy vivo en esta casa, sola con Rosita, mi hija menor y su hijo pequeño, ella fue la única que se quedó conmigo, de hecho esta casa es de ella. Y eso lo saben y lo han aceptado mis otros dos hijos. Afortunadamente no hay ningún inconveniente por ello. De hecho el día que yo fallezca todas mis pertenencias, todos mis recuerdos quedarán aquí y serán de ella; y quizás así como yo, Rosita también termine sentada aquí en este sillón, mirando el jardín por la ventana.
Además de Rosita y mi nieto, tú has sido la mejor compañía que he tenido en la vida, en esta vida que estoy terminando de vivir; y te doy gracias por ello. Has sido muy amable, atenta, y complaciente, con esta vieja remilgosa y habladora. Se ve que has sido una niña bien criada, que eres una buena hija. Tienes mucha paciencia eres muy amorosa y cariñosa y eso te lo agradezco de verdad.
Muchos jóvenes se olvidan de que los viejos, un día también fuimos jóvenes como ellos; y que ellos posteriormente también serán viejos.
Te agradezco infinitamente la paciencia que me has tenido para escuchar mis tantas historias, anécdotas y recuerdos, pero la verdad Alfonzina, es que lo único que me queda es eso, hablar y hablar. Ojalá y no me olvides; y un día le hables, a tus hijos y a tus nietos, de esta anciana a la que le gustaba leer poemas de Andrés Eloy blanco y de José Ángel Buesa, de esta vieja romántica.
Alfonzina se levantó de su silla y le dio un abrazo y un beso en la mejilla a Doña Aurora, ella también la abrazó y unas lagrimas rodaron de sus ojos, porque en ese instante su mente voló bien lejos, lejos, lejos, pues recordó a su madre, a su padre y a su anciana Abuelita, a quienes dejo, sin saber cuando los volvería a ver, cuando debió salir de su país en busca de un mejor Futuro.
Entonces fue a la peinadora, abrió una de las viejas gavetas y tomó el peine, comenzando a peinar delicada y cuidadosamente, la blanca y larga cabellera de Doña Aurora, mientras ella seguía mirando por la ventana y hablando. Pero la mente de Alfonzina continuó perdida, ya escuchaba la voz de Doña Aurora a lo lejos como un murmullo, pues seguía entretenida, pensando en su mamá y su abuela. Poco a poco como era costumbre Doña Aurora dejó de hablar y cerró sus ojos y se quedó plácidamente dormida en el sillón.
Alfonzina colocó una manta sobre sus piernas para abrigarla y salió cuidadosamente de la habitación, dirigiéndose al jardín, donde cortó varias rosas rojas y unas Margaritas, poniéndolas en un florero y luego las trajo a la habitación de Doña Aurora, colocándolas sobre la peinadora para que perfumaras su habitación.
Ese era el día a día de Doña aurora, una abuela, de Ochenta y nueve años, romántica y soñadora, quien nunca dejó de soñar y de adorar a sus rosas rojas.
Esa Noche Doña Aurora murió, mientras dormía plácidamente, luego de acostarse temprano como siempre.
Su alma soñadora voló hacia el infinito al encuentro de su esposo Don Pedro.
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