Zenteno (Capítulo 1)

in #spanish7 years ago

El policía pateó con su gruesa bota un pedrusco de diversos colores que reposaba hasta ese momento al borde de una solera. Con ademán enérgico se ajustó las gafas oscuras y miró hacia la calle Franklin. De ahí llegaba el efluvio variopinto de la feria de mediodía. De las tienduchas coloreadas de amarillo emanaba una actividad densa y acalorada. Y también unos aromas que le hicieron latiguear la lengua, Se imaginó un vaso de “cola de mono” con su leche, su café, su clavo de olor, su esencia de vainilla y los cubos de hielo tintineando. Pero también, y ojo, el aguardiente, que en delicado porcentaje completaba la bebida. Se encaminó por una vetusta calle lateral pensando que un buen vaso de mote con huesillos era también delicioso, refrescante y sin riesgo para un disciplinado carabinero. Además que no faltaba el vendedor generoso que le podría regalar una porción. El calor lo hizo agachar la cabeza y observó el antiquísimo pavimento de piedra surcado por líneas de acero que usaron idealizados carros eléctricos que nunca conoció.

La Navidad recién pasada influía aún en su sistema nervioso. Más borrachos, más accidentes, más robos y más gastos en la casa. Sólo por unas pocas deudas logró adquirir suficientes prendas taiwanesas y coloridos y brillantes artefactos de pilas doble A como para haber pasado unas fiestas con aprobación mínima. Logró borrar el ceño fruncido de su esposa y la palidez ansiosa del pequeño. Pero el próximo año estaría más abastecido, se lo había propuesto.

Algo pasaba en la calle.

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Tal vez los cuatro pelafustanes agrupados 50 metros calle abajo. O el tipo desgreñado que estaba sentado en la cuneta evitando mirarlo. Quizás la pareja de punkies apoyados sin respeto en un alféizar de ventana que posiblemente vio pasar al sereno hacía doscientos años.

Todo demasiado cerca para un barrio de cierta fama.

Palpó su 38 y sacó su radio. Jugueteó con ella unos momentos sin atreverse a hacer un llamado falso. Entonces lo vio y comprendió todo.

Allí estaba el “Bicho”, semiescondido en un zaguán a pocos pasos. Fumando con aire ausente, enfundado en un anacrónico impermeable que no tenía nada que ver con el calor. Con un sombrero de la década del 50 que afortunadamente volvían a estar de moda. La nariz ganchuda y coloreada por el vino sobresalía de la penumbra bajo el alón y la mirada en constante movimiento bajo unas cejas ya blancas pero aún pobladas y erguidas lo enfocó con temor. Carraspeó y botó la colilla del cigarrillo entendiendo que el policía ya lo había visto. Sin embargo no se movió. Con la cabeza dirigida hacia el tejado de enfrente esperó con resignación al uniformado que se acercaba con lentos y pesados pasos.

-Para qué pregunto. Se terminó la Pascua y estás necesitado de plata. Así que a vender droga se ha dicho.

-No, mi cabo, No estoy vendiendo nada, Se lo juro.

-¡Y todos estos estúpidos que están esperando que yo me vaya, ah!

-Vinieron solos, yo no los llamé, mi cabo.

-¡Sargento, huevón!

-Bueno, mi sargento.

-A ver, las manos contra el muro.

Humildemente el “Bicho” se volvió y el sargento lo revisó con violencia y concienzudamente. Sólo le extrajo una cajetilla de Pall Mall y un encendedor gastado. Se los devolvió y esperó que el Bicho se volviera a poner su impermeable y se arreglara el sombrero. Era al menos un medio metro más pequeño y unos 20 años más viejo. Le notó su flaco cuerpo envejecido y el extraño frío de su piel. No transpiraba, como los ancianos.

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-Algún negocio estás haciendo entonces, así que mejor muévete de aquí

-Déjeme estar aquí, mi sargento. Estoy esperando a alguien.

-¡Cómo te voy a creer, si te soltamos de la Comisaría hace tres días! Estuviste seis años en cana por venta de coca y has vuelto a caer como cinco veces. ¡Ándate o te llevo para adentro!

-Déjeme explicarle, mi sargento.

El sargento lo miró de una forma terrible. Bajó los brazos y hurgó algo en una de las privadísimas cartucheras que lucía al cinto.

-Espere, espere,….yo le voy a contar la historia,………por favor.
Una fugaz saeta de sentimiento pasó por los ojos del sargento. Se cruzó de brazos y esperó la historia.

-Mire, sargento, hace veinticinco años atrás, yo tenía un amigo en este barrio, el Mario Bravo. Solíamos juntarnos en esta calle a jugar cuando éramos niños y luego a ver pasar las chiquillas del Liceo Seis cuando éramos más grandes. Luego le conseguí que viviera aquí mismo, después que lo echaron de donde arrendaba.

-¿Y…? dijo el sargento luego de una pausa.

-Pasa que cada uno tuvo que irse del barrio por cosa de trabajo y le escribí para que nos encontráramos aquí luego de veinticinco años. Aquí en este punto, en el zaguán de Doña Emerlinda, que en paz descanse, en la calle Chiloé, en esta misma fecha de Enero.
El policía lo miraba con lástima mientras balanceaba rítmicamente un pie y luego el otro.

-Mire, le voy a mostrar un recuerdo que tengo. El Bicho sacó de un bolsillo interior que no había sido registrado una vieja tarjeta postal con el grabado de la Opera de Sidney.

-Me la mandó cuando se fue para Australia en 1980.

El sargento se sacudió riéndose callado mientras examinaba el adminículo. Apoyándose en sus enormes botas y mirándolo desde su metro ochentaicinco, el policía le dijo al viejo:
-Sabís, Bicho? Esa historia no te la cree nadie. Y menos yo que sé que tus amigos vendrán corriendo a comprarte la pasta que tienes escondida no sé dónde en cuanto yo me dé la vuelta……por lo tanto, te vas.

El vejete lo miró con súplica y le insistió.

-Es que,… ¿sabe, mi sargento? Yo, en ese tiempo era buena persona.

-Ándate, Bicho, o te llevo para adentro.

-Por favor, mi sargento, cómo sabe si yo vuelvo a ser cómo era antes si lo veo.

-¡ÁNDATE!

Temblando, el vejete se encaminó hacia Franklin y anduvo arrastrando los pies hasta un acacio añoso. Allí se volvió nuevamente, hizo un gesto grosero y partió a todo lo que daban sus malogrados pies. En la otra esquina se detuvo un taxi y se bajó un hombre alto, de pantalón oscuro y camisa floreada en actitud de buscar algo. El policía caminó despreocupadamente frente a él y se escondió a observar detrás de un camión estacionado.

(continuará)

Sort:  

Cortadito cada dos dias momas, Victor!

Uds. me acostumbraron al cortadito. Es una crueldad restringírmelo.

que fascinante! sentí nostalgia por el vejete... me gusta como escribe :)

Buenas tardes @victorcaro
Veo que hace hasta usted mismo las ilustraciones de sus historias.
Fascinante.
Saludos.

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