Concurso Cervantes: 4ª Entrega. Entre 2 aguas callejeras.

Mi historia empieza en la puerta de la estación del Norte de Valencia. Siempre me ha gustado la arquitectura y me encontraba contemplando esta magnifica fachada modernista, totalmente simétrica con su reloj en medio. Mi mente andaba dispersa con los motivos que adornan la centenaria estación. Sus naranjas, unas estrellas rojas de 5 puntas. ¿Serían comunistas en 1917? A ver si estábamos con Alfonso XIII, Ah Si creo recordar que leí en una ocasión que esas estrellas eran el emblema de la “Compañía de los Caminos de Hierro del Norte” pues nada ya me acordé. Por cierto Amparito está tardando mucho y se va a perder la fiesta.

Estábamos en plenas fallas y un choque en el hombro me sacó de mis pensamientos. Eran cerca de las dos de la tarde que es cuando se dispara la la mascletá, en la plaza del ayuntamiento y la estación estaba abarrotada de gente frenética corriendo en largas filas y cogidos de la mano dirigiéndose todos al mismo punto. La ancha pero breve calle que separa la plaza de la estación ya está impracticable. Nos tocará verla de lejos pensé y tomé un poco de mistela que llevaba en la mochila junto a los bocadillos y las cervezas, me gusta salir preparado en fallas. Estaba saboreando el moscatel cuando de repente apareció Amparito entre la multitud. Sonriendo por que me había visto tomar de la petaca, le saludé con la mano, los dos nos habíamos divorciado recientemente y vivíamos una bonita ilusión de nuevo los dos.

Me acuerdo sentir su cuerpo junto al mio, aquel dulce beso y su perfume. Embriagado de placer alcancé a escuchar entre el bullicio las notas de una guitarra, no sonaba muy lejos, si allí junto a la farola estaba un hombre tocando una rumbita y que rumbita, entre dos aguas de Paco de Lucía y sonaba muy pero que muy bien. Nos miramos Amparo y yo y nos acercamos para poder escucharle mejor. Se encontraba sentado en una silla y llevaba una muy buena guitarra española de color claro, se veía claramente que era de ciprés maciza, no llevaba ningún amplificador y es más no llevaba ni funda, cosa que me extrañó por la gran calidad del instrumento. El hombre seguía interpretando perfectamente la canción como si fuera el mismísimo maestro que la parió. No se si fue la emoción del momento, la mistela o la alegría de poder pasar una tarde de fallas estupenda pero ahí estaba yo con la piel de gallina por el sonido de aquella guitarra. Mientras tocaba el estaba observando a la gente apenas otro par de personan dirigían la atención hacia el, en un momento dado, como si sintiera que estaba siendo observado se cruzaron nuestras miradas y no puedo describir la conexión que tuve por un instante con este músico callejero, una mirada que lo dice todo, la grandeza y la bajeza que todos llevamos, todo comprimido en un pequeño instante.

Sonó el aviso de la mascletá y toda la atención se dirigió a la plaza, ya no sonaba la guitarra, me alcancé a girar y ví entre gente que venía corriendo a aquel hombre alejarse con paso lento, mirando al suelo alejándose del bullicio con su guitarra. Todo eso me hizo pensar en la vida de aquel hombre. Para tocar de esa manera habría tenido que dedicarle muchos esfuerzos en un momento dado de su vida.

¿Cual es su recompensa por tocar como los mismísimos ángeles?

¿Cuantos Pacos de Lucia hay por hay sin reconocimiento?

Como decía el Sabina: La cola del paro no es para cantantes.

Concurso patrocinado por el witness @cervantes.
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