El enigma de Baphomet (157) Martín en su Atalaya

in #sapanish6 years ago

Capítulo VI
47
Hace unos cuantos días que no he podido escribir nada. He perdido la cuenta de la fecha en que vivo por el ajetreo en el que me he encontrado inmerso después de salir, al amanecer, de la casa tan cómoda que habitaba, para llegar a Ribas cuando estuvieran instalando los tenderetes del mercado, y comprar dos mantas y una capa de cuero.
La presencia de gente por los caminos, campesinos yendo y viniendo a las huertas, trasiego de buhoneros o quizá peregrinos desgarbados, amén de guardias y autoridades palaciegas, me han obligado a desviarme de mi ruta muchas veces y esperar horas, escondido, a que no hubiera nadie que pudiera verme. He tenido que rodear las montañas para llegar al valle del Silencio, porque, por los caminos del norte río arriba, también se me hizo imposible; además, todavía hacían guardia algunos soldados hasta la mitad del valle.
Había pensado ocupar la gruta de San Genadio,

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pero, cuando me estaba acercando, vi que alguien la ocupaba. Sería un fraile de los que se retiraba unos días a hacer penitencia. La cueva estaba muy solicitada ya que los monasterios cercanos se distribuían su ocupación pidiendo la vez, por lo que los abades llevaban apuntado un riguroso orden de solicitudes. Iba a acercarme olvidando, por un momento, mi condición de perseguido, solamente por hablar con alguien; pero inmediatamente reparé en ello y me alejé buscando una cabaña donde poder acomodarme.
Me acerqué a los riscos y peñascos más cercanos entre Santiago de Peñalba y San Pedro, descubrí una oquedad grande en las rocas, la examiné concienzudamente, pero no era accesible. Puesto de pie encima de Blanco, con mucha dificultad pude engarriar hasta un pequeño saliente y desde allí, con peligro de resbalarme y caer por un precipicio que me hubiera matado, subí hasta una pequeña plataforma, agarrándome a los troncos de los arbustos que crecían en las grietas de las rocas. No era una cueva profunda como hubiera deseado; y además daba a la umbría, pero una vez arriba no me veía nadie; y, asomándome, dominaba gran parte del valle.
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Inspeccioné la protección contra las aguas, pues por un lateral corría un manantial que venía de arriba, y, al lado, en la oquedad de la roca desgastada por el chapoteo de los años, se había formado un depósito de agua cristalina, de tal manera que no tenía que subir agua: esto me hizo sopesar los pros y los contras.
Desde aquí arriba no se ve el monasterio pero no se encuentra muy lejos: más o menos a media legua, aunque es difícil de calcular con tantas selvas, riscos y precipicios. Se puede ir andando por un paso de jabalíes entre los matorrales, que ya está expedito, y me evitará el trabajo de tronzar ramas y troncos. Sólo un par de obstáculos difíciles para pasarlos sin caballo, o bien, rodear el río para pasar por otro lado. Cuando lo examinaba me dije: si tuviera fácil acceso sería el mejor sitio para quedarme.
Dediqué otro día a buscar. Deseché cabañas que habían sido destruidas recientemente. Podrían estar buscándome y también seguirían buscando templarios por todas partes hasta exterminarlos totalmente.
Volví a este lugar en el que escribo y decidí quedarme porque no encontré otro más seguro. Lo llamé la Atalaya. Comprobé bien la mirada desde todos los ángulos. Una vez arriba, no me veía nadie; y por detrás estaba defendido con rocas como agujas disparadas contra el cielo, y veía, allí abajo, a Blanco, oculto en un vano inexpugnable por la frondosidad del bosque que lo circundaba, y con pasto suficiente para muchos días. Cuando Blanco descansaba no se divisaba más que desde la Atalaya.
Analicé meticulosamente el paso de los jabalíes: les sería completamente imposible escalar hasta aquí arriba —no me molestarían durante la noche—, lo mismo que a cualquier otra alimaña. El sitio sería perfecto si no me costara tanto trabajo subir y bajar con mi pierna coja, en lo que empleaba mucho tiempo y sacrificio porque tenía mucho peligro de resbalarme, sobre todo porque se habían ido pelando las ramas al agarrarme varias veces.
La primera noche pasé hambre. Con tanto trajín me había olvidado de buscar comida, pero descansé tranquilo tapado con las mantas, y con el capote que me libró de la humedad de la noche acurrucado en lo más profundo de la cueva de no más de vara y media hacia dentro.
Me despertaron los aleteos de unas águilas que caían veloces a posarse en la roca situada justamente encima de mi cabeza. Con las alas abiertas podían medir dos varas de punta a punta
Otro día:

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Buenísimo como siempre amigo!!!

Sigo pasando entregas de la novela con ilustraciones alusivas al episodio. Gracias. @albertoyago

Amena lectura de contenido tan explícito, sin embargo, por la numeración en el título, me animé a buscar los post antecedentes, evidentemente cuantiosos, y me parece, a título personal, que para poder yo, compenetrarme más con lo leído, debo comenzar por donde corresponde. Sé que será placentero.

Saludos y éxitos...

Es una novela histórica larga. La edición de papel pesa un kilo.

Dios!!! No había leído nada al respecto, pero me llamó la atención el título de su post, por el nombre de una revista que difunde la Iglesia de los Testigos de Jehová, entonces me anime a leer, pero en esta edición, y presumí todo lo que precedía. Y ahora que me dice el peso en papel, me deja impresionado. Gracias por instruirme...

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