“Así estás todavía lejanamente cerca” (José Angel Buesa)

Esas dos despedidas me dieron la impresión que podían haber contenido mi vida entera, son esos momentos que sabemos jamás van a caducar; sin embargo, el que se hayan marchado ha sido la manera más festiva de entristecerme. Porque aquí se hubieran marchitado sus frentes soñadoras. En la Venezuela de hoy sus corazones en plena lozanía se sentirían envejecer, a pesar de que donde están seguramente les espere la rutina diaria, algunas desilusiones y aburrimientos; pero al menos podrán sentirse como arroyos que sonríen cuando piensan en el mar, sentir el sabor de estar vivos y poder dirigirse a algún lugar. Como mínimo podrán experimentar que tienen sentido los carteles de protesta, que los uniformes no son para desolar a los ciudadanos, y la pobreza puede tener antídoto.

El amor de un padre se siembra en el alma, y nace una planta que no detiene nunca su crecimiento. Es lo que nos hace escuchar ese silencio propio de las casas que se van haciendo muy grandes. Es lo que pensar en ellos lo vuelve la cosa más sencilla del mundo. La ventaja de la distancia es que anula la proximidad, que es la enemiga más encarnizada de que sospechemos cuanto queremos a alguien.

La esperanza dejó de ser que regresen los bellos días, que podamos encontrarnos en un país donde llueva de nuevo, y deje de ser la tierra baldía que es ahora. La esperanza es sentir ese golpe de alegría que dé el corazón cuando nos volvamos a ver, cuando sea y donde sea.

Mi esperanza más firme sigue siendo que el Señor oye los dolores sin nombre. Difícil es que las sonrisas de esa fotografía se alejen alguna vez en las sombras del recuerdo.