‘Death Note’ – Vida, ¿muerte? y resurrección de un clásico

in #anime5 years ago


Death Note es de sobra conocido en occidente. Incluso mucho antes de que Netflix anunciara su adaptación de imagen real por parte de un director occidental. ¿Pero qué es lo que implica Death Note para la industria japonesa? Algo muy diferente. Algo mucho más grande. Y eso es lo que te desgranamos en este artículo.

Tras la Segunda Guerra Mundial Japón aprendió dos cosas importantes: que la divinidad del emperador no era tal y que cuando dependes de planes coloniales siempre acabas pisándole el callo a alguien. Tal vez por eso, con el paso de los años, se dieron cuenta de que para recuperar un puesto prominente en el mapa político mundial o para mejorar su endeble posición tras la ocupación, era necesario re-inventar el país. Encontrar formas de crecer que no pasaran necesariamente por hacer visitas de cortesía, masacre incluida en el pasaje, a las vecinas China y Corea.

De ahí vino el énfasis en la tecnología, la cultura y cierta obsesión con la industria inmobiliaria que hermanaría al país del sol naciente con el nuestro. Pero en lo que corresponde a nuestro interés, lo importante son los dos primeros elementos. Porque Japón no tardó en entender que, antes de pretender ninguna influencia exterior, era importante recuperar su influencia interior. No ser dependiente exclusivamente de la propaganda estadounidense en forma de películas de Hollywood. Y para ello necesitaban una industria cultural fuerte.


En el último medio siglo Japón ha consolidado su papel como potencia cultural tratando su tejido industrial como si se tratara de una hidra. Muchas cabezas, un sólo cuerpo. Eso significa que si un libro o un manga se vuelven populares, es casi imposible que no tengan adaptaciones al anime, la televisión, el cine y cuantos medios le sean posible, si es que no también acaben adornando teléfonos móviles, trenes o incluso aviones. Exactamente lo mismo que hace EEUU con su propia industria cultural, pero llevado hasta un paradigma masivo donde editoriales, estudios de cine y discográficas pertenecen a diferentes grupos interrelacionados entre sí con el fin de potenciar al máximo todas esas posibles sinergias. Algo con lo que consiguen dos cosas: potencian la salud de la industria cultural y ofrecer a los consumidores productos que saben que quieren.

Y Death Note, además de no ser la excepción, nos muestra a la perfección cómo funciona ese sutil entramado de explotación comercial y celebración de la cultura propia.

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