Creer o no creer
El dilema acerca de la existencia del Altísimo que en todo ser humano suscita cuando nuestro razonamiento comienza a tener conciencia existencial, no parece tener fines prácticos si solo se tratara de la importancia de ”creer o no creer en Dios”, cuando el cuestionamiento que realmente parece servirnos en nuestra vida cotidiana es de qué nos sirve creer en Dios. El cuento de autor anónimo que les escribo a continuación contiene un mensaje de fondo que nos puede decir algo al respecto.
El oso religioso
En un día de campo se encontraba un ateo extasiado por las bellezas de la naturaleza que, según él, fueron hechas por casualidad y no como acto de creación orquestado por un ser supremo, quien decía a sí mismo:
- Es impresionante que estos enormes árboles y este río caudaloso se hallan formado por un proceso evolutivo, producto de la combinación al azar de factores naturales que nada tienen que ver con la obra creacionista de un dios omnipotente inventado por personas que, en su ignorancia, le atribuyen poderes mágicos, aun en tiempos en que la ciencia se ha encargado de demostrar cómo se ha formado todo lo que existe.
Cuando menos lo esperó escuchó un ruido detrás de él, y al voltear vio un enorme oso que se le venía encima; el incrédulo echó a correr desesperadamente y cada vez que volteaba veía más de cerca al animal que no cesaba de perseguirlo hasta que, en su esfuerzo por salvar su vida, tropezó con una piedra y cayó al suelo. Cuando el oso lo alcanzó, ya dispuesto a devorarlo, el hombre, en un intento desesperado pegó un grito:
- ¡Ayúdame Dios mío!
De pronto se produjo un milagro: todo pareció detenerse como si el tiempo dejara de correr, los sonidos del ambiente se apagaron por completo, el río detuvo su caudal y el oso se paralizó como si se hubiera congelado. En eso, una extraña luz se apareció y comenzó a hablarle:
- ¿Qué deseas? Me estás invocando después que has pasado toda tu vida negando mi existencia ante todo el mundo, denigraste las religiones y te has burlado de las personas que creen en mí, además de degradar mi creación a un simple evento casual, y en este momento en que tu vida corre peligro me llamas desesperadamente. Ahora yo te pregunto: ¿cambiarías tu opinión respecto a mí si te saco de este aprieto?
El ateo se quedó pensando por un instante y le contestó:
- Sería un acto de hipocresía de mi parte si creyese en ti por el hecho de encontrarme en peligro, de manera que no estoy dispuesto a quebrantar mis convicciones.
- Entonces me iré y dejaré que los acontecimientos continúen su curso – le contestó la luz.
El ateo buscó una salida que le salvara la vida y le hizo una sugerencia:
- Espera, ya que yo no puedo cambiar de opinión y tú dices que puedes arreglar la situación, que sea esta fiera asesina la que cambie convirtiéndola en cristiano.
- Eso haré.
De esta forma la luz desapareció, el río comenzó a correr y los sonidos del entorno se restauraron, mientras que el oso se arrodilló juntando sus garras, y agachando la cabeza comenzó a orar: - Gracias mi señor por este alimento que me has dado para comerlo en este momento…
Desde lo más profundo de su conciencia emergió en este mortal un poder con el que, por un instante, logró salvar su vida. Ese pequeñísimo instante de tiempo fue el único momento de su existencia en el que el ateo se convirtió en creyente, impulsado por su instinto de supervivencia, demostrando que cuando le pedimos a Dios con Fe bajo un fuerte estado emocional ”todo es posible”. Esta combinación de Fe y emoción invoca el más álgido poder que solo ”creyendo en Dios” podemos obtener, porque, como dice el famoso escritor, Paulo Cohelo, en su obra El Alquimista: ”el universo conspira a nuestro favor”.
Tenemos la facultad de remover el cosmos de manera que, sin causar un desequilibrio en la naturaleza que pueda afectarla negativamente –incluyendo a todo ser vivo- cualquier milagro podemos materializar. La diferencia de creer o no en Dios tiene su fin práctico en contar con este poder que Dios le da a sus hijos como herencia de sus atributos; al respecto podemos reflexionar cuando Jesús de Nazaret dijo (Salmo 82-6): ”vosotros sois dioses”.
Muy buena reflexión