Dos libros y un viaje

Hace más de veinte años atrás, en una de mis estadías en la isla de Margarita, específicamente en playa El Yaque, conocí e hice amistad con un joven de origen alemán que hablaba español muy fluido, casi perfecto. El me contó que, estudiaba literatura y que había aprendido a hablar español con un amigo colombiano, quien le sugirió que viajara a Colombia o Venezuela para que disfrutaras de las hermosas playas del caribe. Dado que se le dio la oportunidad, estaba en Margarita disfrutando de sus vacaciones.

Días antes de que se terminara mi estadía en la isla, fui con mi amigo a recorrer caminando la ciudad de Porlamar. En el trayecto pasamos frente a una librería y deteniéndose, me pidió que entráramos en ella. Después de buscar incesantemente en los anaqueles de aquel lugar atestado de innumerables obras literarias, el escogió dos libros y, mientras los tenía en sus manos, los veía y se hablaba así mismo tratando de convencerse de que esa era la mejor elección. Una vez decidido, se dirigió a la caja y los compró y al salir de la librería me los entregó, diciéndome que eran para mí, que me los regalaba como un obsequio de amistad y a la vez de despedida. Ese detalle me encantó y los libros aún más. Ellos son un tesorito que todavia conservo en mi biblioteca personal.

A pocos días de haber retornado de Margarita, voy llegando a mi casa en Maracay y me encuentro con que estaba de visita mi amigo. Para mi eso fue una gran sorpresa debido a que, aunque antes de despedirnos nos intercambiamos los números de teléfonos y las direcciones, no pensé que fuéramos a vernos tan pronto pues yo tenia entendido que el debía regresar a su país y ya le quedaban pocos días de vacaciones. Pero mas sorprendida quedé cuando me dijo que había venido a Maracay porque quería conocer ese lugar espectacular del cual le hablé. Tuve que hacer memoria de aquella conversación para determinar a cual lugar se refería. No fue tarea fácil. En Margarita habíamos hablado tanto, de tantas cosas y de tantos lugares, que se me dificultaba saber exactamente a cual se refería. Hasta que por fin, debido a ciertas características que el mencionaba, pude determinar que ese lugar al que yo me refería era Chuao.

En Margarita le dije a mi amigo que Chuao es un pueblo que tiene por tradición el cultivo del cacao y para llegar a él se debe, desde Maracay, recorrer en automóvil el esplendoroso parque Henri Pittier, subiendo sus montañas, disfrutando de su selva nublada, sus cascadas y su magia, y dirigirse a la población de Choroní. Una vez allí, se debe embarcar en lancha, durante diez minutos aproximadamente, llegando así a orillas de esta hermosa zona. Y esto es una de las cosas maravillosas de Chuao pues primero, se llega a su hermosa playa y luego, si se desea visitar el caserío, se debe montar en un camión o autobús que lo trasladará atravesando las plantaciones de uno de los mejores cacaos del mundo y, en el trayecto, quizás pueda tomar con sus propias manos el fruto de algún árbol allí plantado con el que se hacen exquisitos chocolates.

También pude decirle que la población de Chuao tiene como punto central la iglesia. Y al frente de ella está una plaza rectangular en cuyo piso ponen a tostar las semillas del cacao ya cosechado. Siendo este un proceso de producción de tipo generacional, ancestral, surgido en la época colonial y que cuando lo realizan produce una hermosa imagen para lugareños y visitantes.

Además también le dije que Chuao tiene un río que es literalmente transparente, a través del cual pueden observarse las piedras y los pecesitos que debajo se encuentran y que sus pobladores eran gente muy tranquila quienes en sus fiestas bailaban al son de los tambores que ellos mismos tocaban.

Yo estaba fascinada con el pueblo de Chuao que imagino fui sumamente efusiva al describírselo a mi amigo y aun tengo sentimiento de culpa porque inconscientemente lo embriagué con mis palabras e hice que el se enamorara de ese lugar, aun sin conocerlo.