Gladiador del volante

in #spanish5 years ago

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En una mañana de esas donde el tiempo se pierde. Cuando el triángulo de las bermudas aparece en la autopista y muestra todas sus dimensiones simultáneamente, parece de día, cuando huele a madrugada, creyendo firmemente que estas envuelto en una tarde de un gélido invierno.

Roberto un chofer de taxi. Está con sus manos aferradas al volante de su carro alquilado, y sus ojos enfilados a la carretera, haciendo cálculos constantemente, consultando su gps mental, con la finalidad de hallar los mejores sitios de la ciudad para hallar pasajeros.

En la mañana, tiene a su primer cliente para exprimir su parte del jornal para la gasolina y el desayuno, y claro, también quedarse con algo de dinero para la cuota del alquiler. Entra en su corcel blanco de dos puertas a merodear por las calles en busca de pasajeros. Con su reproductor emitiendo la rocola matutina, más la charla polifacética de la emisora de radio de turno.

En ese momento, consigue su primera carrera, una chica llamada Isabel. Que va urgente a la oficina. Primero, comienza la disputa concerniente a la subasta por la tarifa, digna del programa el precio de la historia, si, el mismo del pelón ese donde los precios se regatean hasta que los dos quedan descontentos pero “felices de hacer negocios”.

Acuerdan el precio para el destino, pero no todo queda allí, ahora, Roberto se convierte en psicólogo: tiene que descifrar que pasa por la cabeza de Isabel la secretaria, cuando ella comienza a dar detalladamente directrices de cómo llegar a su oficina, sin tener una idea de cómo es la ruta de la autopista realmente.

Los oídos de Roberto comienzan a oxidarse, y su corazón convierte su caminata habitual en un trote matutino, la boca se le traba, porque en el cráneo esta su cerebro, consultando su biblioteca de Alejandría, para hallar palabras educadas y dignas de un profesional de atención al cliente.

Cuando todo este ciclo se completa, Roberto le dice a Isabel:

—Conozco una ruta donde puedo llevarla a destino en poco tiempo.

Ahora Isabel suspira tranquila, se relaja, saca rápidamente de su cartera sus accesorios de belleza, y termina dándole los últimos retoques estéticos a su rostro. En unos minutos llegan a destino Isabel paga la tarifa y se va. En eso se le va la primera hora y media del día. Luego de haber degustado el desayuno y compartido una tertulia en el puesto de empanadas con los demás clientes, tomándose un papelón con limón bien frio. Sigue con su jornada.

La mañana sigue con 7 clientes más. Roberto se va a almorzar tranquilo, porque ya tiene su jornal del día, más de la mitad del monto del alquiler del Taxi y lo necesario para la gasolina.

En la orquesta de su estómago se está gestionando el almuerzo… Cuando va con su espíritu renovado por el espagueti con albóndiga, más el refresco, arranca el carro para comenzar el trámite de la tarde. Su primer pasajero le pide una carrera al terminal de autobuses, aquí no hay problemas con las direcciones, este se cliente se llama José, ahora el planteamiento del problema, es que comienza a comentar sus crímenes de guerra amorosos, ¡dignos de Don Giacomo de Casanova!

Los oídos de Roberto en esta ocasión no se oxidan, más bien, prestan meticulosa atención, y comparten unas que otras tácticas y estrategias en el amor que les han servido en algunos trámites. Fallando en unas que otras justas, pero siempre teniendo Fe, de que funcionan de una u otra manera.

Sin una palabra llegan a destino. José paga, y una sonrisa tenue se dibuja en sus rostros, como evidencia de que pasaron un buen rato, no fue solo una carrera. Así Roberto logra 9 carreras más. Llega la noche, toma la última para irse a su casa. En ese momento Sube una familia de cuatro miembros al carro, y siendo de dos puertas el vehículo, la logística para que los pasajeros tomen los asientos es complicada.

El Jeque o tacamahaca de la familia se sienta de copiloto. Ahora Roberto es el propio termostato, no sabe cuánto calor o frio manejar, para dar el trato adecuado a toda la manada de clientes que tiene en su corcel. Van al cine los 2 niños, quieren ver una comiquita en el cine. Sin embargo, la esposa quiere ver una película romántica, algo así como crepúsculo pero sin vampiros.

El jeque en un silencio sepulcral, mira atrás, y viendo escuetamente a su chofer, dice una sola frase: ¡Vamos a ver transformer 4! Por el retrovisor del carro, dos miradas se encuentran, la de la esposa, y la del jeque, el silencio vuelve a hacer acto de presencia. Cosa que no dura mucho, ya que queda opacado por los diálogos y monólogos de los niños. Así va pasando el tiempo y llegan a destino.

Roberto respira tranquilo, ya sobrevivió un día más, y feliz porque adelantó el monto del alquiler del día de mañana, aseguro su desayuno, y va a comprar la cena. En ese momento, se dirige a su fiel psiquiatra, para que en su consulta, le aplique la hipnosis de rutina.

Frena el carro, y allí están frente a frente, el semáforo, que está a tres cuadras de la panadería. Roberto lo ve, y el semáforo en rojo, le recuerda que a la cuenta de tres, todo el estrés pasó. Ahora como recompensa le espera una cena patrocinada por su esposa junto a sus tres encantadores hijos.

Una fiel recompensa a la que aspira cada día al momento de despertar… ¡Siempre a la espera de nuevas e inesperadas batallas al volante!

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