Perdona Nuestras Ofensas Así Como Nosotros Perdonamos a Quienes Nos Ofenden

La convivencia en sociedad es la actividad más complicada que existe entre los seres humanos. Hay quienes dicen que solo hacen falta dos personas para que pueda surgir un problema, de manera que las posibilidades de manifestaciones conflictivas aumentan exponencialmente cuanto más numerosa es la comunidad en la que convivimos. Desde un pleito doméstico inverosímil hasta guerras de cobertura internacional pueden surgir para desatar sentimientos de ira que se graban en lo más profundo de nuestros corazones, dejando resentimientos que no traen nada bueno para ninguna de las partes.
La lista de perjuicios que nos invaden a causa de los problemas interpersonales, tanto a nivel físico como emocional, es larga, y el antídoto para evitar el odio reiterativo, el deseo de venganza o de infligir sufrimiento al ofensor es el perdón. Se trata de un don que se hace difícil de desarrollar en la medida en que más nos dejamos influenciar por los antivalores infundados por una sociedad en donde, hasta los mismos medios de comunicación, se han encargado de hacernos creer que más poderosos somos cuanto más capacidad de hacer daño tenemos al tomar ”la justicia en nuestras manos” cuando nos sentimos ofendidos; es más, muchos se creen empoderados del privilegio de ser perdonados por Dios sin necesidad de perdonar a quienes los ofenden: le exigen el perdón al Altísimo pero son incapaces de perdonar.

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La inteligencia de Jesús de Nazaret nuevamente se hace presente al confeccionar esta propuesta en donde nosotros determinamos qué tan perdonados por el Señor queremos ser. La estrofa ”perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden” funciona como una balanza que sopesa el perdón que queremos de nuestro Padre con el perdón que estamos dispuestos a otorgar a aquellos por los que sentimos habernos ofendido.
Si bien es difícil borrar de nuestro recuerdo las ofensas o el daño que nos han causado, la experiencia nos puede servir para saber qué podemos esperar del ofensor, y de todos aquellos que actúan como él, cada vez que el contexto de la ofensa se haga presente. Es importante conocer la diferencia entre recordar y perdonar: todos tenemos la facultad de perdonar si consideramos, a conciencia, que nosotros también podemos ser perdonados por nuestras faltas.
El perdón no es solo un acto de compasión hacia alguien que nos haya hecho algún daño o nos haya ofendido, en donde el único beneficiado es la persona a quien perdonamos, también nosotros nos libramos de la pesada carga del odio o resentimiento que obstruye la buena vibra de nuestro momento presente, cada vez que nos viene al recuerdo el mal momento de la ofensa o cuando nos encontramos con el ofensor. Aprender a perdonar es parte de nuestro ascenso en el proceso de humanización y evolución espiritual, porque nos ayuda a mejorar nuestra convivencia con el prójimo y con Dios mismo, garantizándonos que también seremos perdonados.