LA MUSICA QUE LLEVAS DENTRO

in #amigos5 years ago

Toto nunca aprendió a bailar; pero no dejaba de asistir a toda fiesta. No tocaba instrumento alguno y cantaba horrible. Cierto es que cuando intentaba cantar hacía todos los ademanes y gestos que veía en los grandes intérpretes: pero, en su boca, en su garganta, no había ni una pizca de melodía, afinación o ritmo. Digámoslo de una vez: cantaba muy bien; pero, se le escuchaba mal....muy mal.
Seré más preciso: El no intentaba en lo absoluto seguir la melodía de la canción, o acompasar su voz a la instrumentación, o tal vez a la vocalización de sus intérpretes originales. Es más, en muchas ocasiones la misma letra de la canción era versionada en su intento por decir más de lo que la composición original sugería.
Sin embargo, Toto era música. Siempre estaba tarareando (supuestamente) una canción. Mientras hablábamos, sacudía sus dedos y realizaba unos chasquidos bastante sonoros con los que pretendía acompasar esa canción que dentro de sí emergía con fuerza con energía, con ganas; pero sin entonación.
Para quienes no lo conocían bien, causaba molestia (y hasta desazón) escucharlo cantar en baja voz mientras conversaban. Les causaba animadversión que en medio de la nada, comenzara sin excusa o coartada alguna, a golpear una mesa cuando estaba sentado o sus muslos, si estaba de pie.
Ciertamente, era todo un despropósito su presencia animada con música, porque nunca se encontraba en el mismo lugar, con nosotros. Hablaba y cantaba, o recitaba. Su falta de tonalidad impedía que reconociéramos a la primera cual canción intentaba seguir con su voz o sus palmas
Pero era Toto quien llenaba de música, alegría y vivacidad nuestros encuentros, Llegaba a casa, y le cantaba a mi abuela “Vieja, mi querida vieja”, remedando la canción de Piero, o recibía a los amigos que llegaban con la frase “entren que caben cien” de una salsa de la época. Tenía un talento especial para seleccionar la canción que mejor iba con la situación o las circunstancias.
Tanto era así, que aun cuando hubiese sido imposible reconocer lo que cantaba por el tono, ritmo o entonación, la seguíamos por el momento, porque sus palabras (fuera de tono, destempladas y desafinadas) correspondían adecuada y perfectamente con la ocasión y los eventos presentes.
Toto no cantaba, ni tocaba. Era un cero a la izquierda en afinación; pero, la música que llevaba adentro inspiraba, conmovía si era la ocasión. Recuerdo que cuando se murió la abuela de William, uno de los integrantes de nuestra patota (así la llamábamos), se le acercó a los hijos, y le musitó: “familia es familia, y cariño es cariño”, otra canción de esas que cargaba a flor de labios.
Más tarde, cuando quedamos solos los familiares y más allegados, en nuestras bocas resonaba el estribillo de esa canción y el sonsonete del bongó que la acompasaba, discurriendo sensaciones entre recuerdos. Nada que ver con la falta de ritmo de Toto; pero, toda una inspiración nos unió en su momento.
A Toto una tarde lo atropelló un automóvil. Andaba en su bicicleta, tarareando, haciendo las veces de tambor con su pecho, como solía hacerlo. Las manos no estaban donde debían. Cayó al suelo de cabeza. Fractura encefálica. Se le rompió el tímpano del oído izquierdo. Nos dejó sin música, sin alma, sin aliento, casi todo un mes. Veintisiete días para ser exactos.
Al comienzo, lo visitamos en el hospital, cuando podíamos. Éramos muchos, la patota contaba con nueve miembros, sin contar con mi tía y mi abuela, que lo acompañaron durante tres noches, porque a los menores de edad nos echaban a las cuatro de la sala de visitas y no nos dejaban esperar en los pasillos, por escandalosos.
Éramos muchos, cantándole canciones a su oído sano, tocando timbales con los bordes de la cama y tambor con la silla de visitantes. Te acuerdas, le decíamos, cuando te caíste del árbol de guayaba, y en el suelo de espaldas cantabas “buscando guayaba ando yo, que tenga verdor y tenga sabor”. O cuando te castigaron en el colegio, bajo el cuartito de la escalera, y decías “al preso número nueve ya lo van a confesar, porque antes de amanecer la vida le han de quitar”. La monja franciscana que fue nuestra maestra de quinto grado, te sacó de inmediato en cuanto te escuchó. ¡Cómo nos reímos!.
Totó perdió la percepción de los sonidos. El accidente permitió que los doctores, su familia y la patota, descubriésemos que nunca tuvo tímpano en su oído derecho. ¡Con razón no agarraba tono, dijo mi tía!. Nunca escuchó por ese oído. La música que llevaba dentro de sí, le entró por un oído y no le salió por el otro, como nos decía mi abuela. La música que llevaba adentro se le quedó allí, muy dentro de sí.
Pero, también quedó en nosotros. Porque en cada ocasión que nos reuníamos, escuchábamos (o creíamos escuchar) a Toto desentonando, fuera de ritmo. Desafinado como el solo sabía hacer. Aportando la música de fondo, la indicada, la apropiada para el momento. Música vieja ya, porque no volvió a aprenderse otra. Escucharlo era como sintonizar una estación de esas que hoy llaman chatarritas. Su música nos unía al recuerdo de lo que habíamos sido en un tiempo.
Años más tarde, muchos años más tarde, mi abuela murió. Toto se acercó, allá en la funeraria, al grupo de amigos que recordaban una patota, y tamborileando un son de bongó y vaquetas, con las manos abiertas sobre el pecho, cantó “familia es familia y cariño es cariño”; y saben?....ya estaba agarrando tono.

Coin Marketplace

STEEM 0.19
TRX 0.14
JST 0.030
BTC 63001.43
ETH 3365.59
USDT 1.00
SBD 2.45