Concurso Cervantes: 7ª Entrega: SEBASTIÃO SALGADO

Y allí estabas, sentada en aquella silla de ruedas, esperando tu turno para ser atendida. Estábamos en un salón grande, lleno de camillas y en cada una se encontraban recostadas personas enfermas esperando curación. Era la sala de espera del quirófano de un hospital. Como si la tragedia fuera poca, se nos sumaba la tristeza de todos en el lugar; impregnada de carencias, necesidades y del sufrimiento que nos rodeaba y nos oprimía el alma.

Sentías mucho dolor, se te veía en los ojos, pero con la misma entereza que llevaste tu vida, aguantabas callada y fingías que no dolía.

Y allí estaba yo, sintiéndome impotente, con el corazón marchitado y con ganas de llorar, pero haciéndome la valiente. No te preocupes! Todo saldrá bien! te decía, pero tu y yo sentíamos que nada saldría bien.

Te tome suavemente por los brazos para ayudarte a subir a la camilla. Un discreto gemido dejaste escapar con disimulo, creo que pudiste notar la impresión en mi cara al ver cuanto daño te hacia solo con tocarte. Pero nuevamente, con la paciencia que te caracterizo siempre, me miraste callada, sonreíste y no dijiste nada.

Tengo miedo de operarme, comentaste, después de dar un suspiro. Y mi mente consternada no encontró las palabras correctas que decir. Solo alcance a repetir, no te preocupes que todo saldrá bien.

En ese instante recordé, todo lo que me contaste de tu vida. Como en una película fui pasando tus experiencias, tus fracasos y tus logros. Te miré y vi en ti aquella niña de pueblo, que se crío en un humilde hogar y que desde sus primeros años tuvo que trabajar en el hato ayudando a sus padres. La mayor de ocho hermanos, te tocó fungir como mamá para cuidar de ellos, y no jugando como lo haría cualquier otra niña, sino como parte de tus obligaciones.

No conociste a tu padre porque cobardemente te abandono antes de que nacieras. Aun así la vida te premio con un padrastro bueno a quien llegaste a querer y a respetar como a un verdadero padre.

No pudiste terminar la escuela, porque las necesidades eran tantas que no alcanzaba para el estudio. A pesar de eso, fuiste tu quien me enseño a dibujar a colorear correctamente, a sumar a restar y sembraste en mí la semilla del conocimiento. Siempre mostraste mucha sabiduría, de esa que no se encuentra en los libros sino que se adquiere en la vida.

Ya atardecida en el amor, no fuiste muy afortunada. Con profunda tristeza contabas como tu primer ilusión se alejo un día sin decir adiós y sin despedirse. Le siguió una mala pasada que te jugo el destino, pues ahora a quien negaban era al ser que en tu vientre tenias. Ironías de la vida, hoy la historia se repetía.

¿Porque tu? ¿Porque una enfermedad tan cruel? Acababas de enterrar a tu compañero de vida, al padre de tus hijos, tras veinte años de haberle brindado tus cuidados y atenciones por culpa de otra enfermedad igualmente cruel que había acabado con él. Apenas ahora ibas a disfrutar a tus nietos. ¿Porque a ti? No era justo.

En momentos así dudas de la fe y de la justicia divina. Es cuando lo inquebrantable se quebranta y cuando la fortaleza se termina.

La expresión en tu rostro resumía tus tristezas. En los surcos de tu cara, más que el pasar de los años, se apreciaba el pasar de la vida. Nunca olvidares ese día, y menos los que tus ojos me decían.

Mujer virtuosa, mujer ejemplar, llegaste al final de tu camino y nunca dejaste de luchar.

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