Oryana, la diosa orejona – Relato basado en la mitología Inca

Una madre y su pequeño hijo, caminaban presurosos para salir de Machu Picchu cuando los habitantes se enteraron que los extranjeros habían apresado a Atahuelpa, su emperador, para quitarle las riquezas del reino. Al pasar por el templo del sol, el niño le pregunta a su madre “Mamá, “¿De dónde vienen los dioses?

La madre, tratando de reconstruir los pedazos de historia que desde niña escuchó de la cosmogonía de los incas, comenzó a narrarle sin perder el paso. “Hace muchos años, tantos que se pierden en la limitada memoria de los hombres, Viracocha, el todopoderoso, dispuso todo lo que brilla y es reflejo, todo lo visible e invisible en el universo, creó mundos y estrellas, albergue de sus hijos divinos que daban brillo a esas estrellas y después, uno de ellos sería llamado, Inti (el sol)”.

−¿Y de dónde vinimos todos nosotros? – Pregunta el niño rascándose la nariz.

La madre continúa su relato: “Cuentan que a orillas del lago Tititaca, Viracocha comienza la tarea de crear la vida en las penumbras porque no permitió que la luz mostrara su obra hasta no ser concluida. Para crear los primeros humanos, talló en las piedras el mensaje en códigos de cómo debían ser los humanos, y lanzó las piedras con fuego a la tierra, cayendo en las orillas del lago para que el agua las fuese remojando y dando forma a los cuerpos. Una vez creado los hombres, Viracocha, se sintió satisfecho con su obra, y abrió los cielos para dar paso a la luz del sol, la luna y las estrellas”.

La madre hizo un largo silencio antes de continuar la historia. Observaba la diáspora de sus vecinos que se iban alejando al bajar la montaña. Detrás dejaba las edificaciones construidas con bloques de enormes piedras que encajaban una sobre otra a la perfección. Cada templo, cada casa, era como un perfecto rompecabezas, y ellos se llevaban consigo el secreto de ingeniería de cómo lograron construir tan bella ciudad en el altiplano andino.

Respirando hondo, la madre le cuenta al niño: “Con el tiempo, los dioses se dieron cuenta que la creación de los hombres no era perfecta, les faltaba inteligencia y vivían como el resto de los animales. Por esta razón, enviaron a la diosa Oryana, quien vivía en lo más profundo del Janan Pacha (la bóveda celeste) para enmendar el error. Oryana quizás pudo parecerse a una mujer como las de la tierra, algunos dicen que tenía su piel cubierta de escamas como una serpiente y tenía cuatro dedos en cada mano. Pero todos coinciden que tenía la cabeza alargada y grandes orejas, por eso la llamaron Oryana (orejona), una diosa cuyo rostro irradiaba ternura y magnanimidad”.

−¿Ella cayó del cielo o apareció de repente? –Indaga el niño.

“Oryana llegó en un enorme pájaro de fuego hasta la tierra y se unió con los hombres imperfectos. Ella tuvo unos 70 hijos, quienes no tenían sus grandes orejas y cabeza alargada, pero sí su inteligencia. Estos hombres eran gigantes; dicen que en un día y una noche, construyeron una ciudad cerca del lago Tititaca llamada Tiahuanaco. Les enseñó a comunicarse con su lenguaje, la lengua sagrada del universo, y pidió que lo preservaran por siempre para poder mantener sus enseñanzas, el conocimiento y el modo de crear las cosas en las siguientes generaciones. Ella enseñó a sus hijos el valor de la solidaridad y el amor, a crear como los dioses, a amar a Pacha Mama (madre naturaleza), a cultivar las plantas y domesticar a los animales. Y por sobre todas las cosas a amar a Viracocha y los otros dioses, y obedecer sus reglas. Cuando Oryana consideró que sus hijos habían aprendido lo necesario, les pidió poblar el mundo, por lo que muchos de ellos salieron de Tiahuanaco para construir nuevas ciudades. Después, ella regresó a las profundidades del cielo en su pájaro de fuego y nunca más volvió”.

−Si Oryana nos enseñó una misma lengua y a sentir solidaridad y amor por nuestros semejantes ¿Por qué hay gente malvada? ¿Por qué hay guerras? ¿Por qué debemos huir de nuestra casa para escondernos de gente extraña que no son ni hablan como nosotros?

La madre mira el cielo plomizo que desrama la niebla sobre las montañas y busca en las enseñanzas de sus antepasados para darle una respuesta a la inteligente pregunta de su hijo. Ciertamente, es un descendiente de Oryana: “Los hijos de Oryana y su descendencia, se alejaron hasta lo más recóndito del mundo hasta donde la tierra se deja pisar y pueda proveerle agua y comida. Muchos se aislaron y fueron perdiendo la lengua que dejó en herencia. Desobedecieron a Viracocha, se burlaron y se volvieron contra él, por lo que el todopoderoso se enfadó y envió catástrofes a nuestro mundo. La tierra tembló, los volcanes erupcionaron cubriendo todo el cielo de cenizas y por mucho tiempo pasaron noches sin días. Después fue el diluvio, llovió sin parar durante casi un año. Luego llegó el frío que lo congelaba todo. Cuando todo esto pasó, Pacha Mama restableció el orden en la tierra y los hombres siguieron construyendo ciudades y caminos. Pero dejamos de entendernos, dejamos de ser iguales en ideas. La gente se cegó por su egoísmo”.

Ya casi anocheciendo, la madre pide a su hijo a apresurar el paso para poder alcanzar a los otros. Tal vez su destino sean las selvas, o más allá de donde se termina la tierra que pisan, lo que otros viajantes llamaban mar, por donde se oculta el sol, o quizás aún más allá de este.