Hola, steemian. Este es un cuento para que te diviertas un rato. Me divertí escribiéndolo; vamos, es hora del entretenimiento.

Andreina y el duende.

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En un pueblito muy lejano, conocí a un duende, y me contó una historia increíble, pero él me aseguró que eran puras verdades.
Aquel duende, haciéndose invisible, se acercó a una niñita que nadie quería, porque estaba muy fea.
-Niña, niñita – le llamaba el duende después de treparse a un árbol, un poco asustado por el desagradable aspecto de la chiquilla - ¿Cómo te llamas?
-¿Quién es? ¿Quién me habla? – dijo preocupada por no poder ver a la persona que le llamaba.
-Soy un duende, y no me puedes ver por ahora, soy invisible para la gente que no es muy buena.
-Yo no soy mala, soy muy buena – dijo la niña, al mismo tiempo que agarraba una piedra.
-No creo que alguien tan horrible pueda ser bueno. Dime tu nombre.
-Me llamo Andreina – y siguiendo la voz del duende, calculó donde estaba, lanzándole la piedra con la intensión de tumbarlo para caerle a pescozones.
-¿Por qué me quieres hacer daño? Ahora sé que no me podrás ver, primero tienes que ser buena de corazón.
-Duende, no puedo ser buena como tú dices, la gente no me quiere, nadie quiere jugar conmigo.
El duende se escondió, y dejó que Andreina, que trataba de desenredar su largo cabello, se fuera para su casa.
En casa de la niña, su mamá preparaba el almuerzo.
-Andreina – le dijo su madre -, dile a tu papá que la comida está servida.
-Maruja – se quejó Adrián, el papá de Andreina, al mirar lo que Maruja llamaba “comida” -, no sabes cocinar, este puré de papas no se lo comen ni los cochinos.
-Pero a Andreina le gusta mucho – viendo como la niña devoraba aquel horrible y hediondo plato.
-Por eso está tan fea – dijo Adrián, molesto por tener que ir a comer a un restaurante -, y yo no puedo seguir comiendo tus porquerías.
Mientras Andreina llenaba sus cachetes con el desagradable almuerzo, Maruja corrió tras Adrián, cuando su camioneta estaba saliendo del estacionamiento.
-Mi loquito – le dijo Maruja casi suplicando -, anoche hable con una bruja, y me dijo que mañana, en tu cumpleaños, pidieras un deseo, ¡qué Andreina no sea tan fea!
-La verdad que valdría la pena, ya no le aguanto a Andreina el olor que tiene en las patas.
El duende veía todo, escondido por ser invisible.
Llegó el cumpleaños de Adrián, y cuando estaba por apagar las velas, Maruja le recordó que pidiera un deseo.
Y así lo hizo, mirando a Andreina.

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Cuando apagó las velas, una ráfaga de viento tumbó todas las mesas y apareció una bruja.
-¿Quién me invocó? – dijo la hechicera, después de carcajearse un largo rato, asustando a todos.
-Fue mi papá, yo no fui.
-¿Qué es lo que quieres, que esta mocosa sea bonita? ¡Jamás! Andreina tiene un hechizo para que por siempre sea fea.
-Pero por lo menos quítale la hediondez – le suplicó el cumpleañero.
-¡Jamás!
La bruja desapareció, dejando la torta en el suelo, viendo como Maruja lloraba al no poder hacer nada por su hijita.
Al día siguiente, el duende tocó la ventana del cuarto de Andreina, despertándola.
-Despierta, floja – le animaba, mientras la niña se arrancaba las lagañas con la punta de las uñas.
-¿Qué quieres? – dijo la niña, bostezando.
-Te traje a una amiga.
Un Hada madrina revoloteaba frente a la ventana. Andreina emocionada le abrió, porque el hada era igualita como los cuentos que tantas veces había leído.
-El duende me contó que una bruja te puso un hechizo para que seas fea – dijo el hada, mostrando su varita mágica.
-Si – le respondió la niña, saltando de alegría -, esa bruja es una amiga de mi abuelita.
-Entonces, ya sé de quién me hablas. Tu abuelita ha hecho muchos hechizos que le han salido mal, y sus amigas, las brujas, son malvadas.
-Pero tú me harás bonita.
-No podré hacerlo. El duende me contó que quisiste pegarle con una piedra, y que comes mucho, igual que un marrano comiendo arepas.
Avergonzada, la niña prometió portarse bien. Y así comenzó hacerlo al ayudar a su mamá con la comida, para que supiera mejor; empezó a bañarse todos los días sin que tuvieran que regañarla; se limpiaba las patas, para que su papá no tuviera que espantar a las moscas; a sus amiguitas las trataba bien, no les pegaba ni escupía; y también, compartía sus juguetes.
Pasaron varios días, y cuando el duende se dio cuenta que Andreina se volvió una niña muy buena, al fin se dejó ver.
-Duende – dijo Andreina al poder verle - ¿Tú crees que me estoy portando bien?
-Claro, por eso ahora no soy invisible.
Llamando al hada madrina, una nube de escarcha iluminó a los alrededores.
-Estás lista para ser bonita – y moviendo su varita mágica por los aires, fue interrumpida por la abuela de Andreina justamente antes de pronunciar las palabras mágicas.
-¡A mi nieta la dejan fea! – gritó la vieja, empujando al hada madrina, quedando desmayada al golpearse la cabeza.
La abuela agarró a Andreina por las greñas, llevándola a una oscura cueva, donde la encerró para que se quedara fea para siempre.
Pero la vieja no contaba con que el duende no podía ser visto por la gente mala, y la siguió, pudiendo sacar a Andreina de la cueva cuando la abuela la abandonó.
-Busquemos al hada, todavía tenemos tiempo – le dijo el duende.
Lejos de la malvada abuela, el hada rompió el hechizo, convirtiendo a Andreina en una linda niña, siendo muy querida por todos, y el más contento fue Adrián, porque la niña y el hada, le enseñaron a Maruja a cocinar.

FIN.

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